La vida de Pi: cuál es la pregunta

¿De qué sirve creer? Hay un diálogo en ‘La vida de Pi’ que es el auténtico motor de la película. Es una conversación durante un almuerzo familiar, en el que el pequeño Pi confiesa a sus padres que es hindú, cristiano y musulmán. El padre, alterado, reprende al zagal y le invita a que elija una de las tres. O mejor, que abandone las tres en pos de la ciencia y la razón, la única disciplina que ha conseguido desenredar algo el misterio de la humanidad. La madre, conciliadora, cree que su hijo debe aprender por sí mismo qué camino escoger. El padre, por último, añade: “Sí, muy bien. Pero no puedes creer en todo porque eso sería lo mismo que no creer en nada. Prefiero que creas en algo”.

La película de Ang Lee, al igual que el libro de Yann Martel, es una parábola que utiliza el milagro como medio para lanzar su mensaje. Y el milagro no es la multiplicación de alimentos o la apertura de los mares. El milagro es el cine.

Lee consigue justificar el uso del 3D para diseñar un universo imaginario tremendamente poderoso. Desde las primeras imágenes, bellísimas, en el zoo de Pondichery -nunca vieron a los animales tan bien, con una melodía tan idónea, casi una nana-, hasta las brutales fotografías del océano protagonizadas por el joven Pi y el feroz Richard Parker. Toda ‘La vida de Pi’ es un esfuerzo constante por hipnotizar al espectador en una amalgama de colores, sensaciones y visiones que justifiquen la última línea de la película. La respuesta a la pregunta que nos lanzan entre tanta belleza calma: ¿por qué hay que creer?

No soy capaz de responder a esa pregunta sin caer en alguna ingenuidad, en alguna muestra supina de mi ignorancia. Pero sí puedo afirmar, con serenidad, que elegir creer en algo, en lo que sea, es un compromiso personal con la vida. Al menos, esa es la lectura que me inspira ‘La vida de Pi’. ¿Qué les parece? ¿Se atreven a responder a la pregunta? ¿De qué sirve creer? Les invito a ver la película y, luego, charlamos.

La vida de Pi: razones para naufragar (I)

Deseo lanzar la pregunta que guía la inspiradora vida de Pi Pattel, pero antes de teclear varios párrafos densos y profundizar en el placer estético y ascético de la película de Ang Lee, me veo en la obligación de dar un aviso para navegantes: no es una película fácil de recomendar. No, nada en absoluto. Sucede algo parecido a lo que vivimos con ‘El árbol de la vida’: reside en los opuestos.

Un amigo me preguntó, al salir de la sala y escuchar lo mucho que había disfrutado con la parábola cinematográfica, si debía ir a verla. Tardé un buen rato en responder. Porque claro, ‘La vida de Pi’ no se debe tomar a la ligera. La cinta goza de una promoción por todo lo alto, decorando marquesinas, enormes murales junto a la carretera, spots de televisión, inclusiones en periódicos digitales… La campaña ensalza la figura de un joven indio que viaja acompañado de varios animales por la inmensidad del océano. “Una aventura sin parangón”. Y no, no creo que sea acertado tildarla de “aventura”. No estamos ante una versión acuática de ‘El libro de la selva’; no estamos ante un film recomendable para niños. Dudo, incluso, que muchos adultos la entiendan.

Es cierto que el primer cuarto de la película juega con elementos bucólicos que podrían encandilar al gran público. Pero el grueso, la mayor parte de las dos horas del metraje, es un contenido reflexivo, pausado y extraordinariamente contemplativo.

No me malinterpreten, no creo que sea una película aburrida. A mí me fascinó. La encuentro impactante, poderosa y atrevida; un prodigio técnico. Pero no es el entretenimiento que cabría esperar tras ver su promoción, no es una épica de infantes, de tigres valientes y monos carismáticos. Es una épica intimista, humanista, religiosa, científica, lógica y metafísica. Es una película compleja. Pero fascinante.

Espero haberles dado una pista útil en taquilla. Mañana hablamos de la pregunta.