Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio

¡Rayos y Centellas! ¡Por las barbas de Zeus que esta es la más grande aventura que un marino de agua dulce pueda ver en la pantalla del mismísimo Luthier! ¡Mil millones de truenos me partan si no peleé como un coloso, corrí como un fornido atleta y vibré cual tiburón hambriento en un redil de atunes! Brindaré, ¡hasta la última gota de este Whisky!, por la pericia de Tintín, el valor desaforado de Haddock y la inteligencia sobrehumana del bueno de Milú. Por ellos y por el ave fénix que resurge de sus cenizas, por las calaveras de cristal rotas y por los mutantes mamelucos que perdieron su fe en él, Steven Spielberg. Juro por esta embriaguez inocua, ¡por los mares del tiempo y las partituras de John Williams!, que los sueños de Hergé lloran de alegría.

‘Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio’ es una preciosidad. Una divertidísima película que deja las últimas intentonas de Indiana Jones y Jack Sparrow desparramadas por las tablas de popa. Todo empieza cuando el famoso periodista belga, Tintín (Jamie Bell), compra en un mercadillo una réplica a escala de un barco de época. El navío esconde un mensaje que le llevará, sin remedio, a seguir la senda del Capitán Haddock (Andy Serkis) y los oscuros secretos de Ivanovich Sakharine (Daniel Craig) en busca del tesoro de Rackham el Rojo.

La historia es una trepidante e imaginativa sucesión de escenas que no le dejará ir ni un solo segundo. El filme atrapa desde los inspirados títulos de crédito con una combinación perfecta de humor, acción, intriga y espectacularidad. Además, está la técnica: cada -puñetero- plano es una fotografía estudiada, perfectamente hilvanada con la anterior y la siguiente, con las que Spielberg luce un talento abrumador. Puro cine. La animación es excelsa, un ejercicio de modernidad por el que merece la pena esperar treinta años. Y luego está John Williams. Ése John Williams. Compositor soberano que reclama un reino que dejó olvidado tiempo atrás. Impecable.

Ciertos críticos belgas, franceses e ingleses acusaban a ‘Las aventuras de Tintín’ de ser un experimento sin alma que olvidaba las bondades del cómic que lo vio nacer. Pamplinas. Sinceramente, creo que es pura envidia. No se llaman Indiana, Henry y Tapón. Son Tintín, Haddock y Milú. Y son la clase de personas que al abrir el cofre del tesoro no se dejan cegar por el vil metal. Son esa clase de héroes que saca el sombrero y lo coloca sobre su cabeza, imaginando nuevas hazañas, con una única pregunta en el velamen: ¿Qué tal su sed de aventuras?

El Spielberg que viene

Su sola presencia es dinero. Su firma es éxito. Su talento, indiscutible. Y, aún así, es capaz de sorprendernos con títulos como ‘Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal’. Esa fue la última -triste, desalentadora, lamentable- película que dirigió el bueno de Steven. Desde entonces, su vuelta a la gran pantalla se espera como un ‘remake’ de sí mismo. Una prueba fehaciente del artista que concibió ‘E.T.’, ‘La lista de Schindler’ o ‘Hook’.

Spielberg llega al último trimestre del año con los deberes hechos. Con la seguridad del estudiante que se sabe el examen al dedillo, del que quiere la matrícula de honor. Dirige dos proyectos francamente atractivos: ‘Tintín y el secreto del Unicornio’ y ‘Caballo de Guerra’, ambas con un indiscutible aroma a Oscar.

Sus trailers, preciosos, nos invitan a mirar más allá. Las aventuras de Tintin parece la película de Indiana Jones que nunca vimos. De hecho, son más que evidentes los guiños al arqueólogo con escenas de acción que beben directamente del Arca Perdida, el Templo Maldito y La Última Cruzada.

El de ‘Caballo de Guerra’, inmenso, juega con una fotografía bélica y una épica narrativa que sigue los pasos de le memorable ‘Salvar al Soldado Ryan’. Además, John Williams compone la banda sonora, formando el equipo que tantas alegrías nos han dado en el pasado.

Tranquilos, no nos queda tanto: ‘Tintín’, 28 de octubre; ‘Caballo de Guerra’, 30 de diciembre. ¿Qué haría yo si fuera usted? Disfrutar de los trailers del Spielberg que viene y soñar con la posibilidad de que, tal vez, esta vez sí que sí.