La protagonista de ‘Las vidas privadas de Pippa Lee’ es, irónicamente, una secundaria. Su marido es un conocido escritor, dueño de una prestigiosa editorial. Su hija es corresponsal de guerra y cuenta, con naturalidad, cómo le llovieron bombas una tarde de verano en Bagdad. Su hijo es un joven y prometedor abogado. Y su mejor amiga es histriónica y llamativa. Su mundo está repleto de perfiles llamativos, candidatos a liderar la historia. Sin embargo, una pregunta, durante una cena entre cualquiera, tira del hilo: “¿cuál es el misterio de Pippa?”
La directora Rebeca Miller nos presenta una biografía preciosista que es, en realidad, un canto a la mujer. A su escandalosa ausencia durante siglos y siglos de cuentos y leyendas, relegada a un mero papel presencial como la madre, la hija, la hermana o la amiga del héroe. En este caso, Pippa decide contarnos cómo terminó siendo Pippa Lee, una atractiva cincuentona casada con un hombre 30 años mayor que ella (Alan Arkin).
A través de los saltos temporales, conocemos tres versiones de la protagonista con tres actrices diferentes: su infancia (Madeline McNulty), su juventud (Blake Lively, ‘New York, I Love You’) y su madurez (Robin Wright Penn, ‘Forrest Gump’). Un vibrante repaso a una inesperada lista de pecados, dramas, alegrías y vicios consentidos.
El gran éxito de la cinta reside en los actores, brillantes hasta el apuntador. Alan Arkin y Robin Wright Penn, excelsos. Pero no se quedan atrás los secundarios, Winona Ryder y Keanu Reeves, que, incluso, nos recuerdan que una vez fueron intérpretes. Especial mención para dos chicas: Maria Bello (‘Una historia de violencia’), en el papel de la madre de Pippa; y la casi desconocida Blake Lively, a la que habrá que seguir de cerca. Julianne Moore y Monica Bellucci, pasaban por allí.
Como les decía, una oda a la parte humana más importante del planeta Tierra. La que ha pasado más horas inadvertida y más siglos trabajando de sol a sol. La mitad más representativa del alma, la que no suele clamar protagonismo. Pero que, en el fondo -un fondo rico, florido-, siempre llevaron los pantalones.