La Purga: La noche de las bestias

Una noche al año, todos los delitos están permitidos. Todos. Durante doce horas usted podrá asesinar a su jefe, violar a su vecina, robar en el centro de la ciudad y quemar su banco. Es libre de actuar con la violencia, brutalidad e indiferencia que usted desee. Por otro lado. Claro. El resto también podrá ejecutar sus oscuras ambiciones con usted. Es la noche de las bestias: ‘La Purga’. Un sistema creado por los nuevos padres de los Estados Unidos de América que, casi como profetas, han forjado una religión a su alrededor. Un sistema que provoca que, durante el resto del año, la delincuencia sea mínima. ¿Qué haría usted?

La premisa de ‘La Purga: La noche de las bestias’ es morbosa. Y extraordinaria. Una idea original, imprevista y con un cierto grado de crítica social que casa muy bien con la terrorífica visión de su director y guionista, James DeMonaco. Es imposible que el misterio que conlleva esa noche de exterminio y de barbarie no llame su atención. Algo que es de agradecer, después de tantos remakes, ideas manidas y películas que versionan los éxitos del género.

En la película de DeMonaco viviremos la noche de la purga en casa de James Sandin (Ethan Hawke), un vendedor de sistemas de seguridad que pretende pasar una apacible madrugada con su mujer Mary (Lena Headey) y sus hijos Charlie (Max Burkholder) y Zoey (Adelaide Kane), gracias a una casa perfectamente aislada; una fortaleza. Pero, ¿qué pasaría si se colara un desconocido antes de que se ejecute el programa de cierre?

‘La purga’ merece un visionado nada más que por su idea. Su desarrollo, ya es otro capítulo. Es entretenida y fácil de digerir. La violencia no es desmesurada, nada parecido a ‘Saw’. Pero abusa demasiado de los planos oscuros, del juego con la linterna y de la conocida técnica ‘nos libramos en el último minuto de que nos rebanen el pescuezo’. Nudo y desenlace bajan la nota media final, pero estoy convencido de que si les gusta la presentación, no se irán con mal sabor de boca.

Juez Dredd (1995)

“¿La ley? ¡Yo soy la ley!” No sé si tienen respuestas automáticas cuando oyen alguna palabra o expresión. A mí me sucede con ciertas líneas peliculeras de bajo calado cultural. Por ejemplo, cuando alguien utiliza la expresión “localizando”, añado, casi sin querer, “localizando a papá”, que era lo que decía el ordenador chachi piruli de ‘Niño Rico’. Si alguien pronuncia ‘Rocky’, refiriéndose, claro está, a la cinta de Stallone, yo canturreo “Rocky quiere a Emily”, melodía insidiosa que utilizaban los protagonistas de ‘3 pequeños ninjas’. Pues eso me pasa también con ‘Juez Dredd’, la película de 1995 de Danny Cannon, director que prácticamente abandonó el cine después de esta perita en dulce del cine de acción.

Es una de esas frases que preceden a la acción, justo después había una explosión o un puñetazo, no recuerdo claramente. El Juez Dredd insistía al malo de turno que él era la representación celestial de la ley y el otro, perverso y chalado, respondía eso: “¿La ley? ¡Yo soy la ley!”

Este fin de semana se estrena ‘Dredd’, dirigida por Pete Travis, cuyo último trabajo fue la nefasta ‘En el punto de mira’. La película tiene un presupuesto muy bajo para tratarse de una versión de un cómic, que están muy de moda. Los actores protagonistas son reconocibles pero no grandes estrellas (Karl Urban, Éomer de ‘El Señor de los Anillos’, y Lena Headey, Cersei Lannister de ‘Juego de Tronos’). Y, sin embargo, ha cosechado una ristra de críticas fantásticas. ¿Por qué? Me aventuro a dar una respuesta: Alex Garland.

Garland es un buen guionista que ha sabido hacerse un hueco en Hollywood desde que sorprendiera con ’28 días después’. Da la sensación de que, ante la falta de dinero para hacer una súper producción repleta de navecitas (del estilo de la nueva ‘Desafío Total’, por cierto, acribillada allá donde va), apostaron por la historia.

Francamente, ahora tengo curiosidad. Hablaremos.