La habitación es oscura y están aterrorizados. Tras la única puerta que hay a su alrededor va a entrar la criatura más horrible, la razón que haría que sus piernas dudaran y su corazón latiera con la insistencia de una ovación a Leonard Cohen. El pomo gira, el marco chirría y un halo de luz, acompañado del estrépito de un violín desangelado, se deja entrever justo antes de que aparezca… ¿El paro?, ¿la vivienda?, ¿los terremotos?, ¿el tráfico?, ¿las obras del Metro?… ¿Dios?
El miedo es una de las grandes invenciones del hombre. Y, sin duda, una de las más útiles. Lo de maldecir Halloween (traducción libre del granaíno término «Malafollá») por ser una fiesta americana que viene a usurpar los valores de la tradición española me suena a camelo. Realmente creo que es de las pocas cosas que haríamos bien en importar: celebrar el miedo.
Si no fuera por el miedo no existiría el valor. Sin él nunca hubiéramos visto a Athos arriesgar su vida para salvar a la Reina ni a Bastian echar, a lomos de un dragón, a los indeseables que le pegaban en clase. Quiero decir, que el miedo es el que nos otorga el inconmensurable privilegio de sentirnos como héroes. Y no como los actores secundarios de una peli de zombies.
Es terrorífico no encontrar trabajo y no poder pagar un piso. Angustioso ver como un familiar cae enfermo. Agotador aparcar en el centro de la ciudad y desesperantes algunas de las decisiones políticas de nuestros líderes. Sin embargo, hace tiempo le pregunté a una niña a qué le tenía miedo y respondió que «a los monstruos». Nada más sincerarse, su mamá le preguntó «¿dónde están esos monstruos?», y ella respondió, con obviedad: “¡En los cuentos!”
Amigos y amigas, sean valientes en sus vidas y arriesguen. No se dejen vencer por el salario, la hipoteca ni la enfermedad. No se rindan y luchen por lo que siempre quisieron. Sin miedo. Porque usted y nadie más que usted es el protagonista del cambio. Y si alguna vez no encuentran la chispa que les haga lanzarse al vacío y gritar ¡carpe diem!, piensen en esta niña con 20 años más, en una habitación oscura con una sola puerta tras la que vive su mayor temor. Un temor que pueda superar con cerrar las páginas del libro y escuchar la rasgada voz del «Hallelujah» de Coen.