A propósito de Sinde

Aceptémoslo: lo más probable es que no cumplamos los propósitos que hoy pongamos sobre la mesa. No sé ustedes, pero a mí se me da de escándalo hacer preciosas listas que erizarían el alma del menos pintado. Ya saben: Haré ejercicio todos los días y cuando acabe 2012 me pararán por la calle cada dos por tres para decirme “disculpe, ¿es usted Hugh Jackman?” Leeré un libro por semana desarrollando tanto mi intelecto que le cambiará el nombre a la serie, de ‘House’ a ‘Cabrero’. Escribiré con constancia en mis ratos libres para descubrir, al final del año, que mi primera novela es un Best Seller que maravilla a la crítica y que J.J.Abrams se interesa en producirla para la gran pantalla con música de Michael Giacchino. Organizaré mi lista de amigos de Facebook… En fin, ese tipo de cosas.

Pero quería yo referirles a un propósito que, les propongo, cumplamos entre todos: vayamos al cine. Sí, ya sé. La vida está muy mal, el dinero escasea y la modorra doméstica es difícil de superar. Entiendo. No les digo que vayamos todos los días, pero sí creo que sería saludable tomarlo como una buena costumbre. Sé por experiencia que descargar películas es un ejercicio comodísimo. Tan atractivo como la manzana de Blancanieves. Y sé, por lo mismo, que negar su existencia o prometer que vamos a dejar de hacerlo es un brindis al sol. Pero, en serio, debemos echar cuentas.

El cine -y lo hago extensible a cualquier contenido narrativo: libros, videojuegos, series- requiere de profesionales comprometidos que sepan que pueden dedicarse a eso. Siempre ha habido contadores de historias y, me arriesgo a afirmar, los necesitamos tanto como a un médico, un abogado o un profesor. Nuestro papel, como consumidores, es exigir unas tarifas más razonables: los discos de música no pueden ser tan absurdamente caros, ni los deuvedés o blu-rays, ni las novelas o los videojuegos. Hay que hacer un mercado moderno, actualizado a lo que hay y consciente de que el contenido está al alcance de cualquiera.

No me escucharán defender la Ley Sinde. Creo que es corrupta en su más profundo origen. Pero sí defenderé, siempre, ese fantástico ritual: taquilla, butaca, trailers, sonido, imagen. Ese olor a cine.

La teoría Sinde-PSX

La piratería tuvo su primer momento de esplendor hace diez años, con la Playstation (PSX) dominando el mercado. Los videojuegos de ordenador siempre habían pasado de un joystick a otro en cajas de diskettes de tres y medio y cedés. Con las consolas fue distinto. La Super Nintendo, por ejemplo, tenía un complicado sistema de copia de cartuchos que muy pocos vimos en funcionamiento. La regla establecida y aceptada era que la piratería no existía en estos dispositivos. Pero pronto descubrimos nuestro error.

El rumor corrió como la pólvora: ciertos comercios (normalmente videoclubs) se dedicaban a instalar un poderoso chip a la PSX con el que podrías utilizar juegos no originales que ellos mismos vendían por tres mil pesetas -que, en algunos casos, ellos mismos importaban de Japón o EEUU-. Teniendo en cuenta que uno legal rondaba las ocho mil, la tentación era inevitable. Con el paso del tiempo, los más avispados descubrieron dónde estaba el negocio: comprar una copiadora/grabadora de cedés. Así, ante una demanda que subía imparable, el sistema de alquiler de juegos se extendió por todos los videoclubs de España. La técnica era sencilla: pagabas doscientas pesetas por llevarte un día a casa el ‘Duke Nukem’, lo grababas y luego lo vendías por trescientas. A varios colegas.

Años más tarde sucedería igual con las películas y las copiadoras de deuvedés. Nadie previó, sin embargo, que este sistema económico basado en la rémora y el tiburón terminaría por arrasar casi por completo un modelo de negocio: el top manta llegó a la calle.

Un salto más en la línea temporal y llegamos al final de la primera década del nuevo siglo. Desde una página de Internet descargamos series, películas y videojuegos. Nada se escapa. La piratería sigue en la calle, pero en una considerable menor medida. Por primera vez en diez años, el usuario va directamente a la fuente: una red abierta.

2011. Sinde amenaza con cerrar todas las puertas posibles a las descargas ‘ilegales’. Y yo, ignorante, pregunto: ¿De verdad alguien cree que hay manera de frenar la piratería? ¿No es altamente estúpido suponer que esta medida no favorecerá a ciertas mafias que seguirán traficando con contenidos audiovisuales a sus anchas y lucrándose con ello? ¿No era mejor dejar la decisión en las manos del usuario? ¿Quieren que sus hijos hagan como yo y se metan en ‘videoclubs’ a comprar juegos y películas piratas? No les negaré que fue divertido, pero creo que no necesitamos volver al Chicago de Al Capone.

Oscar a la sombra de Goya

Álex de la Iglesia me cae bien. Además de admitir sus pecados y de aceptar sus propios errores, ha dado la cara -física y virtualmente- por todos los que creemos que la Ley Sinde es excesiva e inconsistente. Pero no les voy a subrayar las declaraciones que seguro ya han leído en otras páginas. Quiero apuntar un hecho que me sorprendió muchísimo ayer, mientras veía los informativos del mediodía.

Por primera -y única, que yo recuerde- vez la gala de los Goya ensombrece el anuncio de las nominaciones de los Oscar. ¿Se dan cuenta? Sí, es cierto que las circunstancias no son las más recomendables, pero no me negarán que es fascinante ver cómo las desventuras del cine español titulan a cinco columnas desplazando a los premios de Hollywood a una página par.

Soy firme defensor de que el cine patrio necesita una cura de marketing. Tenemos que aprender a vendernos y, más importante, a llamar la atención sobre nuestras producciones. Por eso creo que Álex de la Iglesia ha sido extraordinariamente inteligente con el anuncio de su dimisión tras la gala de los Goya: no sólo se ha ganado a todos los usuarios de páginas de descargas y redes sociales, sino que ahora, sus películas, tienen un plus de simpatía -por muy rara que sea ‘Balada triste de trompeta’ y la gala ha ganado un punto morboso muy interesante.

La advertencia del director de ‘El día de la bestia’ hará que miles de televisores sintonicen con el buen hacer de Buenafuente (que ya nos ganó el año pasado) y, con un poco de suerte, alguno de ellos irá al cine (o buscará en Internet) para ver cine español. ¿Se imaginan?

Y eso, que Javier Bardem está nomiado al Oscar, otra vez.

Ley seca

La noche del 31 de diciembre de 1919, Estados Unidos duplicó sus alegrías y sus tristezas. No hubo yanki cabal que no decidiera pimplarse el whisky a tragos de elefante. Los padres más respetables bebieron hasta el éxtasis. Los padres de los padres brindaron por las fiestas vividas. Y unos y otros animaron a sus niños a probar una perdición que, a partir del siguiente rayo de Sol, estaría penada por ley.

Unos meses después, los chicos de las barras y las estrellas, deseosos de un mísero sorbo de tequila, empezaron a frecuentar garitos de mala muerte, callejones oscuros y barriles mentirosos de contenidos alegres. Un jovenzuelo con ansias de poder se percató de la oportunidad: “Mi país quiere a alguien como yo. A alguien que se juegue la vida por ellos para que un camarero clandestino les ponga una copa ‘on the rocks’ como Dios y Benjamin Franklin mandan”. Así fue como el tipo, Al Capone, se convirtió en toda una inspiración para el resto de generaciones venideras de la patria de los Beach Boys: “Adáptate a los cambios y hallarás fortuna” (sí, bueno, luego está todo el lío ese de Elliot Ness y la infinidad de asesinatos que los hombres de Capone cometieron por todo el territorio, pero eran otros tiempos. Minucias que no deben estropear la enseñanza).

Con todos los respetos, creo que la señora Sinde y su equipo de creativos están liando la marrana. Sin ánimo de mezclar churras con merinas, el cierre de páginas webs es parecido a la Ley Seca. El problema con el alcohol, al igual que con la piratería, los derechos de autor o la extracción compulsiva de mocos, es la educación. Enseñar a valorar, a compartir, a respetar y a no abusar. Y no enseñar que si algo no te gusta lo quitas de en medio pasándote los derechos civiles por el forro de los pantalones.

Y, perdonen que les diga otra vez, si todo esto es para proteger al cine español -entre otras cosas-, desengáñense: las películas patrias no sacan pasta porque no interesan, porque no se venden bien o porque, una vez más, no nos han enseñado a amarlas. Qué más quisieran los fieles de Sinde que el cine español fuera tan buscado y descargado como el hollywoodiense. Sería una maravillosa señal de éxito.

No propongo que nos matemos a tiros en carreteras poco transitadas ni que recuperemos las tradiciones gangster. Pero sí lanzo el reto: ¿Y si la industria se levanta de su cómodo sillón y se adapta a los cambios? Otras empresas lo hacen. Más que nada porque no tienen otro remedio.

El Cinesin(de)

Uno de mis juguetes favoritos de pequeño era el ‘Cine Exin’, un proyector manual de películas infantiles. Recuerdo apagar todas las luces de la habitación, apartar muebles y camas para dejar despejada la pared, cerrar postigos, echar cortinas y sentarme en el suelo, a poco más de un metro de la pantalla recién nacida, para disfrutar de Pluto corriendo hacia delante y hacia atrás. Supongo que se imaginan lo que era, cuando sólo había uno o dos canales de televisión, que un niño pudiera tener el cine en casa.

La famosa y debatida ‘Ley Sinde’ me parece un despropósito. Un barbaridad canalla y despótica. Y un insulto a la libertad de expresión. Pero he de admitir que, por mucho que nos incomode y nos obligue a levantarnos del sillón, era cuestión de tiempo que páginas como seriesyonkis o cinetube se vieran afectadas.

Estas dos webs, que ofrecen series y películas on-line de manera gratuita –que no altruista-, se pusieron el pasado viernes en huelga para protestar por la dichosa ‘Ley Sinde’. Estas páginas las usamos (primera persona del plural) muchísimas personas. Nos lo ponen fácil. Ahora bien, si alguien viene y me dice “estas páginas publican contenidos sin permiso y las vamos a cerrar porque afectan a los creadores que se encuentran en los títulos de crédito y a los distribuidores, cines, cadenas de televisión y demás miembros de un negocio”, no puedo rechistar. Me jode. Sí. Pero no puedo rechistar. ¿Se imaginan que los tornillos que realizan a diario para ganarse el pan de sus hijos los dieran gratis a la vuelta de la esquina? Seriesyonis o Cinetube son como aquel juguete que nos daba cine gratis de  pequeños. Con la diferencia de que el ‘Cine Exin’ lo habíamos pagado.

El problema de la Ley es que afecta a otras muchas páginas webs que vivirán bajo el yugo de el ojo de Sauron que todo lo controla.

Una última reflexión: ¿Se han fijado que la mayoría de películas españolas no están en estas páginas de cine on-line? Quizás, también, alguien podría replantear que a estas webs sólo llegan las cintas que interesan al público… Ésa sí es una balanza democrática y no un dedo absolutista y acusador.