Héroes de Lorca

El cine siempre fue muy generoso con las desgracias. Estamos hartos de ver cómo el guaperas de turno salva el pellejo de milagro cuando un absurdo volcán despierta en mitad de Los Ángeles o cuando un enorme tsunami aborda la Estatua de la Libertad o, incluso, al desviar la trayectoria de un meteorito con intenciones funestas para con nuestro planeta. Pero, lo curioso del asunto, es que todas esas cintas olvidan a los auténticos héroes de la historia: las víctimas.

El miércoles tuve la suerte de visitar Lorca. Queda poco para que se cumpla un mes del terremoto que ha dejado 21.000 viviendas a expensas de un perito. El once de mayo nos quedamos atónitos ante el poder destructivo de la misma tierra sobre la que aposentamos nuestras esperanzas. Ya fuera en vídeos o a través de las poderosas fotografías que publicó la prensa, fue imposible no sentirse interpelado por la tragedia.

Paseando por el barrio de La Viña, la Zona Cero del seísmo, intenté recrear la escena: gente corriendo, chillidos silenciados por la angustia, sirenas que ahogaban los recuerdos y el peso de la piedra aplastando las fotografías que colgamos en la pared. Intenté imaginar un emotivo travelling junto a los escombros, con el afinado soniquete de John Williams de fondo, mientras el guaperas esquivaba los obstáculos para salvar a su amada y darle un emotivo beso. Pero no pude. El tópico es cierto: la realidad supera a la ficción. Y, la realidad, no deja espacio para bandas sonoras ni protagonistas indespeinables. La realidad es dura, cruel y estremecedora.

Sin embargo, de pie en el pabellón de Santa Quiteria, donde se organiza la comida para el campamento de refugiados, veo a un grupo de voluntarios y se me eriza el vello al descubrir, de bruces, la más pura realidad: los héroes siempre estuvieron detrás de la cámara.