Desarrollaron su carrera en un mundo violento, ingenuo y virgen de cromas y efectos dimensionales. Apretaban el gatillo, mataban al malo y posaban para la cámara con un chascarrillo prepotente, tan escueto como poderoso. Era su trabajo y eran los mejores. Mientras críticos y expertos les otorgaban adjetivos secundarios -comercial, palomitero-, regalaban a otros la gloria, el arte; la trascendencia. Después de todo, ellos eran héroes de acción, músculos sin cerebro que sólo valían para correr delante de la cámara y gritar como cosacos antes de romper un cuello. Antes de reclamar venganza.
Es curioso. La generación que se crió con ellos -con Schwarzenegger, Stallone, Van-Dame, Willis, Lundgren- convirtió esas películas en hitos culturales. En referencias continuas que describen a los niños que fueron y a los adultos que aspiraban ser. Aquellos niños hoy son el grueso de un grupo de jóvenes preparados y ambiciosos, con formación y capacidad para revolucionar el mundo y derrochar talento. Esforzados como Rambo, dedicados como McClane, fieles como Conan y eficaces como cualquier otro soldado universal. Y, sin embargo, no es así.
Ambos grupos -los actores y los espectadores- comparten hoy una categoría social similar: los prescindibles, los sacrificables; los que pagan el pato, los que salen perdiendo, el daño colateral, la nota discordante.
Y eso es el gran mensaje, la gran poética de ‘Los Mercenarios’ de Sylvester. La reivindicación de una época, de una generación, de un legado que reclama su lugar en el mundo. Si hubiéramos mantenido el título original, ‘The Expendables’, ahora hablaríamos de la segunda entrega de ‘Los Prescindibles’, un marco mucho más descriptivo y cautivador que el referente bélico.
La verdad es que no nos importa mucho la calidad cinematográfica ni la trascendencia filosófica de ‘Los Mercenarios 2’. Nos importa descubrir ver cómo los prescindibles se abren hueco a metrallazos en un mundo carcomido, repleto de cromas y falsedades, que añora el tiempo en el que ‘querer’ era sinónimo de poder. Yipikaiey.