Fargo para el frío

Miraba por la ventana y me imaginaba la situación. ¿Qué cara pondría un tipo de Minnesota al ver nuestras reacciones cuando nieva? «¡Nieva, nieva, Dios mío, nieva!», «sí, ya lo veo, ¿y?», «¡que nieva, madre del amor hermoso, nieva!», «ajá». Supongo que será algo parecido a si viene un señor que nunca salió del desierto y alucina al ver llover. Sea como sea, me hace mucha gracia. Aunque, por ser honestos, ayer, mientras veía la nieve caer, no pensaba en nada agradable. Pensaba en asesinatos. En sangre. En el martillo de Lester Nygaard y la cuchilla de Lorne Malvo. Pensaba en ‘Fargo’.

Por supuesto que la pueden ver cuando les plazca (mientras la vean, claro, eso es lo importante), pero ‘Fargo’ es una serie de televisión para el frío. Una serie en la que el ambiente, el blanco impoluto de la nieve que rodea a la trama criminal, es un protagonista más. La pulcritud de la fotografía contrasta con la violencia y el caos que generan los vecinos de este pequeño pueblo de Minnesota. Dos extremos que nos llevan de la risa nerviosa al suspense más sobrecogedor.

En teoría, ‘Fargo’ es una miniserie de diez capítulos. Yo veo cine. Diez peliculones de una calidad técnica y narrativa envidiables a todas luces. Una de esas perlas (ya saben, ‘True Detective’, ‘Sherlock’, etcétera) que sobrepasa los límites de su formato y ridiculiza cualquier intento de ningunear lo que se puede hacer en televisión. Billy Bob Thornton y Martin Freeman están soberbios, pero es que los ‘casi’ desconocidos Allison Tolman y Colin Hanks llaman a las puertas del cielo.

Pueden tomar un caldo caliente y mirar por la ventana y abrigarse con la mesa camilla y tomar cientos de fotos de la nieve y pensar en tipos de Minnesota que se extrañan de su extrañeza y pensar en el calor del verano… Pero es invierno, hace frío y es la hora de ‘Fargo’.

 

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Sherlock, tercera temporada

Si Sherlock Holmes fuera espectador de su propia serie de televisión no tardaría más de dos segundos en descifrar el enigma: cada capítulo dura noventa minutos; los guiones están firmados por uno de los escritores más en forma de la actualidad audiovisual, Steven Moffat; los protagonistas son actores de primer orden, consagrados en las superproducciones más ambiciosas; pese al continuismo entre episodio y episodio, cada entrega de ‘Sherlock‘ tiene un principio y un final; y la realización, tanto en imagen como en sonido -después de verla, pasas días enteros tarareando la melodía-, es magistral.

¿No es evidente, estimados Watsons? ¡Sherlock no es una serie de televisión! ¡Es cine! ¡Gran cine!

Hace poco empezó a rular por Internet una fotografía de Benedict Cumberbatch y Robert Downey Jr. en la que se sugería al usuario que votase por su Sherlock Holmes favorito. Mi querido Iron Man, no hay color. Cumberbatch ha regenerado al personaje como nadie lo había hecho antes. La actualización del mito de Baker Street es tan acertada que cuesta encontrarle un pero. Bueno, quizás lo rápido que llega en el año y lo pronto que se marcha.

Se lo he dicho en varias ocasiones, si no han visto ‘Sherlock’ deberían hacerlo. Por tres razones: es entretenidísima, inteligente y emocionante. Además, es británica. Una localización que hace años hubiera pesado como una losa, pero que, hoy, es un piropo fundamental. No hay más que mirar a sus vecinas ‘Black Mirror’, ‘Misfits’, ‘Doctor Who’, ‘Broadchurch’, ‘Luther’… Hace poco leí, por cierto, a un crítico estadounidense decir que ‘True Detective’, la serie de moda de la HBO, tiene un cierto regusto británico.

De las tres temporadas que ‘Sherlock’ lleva con nosotros, la tercera es mi favorita. Y, en concreto, su segundo capítulo, que me fascinó de principio a fin con un guión repleto de idas y venidas de matrícula de honor. Aunque, claro, difícil competir con la cara de tonto que se me quedó en el clímax del tercero… En fin, sólo hay una pregunta efectiva, llegados a este punto: ¿por qué no han visto ‘Sherlock’ todavía?

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Bienvenidos al Fin del Mundo

Hubo un tiempo en el que salir de farra era mucho más que beber cervezas, bailar rock y reír a lágrima viva con los colegas. Era una búsqueda. La búsqueda de la leyenda. ¿Recuerdan? Pisábamos la noche dispuestos a ser parte de un mito nocturno que fuera recordado por las generaciones venideras. Esa edad en la que aún éramos indestructibles, capaces de jugarnos el tipo por entrar en los chascarrillos que contaríamos, veinte años después, rodeados de amigos, en la mesa de un restaurante de adultos.

Bienvenidos al Fin del Mundo‘, pese al gamberrismo declarado, tiene un punto de melancolía con el que es fácil sentirse identificado. Supongo que todos tenemos -o tendrán, tranquilos niños- alguna anécdota que guardan como épica en el cajón, junto a los álbumes de fotos. La película de Edward Wright es la exageración del mito, el retorno de ‘cinco mosqueteros’ a uno de los días más grandes de su historia. Ellos son: Gary King (Simon Pegg, ‘Star Trek: En la oscuridad’), Oliver Chamberlain (Martin Freeman, ‘El Hobbit’), Steven Prince (Paddy Considine, ‘El ultimátum de Bourne’), Peter Page (Eddie Marsan, ‘Sherlock Holmes’) y Andy Knightley (Nick Frost, ‘Paul’).

La película es divertida desde el primer minuto. Pero hay que admitir que Wright consigue que el espectador desarrolle una borrachera creciente similar a la de los protagonistas. Con la consecuente exaltación de la amistad, la risa nerviosa y el descubrimiento sorpresivo de una fuerza sobrehumana. El reto que King propone a sus cuates es recorrer doce pubs y tomarse doce pintas en el pueblo en el que se criaron. Un pelotazo sin igual que alcanzará la leyenda con la aparición de robots, aliens y cosas raras. Jo, qué noche.

‘Bienvenidos al Fin del Mundo’ es el cierre a la Trilogía del Cornetto de Edward Wright (‘Arma Fatal’, ‘Zombies Party’ y esta. Un día les cuento a qué viene lo de llamar a la saga con el nombre de un helado). Y he de confesarme fan absoluto de las tres cintas. Tengo especial debilidad por el dúo Pegg & Frost y por su facilidad para convertir una comedia en un evento friki de proporciones épicas. ¿Se han fijado que todas las películas son prólogos de otras más grandes que nunca existirán pero que seguro que les gustaría hacer y no les dejan por no ser lo suficientemente guapos y modernos y musculosos? Eso es así. Y me encantan.

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Sherlock

Casi al mismo tiempo que Guy Ritchie estrenaba su renovada visión del mito de Sherlock Holmes -más visceral, más excéntrico, más violento-, la BBC apostaba por una actualización del personaje en el Londres actual con una serie de tres capítulos que, con todos los respetos, se meaba en Hollywood, en las estrellas del celuloide y en los guiones conservadores de intrigas prefabricadas. Desconozco si la televisión patria ha emitido la primera temporada de ‘Sherlock’, pero, sea como sea, sepan que es una gozada.

Benedict Cumberbatch y Martin Freeman son el detective asociado Sherlock Holmes y su inestimable colega, el doctor Watson. Al primero le tenemos ahora mismo en cartelera con la sensacional ‘El topo’ y le veremos en ‘War Horse’; al segundo le hemos visto en ‘Guía del Autoestopista Galáctico’ o ‘Love Actually’. Y ambos son, hoy por hoy, dos de los actores ingleses más prometedores del momento. ¿Por qué? Dos palabras: ‘El Hobbit’.

Efectivamente, Freeman es Bilbo Bolsón, protagonista de la precuela de ‘El Señor de los Anillos’. Eso es algo que más o menos se sabe. Lo que es menos conocido, quizás porque no da la cara, es que Cumberbatch interpretará al gran enemigo del libro de Tolkien: el dragón Smaug.

La semana pasada se estrenó en Reino Unido la segunda temporada de ‘Sherlock’ y, me comentan, arranca de manera espectacular. Como les digo, una posible razón para disfrutar de la serie es ver a los dos fenómenos protagonistas que, por sí solos, hacen brillar al producto. Pero, sobre todo, porque cada capítulo -de una hora- es una pequeña película tan divertida como talentosa. Si tuviera que elegir entre la segunda parte de la película de Ritchie y la serie de la BBC, no tendría duda.

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