Shame

La peor vergüenza no es por lo que hemos hecho; es por lo que sabemos que volveremos a hacer. Mirar con deseo el objeto que luego repugnaremos y que más tarde adoraremos y que luego querremos repudiar. Una constante bajada a los infiernos por un pecado que rellena los oscuros rincones del alma, los escondites que no mostramos jamás. Asco y placer, dos palabras que chocan como polos opuestos y que se conjugan en ‘Shame’ arropados bajo la misma cama.

Steve McQueen dirige una película con un tenebroso carisma y un poderoso atractivo para el cuerpo y la mente. Brandon (Michael Fassbender) es un adicto al sexo y su vida gira entorno a él: La mujer del metro, la camarera del bar, la compañera de trabajo, la vecina del primero, la chica que conecta su webcam, la prostituta del barrio chino, la fotografía de una revista. Todo vale y todo en el mismo día. Su rutina, sin embargo, se verá alterada cuando llegue Sissy (Carey Mulligan), con quien comparte un pasado repleto de fantasmas.

La contención de la mayor parte de la película, siempre sugerente, explota en varias secuencias magistrales en las que McQueen deslumbra por su talento innato para la elipsis y la narrativa. Sin ir más lejos, los primeros minutos de ‘Shame’ son una virguería fílmica en la que queda perfectamente dibujado el personaje de Fassbender. Actor que soporta sobre sus hombros el peso de un film exigente y que merecía, sin ningún atisbo de duda, la nominación y, quizás, la victoria como mejor intérprete del año. Comparte con el Ryan Gosling de ‘Drive‘ la fascinante facilidad para pasar de cero a cien en un segundo, de la sonrisa al llanto, de la ternura a la brutalidad. Ella, Mulligan, espectacular; con especial mención a los dos minutos y medio cantando ‘New York, New York’ sin despegar sus ojos del primer plano.

‘Shame’ es una cinta atrevida y sin complejos que trata al espectador como un ser inteligente, capaz de rellenar los huecos que McQueen crea con sabiduría. Huecos oscuros, secretos y escondidos, como los que todos tenemos. Y repudiamos. Y adoramos. Y volvemos a repudiar.

Esas revistillas que nunca leímos

La adolescencia es esa época en la que ves, sin lugar a dudas, una escena pornográfica en las cuevas de Altamira. Es así. El adolescente medio aullaría cada vez que viera el contoneo de una zagala, pero no lo hace porque es difícil abrir la boca con tanta baba acumulada. Bueno, ustedes me entienden. Que me imagino que todos pasaron por algo parecido. El caso es que me hace mucha gracia la confluencia de estrenos de este fin de semana. Dos películas, en concreto: ‘Shame’ (Steve McQueen) y ‘Young Adult’ (Jason Reitman).

La primera, protagonizada por dos actores que gozan de un momento de fábula, Michael Fassbender (‘Xmen: Primera Generación’) y Carey Mullighan (‘Drive’), trata de un tipo que está más salido que el pico de una plancha. Y, encima, es guapo. Osea, el sueño de todo adolescente con ansias de retozo. La segunda, dirigida por el ‘buenrollista’ Jason Reitman (‘Up in the Air’), convierte a Charlize Theron en una mujer hecha y derecha que sigue estancada en su adolescencia.

No sé por qué, pero la combinación de ambos estrenos ha rescatado un recuerdo juvenil que tenía en la papelera de reciclaje. Estábamos en clase, en el colegio, en esa época en la que nadie tenía revistas curiosas pero todos curioseaban, y, como buenos aprendices de la vida, nos surgían preguntas irreverentes. Mientras que todos las guardábamos para cuando llegara Internet, uno de los fenómenos de clase, pongamos que se llamaba Pepe, alzó la mano en mitad de clase de Naturalres para hacer una pregunta memorable: “Profe, si le cortamos los pezones a una mujer, ¿saldría leche a borbotones?” Se pueden imaginar las carcajadas y la cara en descomposición del profe. Perdónennos, en la EGB éramos más prácticos.

En fin. Ambas cintas llegan con el beneplácito de la crítica y una tremenda aceptación del público estadounidense. No sé por cuál empezare, pero este fin de semana es buen momento para hacer un bonito ‘remember’, aullar por las esquinas cual adolescente desbocado y recordar las revistas que no leímos. Ahora, curiosearlas…

Un método peligroso

“A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”. O, lo que es lo mismo, reinventarse. Dejar morir lo que éramos para empezar a ser algo totalmente distinto. La frase, pronunciada por Carl Jung (Michael Fassbender) cierra una de las películas más perturbadoras y sugerentes del año. ‘Un método peligroso’ es un ejercicio de hipnosis con el que David Cronenberg (‘Una historia de violencia’, ‘Promesas del este’) fisgonea en la mente del público, auténtico paciente del filme, para poner en duda los muros de moral y civismo que rigen nuestra vida. Y el sexo. El sexo por encima -y por debajo- de todo. El placer por antonomasia y, al mismo tiempo, el mayor de los tapujos.

A principios del Siglo XX surge una nueva forma de estudiar la mente humana: el ‘psicoanálisis’. Freud (Viggo Mortensen), el creador del método, lidera una revolución médica a la que se adhiere Carl Jung, joven promesa que utiliza las teorías de Freud para curar a Sabina Spielrein (Keira Knightley), joven belleza repleta de miedos, complejos y locuras de toda índole. El diálogo a tres bandas terminará creando una tensión sexual que, inevitablemente, explotará en una orgía dialéctica.

Cronenberg sabe lo que hace. Por eso, lo primero que nos enseña en la película es el método de trabajo: el paciente se sienta delante y el médico, el analista, se sienta detrás, viendo todo lo que acontece, juzgando las actitudes, las decisiones, los hechos y las intenciones. Fassbender se sienta detrás de Knightley y, a su vez, nosotros tras Fassbender, cerrando un círculo perfecto que nos embaucará durante una hora y media intensa de metraje.

‘Un método peligroso’ no es una película accesible a todos los públicos. Exige un mínimo de concentración bastante elevado y puede aburrir al espectador que no esté dispuesto a dejarse interpelar. Si sobrepasan sus propios límites, al terminar la cinta, llegarán a dos conclusiones: Uno. Si la gente a su alrededor abandona la sala sin solicitar un revolcón lascivo e irreflexivo con el resto de espectadores, es que no han entendido la película. Dos. Jung y Freud tenían razón.

De Superman a Robocop

¡Señora! Hoy gastamos noticias frescas de las nuevas heroínas del mundo del cómic -o sucedáneos- en la gran pantalla. La bella Julia Ormond (cuyo contorneo de cabello hemos visto desde ‘Sabrina (y sus amores)’ hasta ‘El curioso caso de Benjamin Button’ pasando por ‘Leyendas de Pasión’), acaba de abortar el nacimiento de Superman. O, al menos, el suyo. La actriz ha anunciado que no será Lara, la kriptoniana que da a luz al intrépido Clark Kent. El papel lo retoma Ayelet Zurer (la protagonista de ‘Ángeles y Demonios’), que hará pareja con Russel Crowe.

Si Green Lantern no provoca una concatenación de vómitos incontrolables es por la presencia -que no actuación; no confundir- de Blake Lively. La moza que ganó fama con Gossip Girl suena para protagonizar la versión fílmica de ‘Orgullo, Prejuicio y Zombies’. Un papel que terminaría de consagrarla como nuevo mito entre adolescentes gracias a sus trabajos: sexo juvenil, héroes de cómic y devoradores de cuerpos. Qué mezcla.

Hablando de simpatía: Anne Hathaway. La princesa por sorpresa que inspiró a Belén Esteban se ha hecho un hueco en la franquicia de Cristopher Nolan. Siguiendo la estela de Michelle Pfeifer en Batman Returns (esperemos que ignore los consejos de Halle Berry), nos llegan las primeras imágenes de Hathaway en la piel de Catwoman, en ‘The Dark Knight Rises’. Es pronto para juzgar su presencia en la trilogía, pero tiene toda la pinta de que jugará un papel destacado.

Y por aquello de la paridad, una de actores. El director José Padilha ha pedido a un actor muy concreto para interpretar a Robocop: Michael Fassbender. El actor sigue su meteórica carrera hacia la fama gracias a su memorable Magneto de ‘X-Men: Primera Generación’ y al fabuloso -dicen- trabajo que hace en ‘Shame’. Yo compro.

X-Men: Primera Generación

Primero pensé que ‘X-Men: Primera Generación’ era la historia que todos los fans de Star Wars esperábamos ver entre Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker. De hecho, no me cabe duda de que la película de Matthew Vaughn (‘Kick-Ass’, ‘Stardust’) es el mejor filme de jedis de los últimos veinte años. Luego di gracias al cielo y a los productores de Hollywood que dieron un presupuesto ridículo a la película -“¿superhéroes en los 60, qué locura es esa?”-, porque nos han ahorrado estupideces en 3D y han favorecido un derroche de imaginación que se sustenta en el corazón del celuloide: un gran guion. Y, por fin, con unos títulos de crédito tan vistosos como el resto del metraje, lamenté no tener diez años para poder ir al parque a jugar a que soy un mutante. Repámpanos, qué divertida es.

Después de una tercera entrega mediocre y un ‘Lobezo’ innecesario, ‘Primera Generación’ es un soplo de aire fresco. No es un ‘remake’, no es un ‘reboot’ ni una entrega más de una franquicia. Es una delicia. Charles Xavier (James McAvoy) y Erik Lehnsherr (Michael Fassbender) tenían un destino: forjar una amistad y liderar los dos bandos opuestos de una gran guerra. ‘X-Men: Primera Generación’ relata cómo se conocieron y las razones que llevaron a ambos a tomar rumbos tan opuestos.

La última de Marvel (inconmensurablemente mejor que ‘Thor’; y probablemente que cualquier otra de la casa) mezcla intriga y suspense -casi al estilo James Bond- con acción y aventura, todo sazonado con una estética de cómic muy bien traída. Además, Vaughn no cae en el error de ignorar al resto de secundarios y convertirles en meros maniquíes que posan junto a los protagonistas -con la excepción del español Álex González, que no dice una palabra-.

La cinta hará las delicias de los lectores del cómic y de cualquier espectador que quiera pasar un buen rato. Porque, quizás, el éxito de ‘X-Men’ sea superar esa difícil línea que separa el cine de entretenimiento de una gran película. Me voy a repetir, pero allá va: con el presupuesto de ‘Piratas del Caribe 4’ hacemos diez ‘X-Men: Primera Generación’. ¿A qué estamos esperando?

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