Micmacs

La rareza es el privilegio incomprendido. El extraño y aún así cotidiano poder de ser inesperado, de sorprender con un talento innato y genuino. Una capacidad que te diferencia del resto de seres humanos y que, al mismo tiempo, te convierte en un indiscutible miembro de la especie. Ya saben: el tipo que utiliza los dedos de los pies como si fueran manos, la chica que huele las flores a través de un cristal, el virtuoso de los malabares con cuchillos, la niña que presiente la lluvia… Al final, todos somos superhéroes en potencia. Queramos o no aceptarlo.

Jean-Pierre Jeunet (‘Amelie’, ‘Delicatessen’, ‘Largo domingo de noviazgo’) dirigió en 2008 una película que se estrenó en 2009 y que llegó a España la semana pasada: ‘Micmacs’. Una fábula moderna sobre la gente rara que colorea nuestras calles y un canto al arte como única y más poderosa arma de revolución. El arte como el mayor enemigo de La Guerra.

Bazil es un hombre vivo, pese a lo que debería dictar la lógica: después de que su padre muriera por una mina antipersona, él recibió, de rebote, una bala en su cabeza. Los doctores decidieron dejarla dentro, ya que quitarla podría suponer la muerte inminente. Cuando sale del hospital se encuentra sin casa ni trabajo, por lo que tendrá que utilizar sus habilidades de payaso para sobrevivir en la calle. Hasta que un día se encuentra con Placard, el patriarca de un grupo de habilidosos ‘artistas’ que le abrirán las puertas de su hogar. Bazil, ayudado por el resto de ‘raros’, buscará su particular venganza contra la industria armamentística.

‘Micmacs’ es una suerte de ‘X-Men’ sazonada con algo de ‘Mistery Men’ y aliñada con el buen humor y la entrañabilidad de ‘Amelie’, que deja un sabor fresco y agradable. Una película imprescindible en una cartelera previsible. Jeunet se gana al espectador con dos elementos clave: personajes trabajados, carismáticos, repletos de matices, y un guion que encuentra la complicidad del espectador con cada nuevo fotograma.

No les voy a engañar, es una película rara. Ya. Bueno. ¿Y quién no?