Siempre me resultó curioso cómo convertimos en héroes a personajes que, a priori, son susceptibles de sufrir el desprecio más racional. Los ladrones, por ejemplo. El cine es un vasto y fértil terreno de historias protagonizadas por mafiosos, esbirros, zorros, chorizos, bandidos y maleantes de toda índole. Y no sé por qué infiernos nos resultan tan atractivos. ¿Será esa mirada esquiva, ese carácter tan marcado, ese honor gremial tan difícil de dibujar pero tan fácil de comprender? A saber.
Miguel Montes Neiro, el que fuera el preso más antiguo de España, salió ayer de la cárcel de Albolote con una alegría inaudita: era la primera vez en 36 años que se sentía libre por derecho propio. Desde que se convirtió en recluso había intentado fugarse en numerosas ocasiones, un elemento que, por cierto, incrementa la leyenda del granadino. Y enriquece el guion.
Ver a Neiro rodeado de cámaras de televisión, pronunciando un discurso por la libertad y los derechos humanos, parecía el epílogo de un biopic con sabor a Goya. No me extrañaría, de hecho, que algún productor ya le haya echado el guante a los derechos de la historia. El propio Miguel dijo que estaba escribiendo sus memorias, que no descartaba una película, que todo valía de ahora en adelante.
Y yo, viendo el rostro de Montes Neiro caminando cual ronin desterrado de su castillo, me imaginaba a Viggo Mortensen ataviado de Alatriste, presumiendo de bigote y arengando al bien historiado gremio de los ladrones. Claro, eso porque a mí no me robó nada, que me imagino que a las víctimas de Neiro tampoco les hará mucha gracia tanta épica.