Estimado Señor Mr. Bean

Estimado Mr. Bean. No sé si me recordará. Le escribí hace unos años para contarle, con algo de orgullo y grandes dosis de vergüenza, que me había sentido identificado con usted, con su obra, de la que soy un confeso admirador. En aquella ocasión le relaté cómo terminé en el cuarto de baño del trabajo, pegando los pantalones a la máquina de aire caliente, la de secar las manos, en un absurdo intento de maquillar el café que acababa de verter por mis pantalones; justo en la zona delicada. En ésa zona delicada.

Como bien sabe, no pude evitar recordar la famosa escena en la que usted vivía una situación parecida, en su película ‘Mr. Bean’. Por aquel entonces creí que aquella era la única escena que alguien podría sufrir en sus propias carnes. Qué ingenuo fui, señor Bean, qué ingenuo.

Todavía no salgo de mi asombro: una señora decide restaurar una pintura, el Cristo de Borja -como ya se le conoce-, con mucho cariño y nada de arte. Vaya, que a su lado la versión que usted hizo de la señora americana con un bolígrafo azul es una extravagancia de principiantes. Tiene que ver la obra restaurada, señor Bean, estoy convencido de que le encantará el trabajo de su pupila.

De hecho, cuanto más miro la pintura de Borja, más me gusta el resultado. Creo que ya estábamos saturados de Cristos en la misma pose, con la misma cara, con el mismo estilo. En serio, a mi modo de ver, la nueva imagen guarda es mucho más impactante y poderosa que su predecesora. Estaremos atentos a la repercusión industrial: pósteres, camisetas, chapas… El negocio está servido.

En fin, estimado Mr. Bean, con todo esto quiero decirle que para mí, en esto de la Restauración, sucede como con los Sith: siempre son dos, un maestro y un aprendiz. Y ustedes dos son los puñeteros amos.