Las pasiones invictas

Qué gusto sentirse campeón. Del Mundo, oigan. Ayer por la mañana me emocioné -otra vez- al escuchar las declaraciones que Iker Casillas -nuestro insigne y particular Leónidas- hizo en la radio: “Este es el final perfecto para la película. Empezamos perdiendo, pero poco a poco, con trabajo y esfuerzo, hemos alcanzado el sueño. Esto es maravilloso”. Como dicen los entendidos, no se trata de ser supersticiosos, pero aquí todo cuenta. El día después de que España perdiera contra Suiza, hablamos de cómo nos gustaría recordar ‘la película’ del Mundial, ¿recuerdan?

Les planteé que el guión, gracias a la derrota, sería redondo. La metáfora de un país levantando, al fin, un triunfo. Convirtiéndonos en leyenda. Y, qué quieren que les diga, estoy terriblemente orgulloso de que la Historia haya hecho justicia.

Hoy me vienen tres filmes a la cabeza. La primera, la que ha guiado el espíritu del Mundial de Sudáfrica: ‘Invictus’, con un equipo – “dueños de su alma, dueños de su destino”- que ha cogido las riendas de un país sin líderes para darnos una dosis de emoción. ‘El secreto de sus ojos’ y su precioso monólogo sobre las pasiones, sobre cómo un sentimiento tan irracional puede hacernos poderosos. Y, en un rezagado tercer puesto, ‘300’, más que por la épica, por la tremenda paliza que soportamos de esos persas que no supieron perder, los holandeses.

Pero, finalmente, volvimos a la rendición de Breda. Las lanzas al suelo y los vítores al cielo. Un país convulsionando a rojos borbotones de amor. El amor por un deporte, por una idea, por un muesca en el fusil. El amor contenido en las lágrimas de rabia y en un beso, natural, entre el héroe y la heroína. Un beso como los de antes, inesperado, con la pierna al aire.

Casillas, qué película, amigo. Qué película.

Distrito 9

El Mundial de Sudáfrica rescata de mi memoria más reciente uno de los grandes peliculones del año pasado: ‘Distrito 9’. Neil Blomkamp era un aclamado director de publicidad que consiguió hacer de un pequeño corto que triunfó en los ordenadores de medio mundo, una cinta a caballo entre el documental y la ciencia ficción. Y, qué quieren que les diga, me fascinó.

‘Distrito 9’ describió, como pocas películas han hecho antes, la marginación y la xenofobia en Sudáfrica. Precisamente este domingo, en XL Semanal, leía un reportaje de las fotos que nunca vimos de África -maravilloso trabajo- en el que hablaban de las matanzas indiscriminadas, las aceras separadas para blancos y negros y no sé cuántas más barbaridades, medallas de nuestra especie.

En la cinta, el poder de la metáfora no sólo caía en la obviedad de apartar a los distintos. También en la forma visual de narrar: los otros, a los ojos del racista, son seres asquerosos y biscosos, casi cucarachas que merecen ser aplastadas. Pero basta ponerse en su piel, gastar empatía, tal y como lo hace Wikus Van De Merwe (Sharlto Copley, que será Murdock en ‘El Equipo A’), para descubrir una mirada indefensa.

El solo nombre del protagonista, Wikus Van De Merwe, ya establecía un término alternativo: un héroe inusual, anti-clásico. Un protagonista consagrado para evidenciar que lo raro también puede desprender bondad.

Estos días en los que Sudáfrica está tan presente en los informativos de la televisión, aprovechen para hacerse con el deuvedé (o blu-ray, mucho mejor) y disfrutar con una aventura con todos los talentos de la sci-fi y todos los pecados del ser humano.

La última fortaleza

Nada más terminar el insatisfactorio partido de España -esperaba, por lo menos, seis chicharros- ejercí mi derecho a la chaquetería y me pasé de cadena para ver ‘La Última Fortaleza’. La película ya me gustó en su momento (‘The Last Castle’. Rod Lurie, 2002), pero, en esta ocasión, el magnetismo intrínseco de Robert Redford me invitó a reflexionar sobre la figura del líder. O, más bien, sobre la escandalosa ausencia de uno en España.

A ver. Con todo esto de que la sombra de la crisis hace sombra a la del ciprés, de la reforma laboral en ciernes y la huelga general, en el horizonte, terminando el cuadro, no veo rumbos ni decisiones. Y eso es justo lo que necesito. El líder, tal y como lo pinta Redford, no es ese tipo tan brillante que nunca se equivoca. No. Es el tipo que, cuando se equivoca, busca soluciones. Y el que, aún cuando todo está en su contra, es capaz de encontrar la fuerza que contagie a sus ‘soldados’ para la batalla.

Qué quieren que les diga. Ni izquierda, ni derecha, ni centro. No veo, en ningún caso, una persona de la que fiarme. Un líder. Sólo veo pijos bien avenidos que, en vez de sufrir con el resto de los mortales, se bajan nuevas aplicaciones para su nuevo y reluciente ‘Iphone 4G’ que, entre todos, les hemos regalado.

Pese a que los usuarios de botellas medio vacías se empeñen en ver en el Mundial un vaso repleto de opio para el pueblo, nos está sirviendo para subirnos el ego patrio. A los militares presos de ‘La última fortaleza’ se les prohíbe hacer el saludo oficial -ya saben, mano sobre la ceja, haciendo la visera- como forma de herirles en su orgullo más íntimo. Y, no es que quiera defender el chovinismo yanki, pero aquí, si sacas una bandera española a la calle, tardan poco en lloverte las hostias ideológicas. A no ser que estemos, como ahora, en un Mundial de fútbol. ¿No es absurdo? ¿No debería representarnos a todos la bandera, sin estúpidos tópicos anquilosados en la involución?

Lo que les digo, necesitamos un Robert Redford pero ya.

El guión del Mundial

Una cosa que siempre me fascinó de la imaginería estadounidense es que tienen muy aprendida la lección. La de ganar, quiero decir. Ellos, que siempre nos sueltan una evidente moralina al final de la historia, saben que para ver triunfar al protagonista, primero tienes que verle caer.

En este sentido, el clásico básico del cine deportivo al que debemos referirnos inequívocamente es ‘Somos los mejores’, esa obra memorable de Disney que nos enseñó que un gordito, una niña con aspiraciones de lucha libre, un heavy de melenas movedizas y un adorable gafotas de corpulencia cero son, siempre, el equipo en el que querríamos estar. ¿Por qué? Porque tarde o temprano los veremos caer.

Recuerden las sabias palabras de maese Alfred (en aspecto de Sir….) al dueño de industrias Wayne en Batman Begins: “¿Para qué nos caemos Bruce? Para aprender a levantarnos”. Con toda esta milonga heroica y cacharrería popular quiero decir que vamos por el buen camino. La selección española de fútbol va por buen camino. La roja.

Imaginen la cara del productor con el siguiente guión: “Un equipo repleto de estrellas llegan al Mundial y lo gana todo, de paliza, al ritmo del waka waka, sin sufrir ni un solo minuto”. ¿La tienen? Correcto, ahora dibujen el rostro con esta otra: “Un país entero pone sus nulas expectativas de éxito personal y profesional en un equipo que, en el primer partido del Mundial, les falla por la mínima. El derrumbe es colosal. Sin embargo, pase a pase, cuando todo parece perdido, La Roja asciende hasta levantar la copa. Un hecho que arenga a todo hijo de vecino que creció con la ‘eñe’ en su diccionario y les anima a creer que, aunque el mundo diga lo contrario, siempre nos quedará la épica”. ¿Y bien?

Recuerden la frase: “Juego porque sé que puedo perder. Pero siempre para ganar”.