El valor del suertudo

Se conoce que Napoleón, llegado el momento -un ataque imprevisto, una bomba lastimera-, se quedó sin oficiales al mando de sus principales batallones. Así que, ni corto ni perezoso -es una expresión; era corto-, organizó una reunión con sus encargados de recursos humanos para que le buscaran nuevos héroes. Un par de días más tarde, el gerifalte gabacho recibió las propuestas: hombres valerosos, fuertes, formados en las mejores universidades, con másters en estrategia militar y cursos especializados en Risk de más de 40 horas. Unos fenómenos. Los ases del Qzar (si no saben lo que es el Qzar… vuelvan al energizador).

Lo que no esperaba ningún coco franchute era que Napoleón, al ver a todos esos hijos de Ulises, dijera sin compasión: “Sí, sí. Son muy buenos, muy listos y más altos que si desayunaran con clembuterol. Pero, ¿tienen suerte?”

 

Amigos, suerte. Es posible que haya versionado la anécdota en algunos puntos del pasaje (obviamente, los franceses nunca jugarían al Risk; no pueden pronunciarlo), pero el meollo de la cuestión, la frase que Napoleón utilizaba para escoger a sus futuros líderes, es cierto: “¿Pero tienen suerte?”

En eso pensaba cuando veía a las miles de almas en vilo que protestaron por las calles de España contra la reforma laboral. Fíjense la tontería, imaginaba a todos esos jóvenes que ansían trabajar delante de Napoleón, convertidos en soldados, con unos currículos brillantes y unas cartas de recomendación portentosas. Imaginaba, sin remedio, la cara de impotencia que desfiguró sus rostros al escuchar la pregunta del capo francés. “¿Suerte? ¡¡Pero qué coj***s!!”

Lo tenemos todo. Y, sin embargo, nada.

Efemérides rojiblancas

Siempre me hizo gracia la típica conversación de ascensor que empieza tal que así: “¿Sabes que un 14 de abril de hace 80 años se proclamó la Segunda República en España y se constituyó un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora?” Yo no sé si cuando te dicen eso esperan que respondas “oh, Maripuri, eso hace que todo sea absolutamente distinto, God blessed You, darling”. Lo que me suele pasar a mí es que me quedo con el culo torcido, sin saber muy bien qué decir. Siempre me pilla por sorpresa.

No soy ningún insensato que no sabe valorar la Historia, lo que nos ha traído aquí -tranquilo Reverte, estoy contigo-. Pero creo que estas charlas suelen surgir por dos razones: para cubrir un silencio incómodo o para demostrar que eres más culto que tu vecino. Hoy, sin embargo, he estudiado a fondo los mapas del tiempo y tengo preparadas decenas de respuestas para el listo del ascensor que me marea con las efemérides.

Si me suelta algo del desembarco de Luis XVIII en Calais, en 1814, para tomar posesión del trono de Francia tras desterrar a Napoleón, le diré: “Qué es eso comparado con el asesinato de Abraham Lincoln, en 1865, tras recibir un tiro en la nuca por el fanático esclavista John Wilkes Booth”. Si rememora, compasivo, el terremoto de 1907 en Acapulco que casi destruye la ciudad, replicaré: “Peor es que los desastres vengan de la mano del hombre, como cuando en 1965 EE.UU. lanzó bombas napalm contra Vietnam del Norte, causando numerosísimas muertes civiles”.

Como se le ocurra marchar al terreno deportivo con el primer Masters de Golf de Augusta de Severiano Ballesteros, en 1980, me daré el placer de contestar, orgulloso: “Bah, yo, que soy granaíno, celebro que el Granada CF cumple 80 años desde su nacimiento”. Y si se atreve a mentar el viaje inaugural del AVE entre Sevilla y Madrid, en 1992, yo, que soy granaíno, le diré que…le diré que… le diré que deje de robarme ya la Fotogramas del buzón, carajo.

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