Divergente

Divergente‘ consigue algo indiscutible: una buena conversación. Imaginen que la sociedad estuviera segmentada en facciones y que, llegado el momento, tuviéramos que optar por una para toda la vida. ¿Qué sería? ¿Defensor de la verdad? ¿Un infalible erudito? ¿Abnegación y empatía? ¿Cordialidad y vida campestre? ¿Osadía? Más allá del entretenimiento que propone la película de Neil Burger (‘El ilusionista’, ‘Sin límites’), es realmente interesante escuchar las reflexiones de sus acompañantes y las razones que les llevarían a elegir uno u otro bando. Y, por supuesto, obligarse usted mismo a seleccionar su facción.

El film, basado en la novela de Veronica Roth, se centra en la complicada elección de Tris (Shailene Woodley, ‘Los descendientes’). Tras pasar una prueba rutinaria, descubre que ella es divergente, lo que significa que no encaja en una sola categoría y que podría ser lo que ella quisiera. O un poco de todas. El problema es que en esta sociedad futurista y devastada por la guerra no se aceptan a los divergentes ya que son difíciles de controlar. Tris optará por guardar silencio, esconder sus capacidades y optar por una de las facciones establecidas. ¿La descubrirán?

‘Divergente’ es una película de fácil digestión, que exige poco al espectador y que funciona muy bien como divertimento. Ahora bien. Supongamos, sin embargo, que existen cuatro facciones: ‘Los Juegos del Hambre’, ‘Harry Potter’, ‘El juego de Ender’ y ‘Crepúsculo’. Bien. ‘Divergente’ sería la facción divergente de todas ellas: un poco de escuela de magia, un poco de líder innato y héroe por accidente, unas dosis de romance imposible y una protagonista rubia en un mundo apocalíptico. Todo en ‘Divergente’ suena a algo que ya hemos visto o leído.

Lo curioso es que la jugada les ha salido redonda tanto a Roth como a Burger. Una historia liviana pero amena, que no pesa ni aburre, que no abusa de ninguna de sus ‘facciones’ y que encuentra el equilibrio exacto para el gran público. Una película rodada en proporciones químicas, exactas, para alcanzar la viralidad. Claro que, me temo, también será fácil de olvidar.

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Sin Límites

El refresco en la mesa, los papeles apilados, la espalda erguida y los dedos amarrados al teclado. Pero nada, la página sigue en blanco. No importa el ritual ni la retahíla de supersticiones que cumplan, las musas son unas prostitutas puñeteras que nunca mantienen el mismo precio. Imagine ahora, por un segundo, que si toma la pastilla que le ofrezco su cerebro funcionara a mil revoluciones. Será capaz de crear como nunca antes lo había hecho. Todo lo vivido será mucho más que un recuerdo; los conocimientos estarán plenamente disponibles, como si se trataran de carpetas en un disco duro esperando a ser abiertas. ¿Se imagina qué poder tan inmeso?

Neil Burger (‘El Ilusionista’) dirige ‘Sin Límites’, un inesperado relato de cómo Eddie Morra (Bradley Cooper; ‘El Equipo A’, ‘Resacón en Las Vegas’), un escritor venido a menos, se convierte en un superhéroe. De hecho, la cinta parece el primer episodio de una saga de cómics que nunca verá la luz. El origen de un personaje de Marvel o Dc, sólo que sin un disfraz ceñido ni una capa al viento.

El arranque de la película es sensacional. La transformación de Eddie Morra es brillante, con un ritmo embaucador que consigue arrastrarnos escena a escena. Y el proceso en el que descubrimos el universo infinito de posibilidades que tendríamos si pudiéramos emplear toda la capacidad de nuestro cerebro es excitante. Sin embargo, la fuerza narrativa del primer tercio se desvanece en un nudo desconcertante, que incluso se llega a hacer pesado. Una lástima. Lo curioso es que, al final, cuando recuperamos el frenesí del principio, de repente, se acaba. Dejando al espectador con esa horrible sensación de “alguien ha arrancado la última página de mi tebeo”.

En cualquier caso, ‘Sin Límites’ ha resultado una sorpresa agradable. Entretenida y con ciertos chispazos de genialidad que se agradecen, Burger se mueve con soltura en una ciencia ficción muy actual y moderna que, a veces, pasa desapercibida, con naturalidad. Y eso es muy difícil. Muy meritorio.

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