El terrorismo es la cúspide del horror. El lado más oscuro, macabro e irracional del ser humano. Sus rebeldías dejan lágrimas anónimas por motivos que ninguna vida, por longeva que sea, puede llegar a justificar. Hace poco estuve en el monumento a las víctimas del 11-M y, debajo de aquellos mensajes infinitos venidos de todo el mundo, me sentí abrumado. No tuve que despedir a ningún amigo o familiar en aquél jueves negro. Pero yo también soy víctima de Atocha. Y usted. Por suerte, desde pequeño fui educado en valores que negaban la violencia y sufrían la justicia. En 1997, mi clase abandonó el colegio para pintarse las manos blancas y concentrarse en el Ayuntamiento en repulsa por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nadie nos había dicho que el terrorismo era bueno o malo, sólo nos habían educado en la libertad. El problema del terrorismo es que sus soldados -ciegos, fieles, peligrosos- no fueron educados en libertad, sino manipulados en cautividad.
‘Cinco minutos de gloria’ (Oliver Hirschbiegel, ‘Invasión’) cuenta la historia de Alistair Little (Liam Neeson) que, con sólo 16 años, lidera su propia cuadrilla para matar a un joven católico en nombre de la Fuerza de Voluntarios del Ulster, en Irlanda del Norte, en 1975. Joe Griffin,de 11 años, presencia el asesinato de su hermano, un evento que marcará su vida a fuego. Treinta años más tarde, un programa de televisión reunirá a Joe y Alistair para que se conozcan en persona. Alistair ha cumplido su condena y la paz se ha establecido en Irlanda del norte, pero Joe Griffin tiene otros planes en mente: venganza.
¿Es posible la reconciliación? ¿Existe el arrepentimiento? ¿Perdonarías al hombre que mató a tu hermano? La pregunta flota durante la hora y media de película. Una hora y media que los españoles, inevitablemente, miramos con adulación. Ver a un país salir del terrorismo es un ejemplo que nos gustaría imitar. Sin embargo, el espíritu de la película es demasiado bondadoso y arenga el lado más humano de víctimas y verdugos. Quizás poco realista.
El mismo Griffin plantea el dilema: “¿Por qué no sería bueno para mí matar al hombre que mató a mi hermano ¡Me da todo igual! Quiero mis cinco minutos de gloria”. Liam Neeson brilla con un papel estremecedor de terrorista arrepentido. Su monólogo frente a las cámaras es tan glorioso como espeluznante: “Matar a un católico era lo justo, lo adecuado, lo que había que hacer. Y por eso era fácil. Ojo por ojo”.
‘Cinco minutos de gloria’ nos reta con una reflexión cruda pero demasiado idealizada. En cualquier caso, muy recomendable.