El spoiler de ‘Jurassic World’

Suceden con los tráilers, con los foros que se inundan de teorías conspiratorias y con las webs que se afanan por ser los primeros en ser los primeros. También suceden por culpa de las distribuciones con ‘lag’, esas que estrenan una película con grandes dosis de ‘hype’ –léase ‘X-Men: Días del Futuro Pasado’– un día en EEUUy varias semanas –o meses– más tarde, en nuestro país, provocando infinidad de rumores ciertos e inciertos en blogs, redes sociales y vídeos malintencionados. Sí, los spoilers suceden.

Pero en este mundo nuestro cada vez más conectado, los spoilers ya no son fruto de un comentario desafortunado tras salir de una sala de cine. No. Los spoilers, ahora, llegan antes que la propia película. Y es absurdo, la verdad. El último y doloroso caso lo ha sufrido el equipo de Colin Trevorrow (‘Seguridad no garantizada’), que se encuentra en fase de preproducción de ‘Jurassic World’, el regreso de los dinosaurios de Spielberg.

Hace un par de semanas, una revista publicó un rumor, supuestamente confirmado, que destripaba, a todas luces, los secretos que guardaba la cuarta entrega de ‘Parque Jurásico’. Tranquilos, no les voy a contar lo que ponía. Pero sí les voy a advertir de algo, por si las moscas: el rumor era verdad.

Otra revista, ‘Film’, publicó esta semana estas palabras de Trevorrow, muy dolido: «Es lo que pasa con las filtraciones, a veces no son ni malas interpretaciones ni falsedades. Eran elementos reales de la historia que los cineastas estaban intentando presentar al público en la oscuridad de una sala de cine. Pero por desgracia, en 2014, los lees en un ordenador. La semana pasada fue descorazonadora para cualquiera de nuestro equipo, no porque quisiéramos ocultar cosas a los fans, sino porque estábamos trabajando muy duro para crear algo lleno de sorpresas. Cuando era crío, descubrías todo de golpe en un cine, te caía encima y explotaba tu cabeza. Ahora basta una persona para destripárselo a todo el mundo. Espero que quien sea que lo haya filtrado lo haya hecho para reventar lo que estamos creando, porque si trataba de ayudar, lo ha hecho fatal».

Nada que añadir, señorías. Cuidado con las tonterías. No nos carguemos la magia, de tanto usarla.

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La generación que creyó en dinosaurios

Es una confesión de la que no me avergüenzo: yo creí en dinosaurios. En el año 1993 era normal desollarse las rodillas en el recreo. Un problema para lanzar canicas, pero una excusa para pasar las horas muertas intercambiando cromos al lado de las fuentes. Y eso que decían que algunos tenían droga dentro. De hecho, recuerdo romper alguno con mis amigos, en plan experimento, y sospechar que el polvo que caía era una sustancia prohibida y no simples partículas de cartón revenido. Allí, en la puerta del colegio, un niño juró que la furgoneta del Equipo A había pasado a toda velocidad por la calle, y todos salimos corriendo a ver si aún olía a rueda quemada.

Decidíamos creer. Era un estado perenne de alerta, como el sexto sentido del Hombre Araña, que nos mantenía comprometidos con la imaginación. ¿De qué se extrañan entonces cuando les digo que creíamos en dinosaurios? ¿Cómo no convocar un concilio en el patio después de aquel fin de semana en el que la melodía de John Williams aún repicaba en nuestras cabezas? Casi puedo sentir el misterio, los hombros entrelazados, y la voz sibilina de uno de los de siempre: «Vale, qué sabéis del ámbar».

En los últimos veinte años se han escrito todo tipo de artículos sobre la revolución que supuso ‘Parque Jurásico’ en el cine. Tras un complicadísimo rodaje repleto de retrasos y de incrementos inesperados en el presupuesto, el estreno de la película de Spielberg fue un ‘boom’ sin precedentes. La cinta puso de moda a los dinosaurios y su invasión alcanzó cómics, novelas, series de televisión, juguetes, videojuegos y, claro, más cine. Pero, como les digo, de esa ‘revolución’ ya se ha escrito casi todo. De los niños que fueron espectadores, no tanto.

Para nosotros, el tiranosaurio y los velociraptores eran verdad. No eran efectos especiales. Los podíamos tocar. Eran tan auténticos que nos sentimos obligados a pulsar la teoría del mosquito encerrado en la piedra de ámbar. Dos décadas después, me importa un bledo si hay o no hay tres dimensiones sobre la pantalla. Tan solo quiero entrar a un cine y volver a creer en dinosaurios. Viajar en el tiempo. Resucitar una especie perdida: recreos, cromos y rodillas desolladas.

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