Hace poco les hablaba del término ‘patochada’: “Dícese de la película que, pese a que pueda entretener, es una soberana estupidez”. Pues bien, Solomon Kane es, irremediablemente, una tremenda patochada. La cinta, producida a pachas entre Inglaterra y Francia, vende a los cuatro vientos que se trata de un personaje de Robert E. Howard, el creador de Conan, y que, por tanto, la aventura y la épica están aseguradas. Patrañas.
Solomon Kane (¿dónde quedó el James Purefoy de Roma?) es un tipo duro, perverso y cruel que se dedicaba a ser bravo bucanero capitán de navío. Un día, el demonio se le aparece en una de sus gloriosas invasiones a castillos y le dice que su alma está maldita, que hasta que no lo mate no va a descansar. ¿Qué hace Solomon? Se convierte en un buen samaritano que no mataría a una mosca ni bebería más ron sin prescripción médica. Vaya, a tomar viento lo de “la vida pirata es la vida mejor”. Y será así hasta que los sacerdotes del templo donde se esconde le echen y se vea obligado, otra vez, a usar la violencia.
Una película que no nació para provocar la risa pero que, escena a escena, consigue que la sala se desternille, tiene un problema. Los diálogos son recitales absurdos repletos de palabras que suenan a antiguo. La acción es pausada. Los personajes son de chiste. Y el malo malísimo es una parodia de sí mismo que dura en pantalla poco menos de 5 minutos. Pero lo mejor de la película, lo que sin duda se quedará grabado en sus retinas, es la caracterización de Max Von Sydow (Max, ¿qué fue de ti?): el peor y más cantoso bigote postizo de la historia.
Cuando salí del cine, uno de los presentes hizo la reflexión: “¿Por qué se gastan el dinero en hacer películas como estas? Puestos a gastar, ¿por qué no hacer patochadas con estilo? ¿Qué tal Terminator contra Robin Hood? ¿Los Gremlims contra los Criters? ¿Gladiador contra Soldado Universal? Yo qué sé, ya que te gastas una fortuna en una chorrada, que tenga gracia”. Ains, lo que nos gusta una buena patochada.