Eres el mismo hombre de siempre hasta que el mundo te pide lo contrario y descubres que eras mucho más. O menos. Nadie sabe cómo reaccionaría ante un terremoto o un atraco al banco. Supongo que nos imaginamos haciendo lo que se debe, controlando las emociones, tomando decisiones acertadas para salvar el día. ‘Capitán Phillips‘ es un intenso vuelco a la rutina, un películón que agarra las entrañas del espectador y las aprieta cada vez más. Cada vez un poco más. Sin miramientos.
Paul Greengrass (‘El ultimátum de Bourne’) dirige una botella de refresco en las manos de un crío. El film es un derroche de talento detrás de la cámara, con movimientos rápidos e inestables que obligan al espectador a hacerse a la mar, a superar el mareo inicial y a controlar el equilibrio físico y emocional que se le supone a todo marinero. La destreza de Greengrass inunda planos y secuencias hasta el último segundo de la cinta. Admirable.
Y está Tom Hanks. Esa cara entrañable de niño grande, de promesa, llevada al extremo. A un extremo que no habíamos visto nunca y que culmina con cuatro minutos absolutamente perfectos. Cuatro minutos que van más allá de la interpretación. Es una encarnación. De carne. Hanks está, literalmente, en la piel de Phillips. Y con él todos nosotros. Sintiendo el frío y el calor al mismo tiempo, la desorientación. El dolor. Esa extraña felicidad.
La hoja de ruta de ‘Capitán Phillips’ se completa con un tercer elemento: el entretenimiento. No hay un segundo para el descanso, escenas de relleno o paradas para repostar. La película sigue y sigue creciendo en una acertada combinación de acción, suspense y humanidad.
Si leyeron los periódicos de hace cuatro años recordarán cómo los piratas somalíes abordaron el barco de Phillips. No importa. Esta película es como un terremoto o un atraco al banco, nunca sabrán cómo reaccionarán, por mucho que la esperen, hasta que entren en la sala.