Diez segundos bastaron a George Roy Hill para contarnos qué es la crisis, un piano irónico sobre un travelling tintineante que tienta la tez del tedio: el paro. El primer plano de ‘El Golpe’ (1973) nos muestra una ristra de piernas que esperan, con paciencia agónica, su turno para entrar a la oficina de empleo. Los periódicos, abiertos por la páginas de ofertas, vuelan por el suelo como bolas de heno en el lejano oeste. Una colilla cae al suelo y un zapato lustroso termina la metáfora con un sonoro pisotón. El gánster saldrá unos minutos más tarde con un sobre repleto de billetes, fruto de la estafa y la pillería. Lo que no sabía, por fortuna, es que estaba a punto de toparse con Johnny Hooker, un Robert Redford cargado de swing que le birlará, con la delicadeza de un artesano, la cartera, el honor y cien años de perdón.
Más tarde, Luther (Robert Earl Jones), su compinche, celebrará el botín con un emocionado brindis por un futuro sin tener que contar los guisantes que entran en un plato. Hooker le dirá que disfrute de la vida, que la vida es maravillosa, que hay que jugar…
-No te olvides, estamos en crisis -responde, con rostro adusto, Luther.
-¿Crisis? ¡Ja! ¿Cuándo no ha habido crisis? Siempre estaremos en crisis, viejo amigo.
Aún con la reseca del debate sobre el estado de la nación, sigo con la misma reflexión en la cabeza. Una y otra vez: estoy hasta las pelotas de la crisis. Sí. Sabemos que está ahí. Sabemos que es origen y consecuencia de toda la mierda que flota sobre nuestras costas. Pero, en serio, estoy agotado de escuchar a estos peleles que guardamos como líderes políticos lanzarse pegotes de vergüenza como niños chicos: “¡Esta crisis es su culpa!”, “¡nada de eso, es su culpa!”, “¡Ja, en mi rebota y en ti explota!” Estimado señor Zapatero, distinguido señor Rajoy, 48 horas después -eso son muchos diez segundos- siguen hablando de lo mismo.
Y no es que quiera quitarle hierro a la crisis. Es imposible. Pero estarán conmigo en que no hay sonrisa posible si cada nuevo proyecto, cada propuesta, cada cambio, cada petición, cada nuevo epílogo, se pisa con un triste “no es un buen momento, estamos en crisis”. ¡Ya está bien hombre! Queremos jugar, cambiar la baraja y sorprender al destino con un juego de manos que no veía venir. Ya nos han timado demasiado, ha llegado la hora de ser nosotros los que den el golpe. Como Redford y Newman. Porque, amigos, siempre estaremos en crisis.
No roben un banco. Pero hoy, para variar, rían mirando hacia arriba.