El Día del Tentáculo

¿Se imaginan qué hubiera sido del Universo conocido sin ‘El Día del Tentáculo’? Nada en la ciencia-ficción sería igual: la iniciativa Dharma sería un vestigio de una era inexistente, los doctores Bishop no vivirían a costa de la división Fringe, el Dr. Who viajaría en una moto, el ejército de Adama no habría sobrevivido a los 33 minutos de cuartel que los Cylon cedieron a Galactica y Kirk y Spock no se conocerían con la música de Michael Giacchino de fondo. Entre otras cosas.

Existe la -trágica- posibilidad de que no haya entendido ni papa del anterior párrafo. De ser así, por favor, estaré encantado de enviarle la bibliografía pertinente. Pero, lo más triste, es que ‘El Día del Tentáculo’ signifique nada o poco para usted. Desde mi más sincera humildad e inocencia, permitan que les hable del videojuego que, algunos, instalamos religiosamente en nuestros ordenadores, disquete a disquete, ‘punto exe’ a ‘punto exe’, contraseña a contraseña.

Recordé la obra maestra de Lucasarts (sí, los mismos de La Guerra de las Galaxias pueden presumir de haber contado algunas de las mejores historias en pc) mientras veía Men in Black 3. La escena en la que Will Smith viaja en el tiempo guarda un enorme parecido con el método en el que Bernard, Hoagie y Laverne visitaban presente, pasado y futuro en el juego: un infinito gusano por el que se pasean dinosaurios, personajes ilustres, relojes de Dalí y demás parafernalia temporal.

En ‘El día del tentáculo’, el trío protagonista intentaba evitar que unos invasores babosas del espacio exterior dominaran el planeta Tierra reescribiendo grandes hitos de nuestra Historia. Divertidísima comedia de ciencia-ficción que, algún día, será versionada por algún director hollywoodiense. La aventura gráfica inspira, no tengo duda, todo el universo friki conocido después de 1993.

¿Lo recuerdan? Yo me pongo melancólico. Ya no hay aventuras como las de antes.

Príncipe de Persia: VGA, 16 colores y Sound Blaster

Los herederos del ‘q-a-o-p espacio’ –las teclas con las que jugábamos al ordenador. Quizás un concepto tan relevante y descriptivo como la ‘generación del Cola-Cao’- recordamos con sumo cariño aquellas líneas horizontales que rellenaban la pantalla del Amstrad como el reloj de arena que presagia un gran acontecimiento. La simpleza del verde esperanza –en diversas tonalidades- era absolutamente gloriosa: Bomb Jack, Frogger, La Abadía del Crimen (basado en ‘El nombre de la Rosa’), Game Over, Goody, Livinstone Supongo… Una innumerable colección de obras de arte.

Recuerdo que cuando tuvimos nuestro primer Pc gozábamos al verlo todo en colores. En los infinitos 16 colores que nos aportaba la VGA. Y las melodías casi orquestales de la Sound Blaster. Instalar un videojuego en el ordenador requería de unos conocimientos informáticos que nos volvieron absolutas máquinas de programar –incomparables a los de ahora, tan simples, tan cómodos-: dir, rar, cd, install.exe… Por eso, cada nueva aventura era un triunfo personal.

Uno de los juegos que más nos fascinó fue ‘El príncipe de Persia’. Lo hizo porque sus gráficos fueron una revolución, ¡parecían dibujos animados! No nos cansábamos de caernos al foso con pinchos o de ser aplastados por una puerta, para ver cómo el héroe se despedazaba y su sangre salía a borbotones por la pantalla. Ha sido, sin duda, uno de los juegos más difíciles de superar de la historia.

Imaginen si pasa rápido el tiempo –y lo viejos que nos sentimos los jóvenes- cuando nos dicen que van a hacer una película de ‘El Príncipe de Persia’ y, al contrario que los imberbes de ahora que disfrutan de versiones tan realistas como el cine, recordamos las eternas partidas de la tarde, después de los dibujos, con los dedos en las teclas correctas y el bocadillo de Nocilla a punto de caerse de la boca.

De la VGA, los 16 colores y la Sound Blaster a las proyecciones en 3D, más colores de los imaginables y un sonido envolvente hay un paso diminuto. ¿No es fascinante?