Estar perdido es un laberinto de inesperadas consecuencias. La sensación puede durar un segundo, dos minutos, varias horas… y hasta toda una vida. ¿Se acuerdan? Salvando la ironía de la expresión, ‘estar perdido’ es un lugar común. Un sentimiento fácilmente reconocible en el que vernos reflejado.
En mi caso, hace unos años hice para el periódico una serie de reportajes sobre la Alpujarra. Me fui con mis colegas Jesús y Pepe (más conocido como ‘el sibarita’; todavía me preguntan por él) a hacer una ruta, durante una semana, con el objetivo de contar cada día nuevas historias sobre los pueblos visitados y sus -maravillosas- gentes. El viaje fue una gozada, se pueden imaginar: paisajes preciosos, comidas copiosas (morcillas y jamón me ensanchan el corazón) y largas caminatas al aire libre.
Sin embargo, en el trayecto a Trevélez, tuvimos un desliz con la cartografía que nos llevó, impepinablemente, a la ladera de una montaña perdida de la mano de Dios. Por alguna extraña razón, decidimos obviar la indicación de “girar a la izquierda antes de la cuesta” y cambiarla por “girar a la izquierda al final de la cuesta”. Lo que cambió por completo nuestra existencia. Nos explicaron que en cinco horas llegaríamos al pueblo, así que cuando llevábamos cuatro no temimos por la duración de las cantimploras y nos pimplamos el agua como chupitos de ron. Claro, quién nos iba a decir que tardaríamos en llegar a Trevélez más de once horas.
Sobre la hora ocho, bajo un sol de justicia, con la boca zarrapastrosa -hablar con la boca seca es extenuante-, nos encontrábamos absolutamente desubicados. Pero, sobre todo, sedientos. Aquella noche, en al albergue, una vez que habíamos recuperado las fuerzas, los tres confesamos que habíamos llegado a pensar que podíamos desfallecer. Yo qué sé, una insolación o algo así. Pero quiso la providencia, que al llegar la hora nueve, encontrásemos una poza donde caía agua de riego. Nos dio igual. Yo me bebí dos litros, tal cual. Con el cerebro bien bañado, la suerte nos sonrió y encontramos el camino de baldosas amarillas.
Les cuento todo esto para que hagan memoria y busquen su momento: aquel día en el que se perdieron por completo. Recupérenlo justo antes de que empiece la película, cuando la sala se tiña oscura. Eso es exactamente lo que necesitan hacer en el minuto antes de ‘127 horas’. La experiencia les enriquecerá.