X-Men: Primera Generación

Primero pensé que ‘X-Men: Primera Generación’ era la historia que todos los fans de Star Wars esperábamos ver entre Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker. De hecho, no me cabe duda de que la película de Matthew Vaughn (‘Kick-Ass’, ‘Stardust’) es el mejor filme de jedis de los últimos veinte años. Luego di gracias al cielo y a los productores de Hollywood que dieron un presupuesto ridículo a la película -“¿superhéroes en los 60, qué locura es esa?”-, porque nos han ahorrado estupideces en 3D y han favorecido un derroche de imaginación que se sustenta en el corazón del celuloide: un gran guion. Y, por fin, con unos títulos de crédito tan vistosos como el resto del metraje, lamenté no tener diez años para poder ir al parque a jugar a que soy un mutante. Repámpanos, qué divertida es.

Después de una tercera entrega mediocre y un ‘Lobezo’ innecesario, ‘Primera Generación’ es un soplo de aire fresco. No es un ‘remake’, no es un ‘reboot’ ni una entrega más de una franquicia. Es una delicia. Charles Xavier (James McAvoy) y Erik Lehnsherr (Michael Fassbender) tenían un destino: forjar una amistad y liderar los dos bandos opuestos de una gran guerra. ‘X-Men: Primera Generación’ relata cómo se conocieron y las razones que llevaron a ambos a tomar rumbos tan opuestos.

La última de Marvel (inconmensurablemente mejor que ‘Thor’; y probablemente que cualquier otra de la casa) mezcla intriga y suspense -casi al estilo James Bond- con acción y aventura, todo sazonado con una estética de cómic muy bien traída. Además, Vaughn no cae en el error de ignorar al resto de secundarios y convertirles en meros maniquíes que posan junto a los protagonistas -con la excepción del español Álex González, que no dice una palabra-.

La cinta hará las delicias de los lectores del cómic y de cualquier espectador que quiera pasar un buen rato. Porque, quizás, el éxito de ‘X-Men’ sea superar esa difícil línea que separa el cine de entretenimiento de una gran película. Me voy a repetir, pero allá va: con el presupuesto de ‘Piratas del Caribe 4’ hacemos diez ‘X-Men: Primera Generación’. ¿A qué estamos esperando?

Mutados

En 1963, Estados Unidos vivía de pleno una guerra interna: el racismo. Mientras que la inmigración crecía, los buzones de algunos barrios de las afueras cambiaban sus apellidos gringos por otros con tilde y los anuarios de los institutos combinaban el blanco y el negro. Las mentes más retrógradas veían una invasión en la mezcla de colores, nacionalidades y acentos. Los muros se llenaron de pintadas violentas: “muerte al negrata”, “volved a casa”, etcétera. La tensión, fruto de la ignorancia, trajo asesinatos, violaciones, robos y un sinfín de sinsentidos que ahogaron al país yanki en una revuelta que clamaba igualdad.

Por aquél entonces nació ‘La Patrulla X’, el primer grupo de héroes que no debía sus poderes a una compleja historia repleta de kriptonitas, meteoritos o arañas radioactivas. Eran humanos, personas normales, como usted y como yo, que nacieron con una habilidad especial fruto de la evolución. El cómic nos presentaba dos facetas: la maquiavélica vena de Magneto, que ansiaba la postración de los no mutantes como “seres inferiores”, y la bondadosa del profesor Xavier, que soñaba con la integración absoluta entre mutantes y no mutantes. La más pura igualdad.

Marvel publicó los X-Men como una herramienta para transmitir entre los adolescentes una idea ambiciosa y necesaria: lo distinto no es necesariamente malo. Poco a poco, Cíclope, Lobezno, Tormenta, Bestia, Pícara, Gambito, Ángel y tantos otros se convirtieron en héroes y no en monstruos. Héroes con los que merecía la pena identificarse, con ideales en los que merecía la pena creer.

Matthew Vaughn dirige ‘X-Men: primera generación’, cinta que se estrena hoy bajo la unanimidad de la crítica (“la mejor película basada en un cómic detrás del Batman de Nolan”) y que se enmarca en aquella época confusa en la que Stan Lee y Jack Kirby los concibieron.