Otros onces

“¿Qué harías si cantara fuera de tono? ¿Te irías por donde has venido? Déjame tus oídos y les cantaré una canción” . Cuando Joe Cocker oteó la planicie de Woodstock, en 1969, estaba solo. Ni siquiera la guitarra. Pero una invocación mística y espiritual -tal vez química- le puso en comunión con todos los seres humanos del planeta: los de entonces, los de ahora y los del mañana. La melodía que sacó del rítmico silencio a Ringo Starr evoca a unos maravillosos años que, quizás, nunca vivimos. Pero lanza un mensaje que sopla en el viento, que rueda entre las piedras, que sobrepasa la música: nos necesitamos.

Ayer, a primera hora, con el café todavía humeante, la prensa digital estremecía mis cimientos: “Un terremoto de 8,9 grados sacude Japón”. El titular imponente, la fotogenia de la desgracia y el vídeo del tsunami acorralando las tierras niponas conjugaban una amalgama de impotencias que no me era ajena. “Otra vez”, me dije. “Las malditas purgas”, insistí.

Siguiendo la rutina habitual, abrí mi correo electrónico e inicié sesión en las redes sociales. En Facebook, mi amigo Diego escribía así: “Hace siete años amanecimos entre el desconcierto y la profunda tristeza. Ojalá no tengamos que volver a llorar desde la cercanía o a sufrir desde la distancia de un modo tan atroz. La muerte no permitirá que regrese su carne. Pero el recuerdo nos permitirá no perder el horizonte que nos guía: la paz para todos los pueblos”. Junto al texto, nos invitaba a escuchar el ‘A Little Help From My Friends’ de Cocker.

Y, pese a lo evidente, no me percaté de la intención de Diego hasta que sonó por primera vez el estribillo (“¿Necesitas a alguien? Necesito a alguien a quien amar”): “Joder, once de marzo”. No pude evitar pensar en lo imbéciles que somos. En que, al igual que los protagonistas de un western, luchamos contra la intemperie y contra la pistola del otro. En que mientras el planeta se revuelve por razones incomprensibles, caóticas, que traen muerte, aún hay personas que abogan por la violencia radical como forma de diálogo.

El 11-M de Atocha. Y ahora el 11-M de Japón, Taiwán, Rusia, Filipinas, Indonesia, Guam, Papua, Nueva Guinea, Hawai, las islas Marshall y Micronesia. Tan solo espero que aprendamos que las lágrimas son inevitables, pero que el otro no debe ser el enemigo. Que aunque estemos solos, sin guitarras, la melodía llega más lejos si se canta entre amigos.