Las favoritas de Quentin Tarantino

La lista de las películas favoritas de Quentin Tarantino se ha convertido en un clásico anual. Algo así como la lista de los más ricos de ‘Forbes’, los más influyentes de ‘Time’ o los más sexys de ‘Esquire’. Qué le vamos a hacer, vivimos en una era donde todo se cuantifica, puntúa y ordena, para que el usuario no tenga que pensar. Todo digerido, masticado y deglutido. En fin. Hablemos de Tarantino.

Lo que me interesa del asunto es que el director de Kill Bill no piensa en términos de cinematografía o arte. No. Son las que le gustan a él. Y punto. Que, a fin de cuentas, es lo que importa. Que te guste algo, no que un festival internacional afincado en un pueblo lejano diga que es una obra maestra de la poesía visual. Aunque lo sea.

Estas son, ordenadas alfabéticamente, las películas de Tarantino: ‘Afternoon Delight’ (Jill Soloway); ‘Antes del anochecer’ (Richard Linklater); ‘Blue Jasmine’ (Woody Allen); ‘Expediente Warren: The Conjuring’ (James Wan); ‘Drinking Buddies’ (Joe Swanberg); ‘Frances Ha’ (Noah Baumbach); ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón); ‘Kick-Ass 2’ (Jeff Wadlow); ‘El llanero solitario’ (Gore Verbinski); y ‘Juerga hasta el fin’ (Seth Rogen y Evan Goldberg).

Dos puntos clave. Primero: Tarantino suele afinar en sus listas y, casi siempre, la triunfadora de los Oscar está entre las seleccionadas (ejem, ‘Gravity’, ejem). Segundo: ‘El llanero Solitario’. ¿No les parece de una belleza sobrecogedora que uno de los directores de moda del panorama americano diga abiertamente que la película de Verbinsky le gusta? Después del vapuleo público que recibió, la afirmación del director ha conseguido que la mitad de USA crea que Tarantino ha perdido el juicio, y la otra que se fumó todo lo que sobró del rodaje de ‘Juerga hasta el fin’.

A mí me encanta que haya sido tan valiente. Qué leches. Le gustó a él y me gustó a mí. No hace falta más.

Django Desencadenado

Tarantino, el Western y sus héroes están por encima del bien y del mal. Por encima de vaqueros atractivos y bandidos desdentados. Por encima de tareas honorables y limpiezas de sangre. Por encima de  duelos al atardecer, pianos borrachos, galopadas imposibles, trenes de oro y riscos impenetrables. Por encima del amor, el odio, la voluntad, la vengaza y el color de piel. Demonios, por encima de Ford y Leone: ‘Django Desencadenado’ esconde lo intrépido de las composiciones de Morricone, la chulería del jazz, el swing del rock y la violencia del rap.

Es apabullante la facilidad que tiene el director de ‘Reservoir Dogs’ para escribir personajes ricos, teatrales y carismáticos. Jaime Foxx, Christoph Waltz, Leonardo di Caprio y Samuel L. Jackson bordan el Oeste llevado al extremo y construyen una tremenda novela gráfica que acapara la atención desde el primer impacto: las cicatrices en la espalda de Django. Un fotograma que despierta la imaginación del espectador y subraya, inteligente, que la historia de Tarantino no empieza ahora.

A partir de ahí, la película formula una idea, un narcótico prohibido y estimulante. La grosería exagerada resulta adictiva, malsana la casquería de palabrotas, golpes y desparrames psicóticos. Dan ganas de verla a escondidas, como si fuera una fruta prohibida, para que nadie sepa que te relames. ‘Django Desencadenado’ es puro instinto, una honra a la misma raíz del Western con un magnífico aporte de originalidad. Las anacronías de las gafas de sol, la música inesperada y la ropa colorida dibujan una imaginería poderosa, de cómic, con una estructura narrativa sorprendentemente clásica.

Waltz es una suerte de Obi Wan y Foxx, un Skywalker. El camino del héroe reinventa a un esclavo repudiado por su condición de negro y lo eleva como un ave fénix, como un Jedi desconocido que aparcaba sus pasiones en lo profundo de Tatooine. Waltz y Foxx forman una pareja brillante, tan entrañable como bestial. Django es muy entretenida, pese a sus dos horas y cuarenta minutos. Es un reto que sobrepasa lo establecido. Y es una genialidad que revalida el título del único y más maldito de los bastardos: Tarantino.

El tema. Tarantino y Spielberg

Todos tenemos un tema. Usted también, sin duda. Puede que no lo sepa, pero si se dedicara a contar historias siempre aportaría una visión particular que enriquecería su tema. El tema es un concepto concreto. Amplio y trascendente. Un concepto que baila por delante y por detrás de la trama a lo largo de una obra –una filmografía, una bibliografía–. No importa si sus protagonistas son piratas, extraterrestres, políticos corruptos, dragones parlantes o pintores del romanticismo alemán. Siempre añadiría algo a ese discurso que inició en su primera historia.

Steven Spielberg y Quetin Tarantino son dos directores que llevan toda la vida profundizando en su tema. Ambos llegan hoy a nuestras pantallas con ‘Lincoln’ y ‘Django desencadenado’, dos películas presentes en la parrilla de lo mejor del año y que han cosechado una crítica muy positiva en su periplo americano. Son dos artistas que han conseguido que, mucho antes de que se estrene uno de sus filmes, tengamos una predisposición muy definida.

No quiere decir que todo lo que hagan nos tenga que gustar. Por ejemplo, la última de Spielberg, ‘Caballo de batalla’, recibió cientos de palos por todo el planeta. Pero, incluso ésa tiene ese toque Spielberg tan fácilmente reconocible. Un toque que ayudará, en gran medida, a aceptar o desechar su obra. ¿Quién duda de que en ‘Lincoln’ estará la mirada de un niño? ¿Quién duda de que el concepto de ‘familia’ será el motor de todo el rodaje (aunque sea la familia americana)?

Yo, pese al Reino de la Calavera de Cristal, soy de Spielberg. Lo soy desde el principio. Y también de Tarantino, de él y de su tema: la violencia. Una violencia estética y plástica, tan cercana al mundo del cómic, que funciona como una adictiva droga de diseño. Una violencia imbricada en todos los estamentos, en todas las emociones, en la misma filosofía que impulsa nuestra era. La violencia como generadora del bien y del mal. La violencia, siempre, como el método para desvelar los vicios, pecados y grises que colorean la fachada que viste las apariencias.

Tarantino y Spielberg, dos temas. Dos maestros del entretenimiento.

Puño de Hierro

Quentin Tarantino presenta ‘El hombre de los puños de hierro’, un film definido por los entendidos como pulp-hard-kungfu-violence-comic-pop-ninja-gore-streetfighter-mortalkombat-movie. No voy a discutir el atractivo que genera para los amantes de este tipo de películas -entre los que me incluyo, conste-. A ver: un rapero, el oscarizado gladiador Russell Crowe y un puñado de japos cabreados dando patadas y puñetazos, ¿quién se resiste?

El asunto es que el guion de esta película, perdonen el atrevimiento, me resulta extrañamente parecido al de una serie de cómics protagonizados por el héroe de Marvel, atención al nombre, ‘El Inmortal Puño de Hierro’ (Iron Fist, para los puristas). No sé por qué caí en la tentación, supongo que sería la necesidad de un chute de adrenalina gráfica o un impulso consumista, pero hace unos meses me compré la serie en cuestión. El cómic cuenta la leyenda de Daniel Rand y su paso por el torneo de los Siete Reinos, al que acuden guerreros de toda índole: un gigante campeón de sumo, un asesino habilidoso con las cuchillas, una especie de hombre arácnido… En fin, bizarradas a las que nunca se enfrentó Bruce Lee.

‘El hombre de los puños de hierro’, presentado por Quentin Tarantino (perdonen que insista en este dato, pero es que lo de las promociones es cada vez más gracioso) trata de un torneo en el que hay gente muy fuerte y todos luchan entre ellos… Vaya, que el guion, escrito por RZA (el rapero), con la colaboración de Eli Roth (‘Malditos Bastardos’) y presentado por Quetin Tarantino (ejem), parece una patochada importante.

¿Qué conclusión sacamos de todo esto, amigos? La única posible: que yo, como el resto de amantes de este tipo de películas vacías de filosofía y repletas de mamporros a mansalva, estamos deseando pagar nuestra entrada. Qué carajo. Total, ya vimos ‘The Quest’ de Jean Claude Van Damme y seguimos vivitos y coleando. ¡Zasca!