El lado bueno de las cosas

Si la locura es un estado irracional de infinitas posibilidades, una por cada ser humano, la terapia adecuada nunca será igual. Locos y raros. Así somos. Orgullosos locos y raros, avergonzados de las cosas que nos hacen únicos. Esos detalles que nos convierten, por derecho, en personas. Personas que en el peor de sus días nublados –esos días en los que amaneces en un manicomio, tu pareja te odia, te echan del trabajo y te enfadas con Hemingway por haber muerto demasiado pronto– buscan el lado bueno de las cosas.

David O. Russell (‘The Fighter’) presenta ‘El lado bueno de las cosas’ (‘Silver Lining Playbooks’), preciosa comedia de pequeñas formas que salta por encima de lo establecido para sorprender al espectador con una grata y colosal experiencia de la mayor y la más incomprensible de las locuras: el amor. No, no es una ñoñería. Nada en la película de Russell es una ñoñería gratuita: ni los diálogos inagotables como redobles de una batería, ni los silencios acompasados por la expresividad de un rostro aguitarrado.

Pat (Bradley Cooper) acaba de descubrir que es bipolar y, por eso, vuelve a casa de sus padres para que le ayuden a superar su reciente separación; claro que su familia tampoco le ayuda mucho ya que su padre, el Señor Pat (Robert De Niro), es el aficionado al deporte más supersticioso del planeta. Agotado por una rutina de literatura clásica y fútbol americano, Pat conoce a Tiffany (Jennifer Lawrence), guapa chalada con tendencia a la promiscuidad sexual y a la autodestrucción que revolucionará por completo su concepto de la normalidad.

La primera mitad de ‘El lado bueno de las cosas’ es apasionante gracias a un montaje infatigable, que deja sin aliento tanto a los actores, soberbios, como al espectador. Es locura en estado puro. La segunda mitad, deliciosa gracias a una entrañable ordenación de las cosas que confluyen en una suerte de ‘Pequeña Miss Sunshine’ que enaltece la épica del mediocre. En ambas partes, Cooper y Lawrence forman un dúo con el que da gusto salir a bailar. Son, por derecho, la película.

El camino, dos horas sentado en la butaca, es la cura y la terapia. ¿El lado bueno de las cosas? Querer verlo.

Asesinos de élite

¿Quién podrá decir, al final de los tiempos, que creó un estilo propio fácilmente reconocible? Ya se lo digo yo, muy pocos. Podemos discutir las veces que quieran sobre la calidad de las películas que protagoniza el bueno de Jason Statham -el clon moderno de Bruce Willis-, pero es que el tío ha conseguido forjar un cine tan evidente como el de Jackie Chan. A saber: habrá mala leche contenida, su personaje será irónico, estará enamorado de una preciosa chica que le hará volver al buen camino; las persecuciones en coche son obligatorias, con un mínimo de dos y sin máximo determinado; al menos, por película, un malo muere de un disparo en la cabeza; a Jason le gusta correr, así que lo hará por todo tipo de escenarios: desde grandes avenidas hasta tejados orientales (no olvidar romper grandes ventanales en salto); siempre tendrá un colega que hará las veces de maestro y mentor; y, lo más importante, olviden cualquier mensaje final con moralina: debe quedar claro y meridiano que su cuerpo es un arma perfectamente diseñada para la violencia más estilosa y desgarradora del cine moderno, es un killer. Jason Stathan es el mensaje.

Dicho lo cual, hablemos de ‘Asesinos de élite’. Pues eso. ‘Asesinos de élite’ es una película de Jason Statham, con todo lo que ello implica. ¿Te lo pasaste pipa viendo ‘Blitz’, ‘Transporter’, ‘The Mechanic’ y ‘Crank’? Si la respuesta es que no, ya hemos terminado. Si, por el contrario, se confiesan miembros del club de fan del calvo de las tortas y la mirada incisiva, ¡enhorabuena! Van a disfrutar más que los sobrinos del Pato Donald viendo al Último Superviviente en un estanque poblado por cocodrilos y velociraptores.

Danny (Statham) es un asesino profesional retirado que se ve en la obligación de cumplir con una última misión: rescatar a Hunter (Robert de Niro), su colega y maestro, secuestrado por un rico y poderoso Jeque de Omán. Para hacerlo tendrá que matar a tres militares británicos y hacer que parezca un accidente. Spike (Clive Owen), un ex agente del Servicio de Inteligencia Británico, se interpondrá en su camino con persecuciones en coche y carreras por los tejados de Londres.

Por si los actores ya mencionados no les parecen cantidad suficiente de adrenalina, aquí los secundarios: Dominic Purcell (el hermano preso de ‘Prison Break’) y Adewale Akinnuoye-Agbaje (el insigne Mr. Eko de ‘Perdidos’).

Así que si van al cine esperando una obra sobre la que reflexionar, que deje un poso filosófico en su recién renovado espíritu humanista, ‘Asesinos de élite’ no es su película. Sea como sea, dudo que alguien entre en la sala sin saber lo que se va a encontrar. El título no engaña.

La cortina de humo

La crisis, además de estrangular las carteras, también agudiza la suspicacia. A nosotros, los periodistas, nos enseñan a no creer nada por lo que no estarías dispuestos a firmar. “Duda de todo el mundo y consulta las fuentes necesarias hasta que la verdad sea un hecho indiscutible”. En los últimos días he tenido varias conversaciones -reales y virtuales, estamos en twitter- en las que ha terminado filtrándose la expresión ‘cortina de humo’.

“Filtrar la verdad” es una expresión preciosa, ¿no creen? Es muy visual: casi puedes imaginar un bloque compacto, como una presa de apariencia infranqueable, de la que sale agua a través de una pequeña grieta. ‘Wikileaks’ es esa inesperada ruptura. Y, pese a que nadie se extrañara cuando se publicaron los hilos sobre los complejos de Sarkozy, las ambiciones de China o el tipo de preservativo que utiliza Berlusconi cuando se trajina a todas las putanescas de Italia, el amigo Julian Assange ha tocado los huevos de la política internacional con mucha solera.

En 1997, Barry Levinson (‘Good Morning, Vietnam’, ‘Rain Man’) reunió a Dustin Hoffman y Robert de Niro para realizar una comedia repleta de segundas lecturas sobre la política en la Casa Blanca. La cinta narra cómo, a pocos días de ser reelegido como Presidente de los EEUU, la prensa destapa un escándalo que ridiculiza la candidatura de de Niro. Hoffman, su agente de prensa, le propone una salida: “Necesitamos una cortina de humo. Algo que consiga que los votantes olviden la vergüenza y recicle su imagen poderosa e influyente”. Acto seguido, se inventan una guerra.

Mientras que los mentados en Wikileaks hacen cola en sus confesionarios más íntimos. Mientras que los titulares de la prensa global sacan los colores a nuestros políticos. Mientras que Couso se retuerce en su tumba y su familia, almas en vilo, clama venganza contra los que prefirieron una mesa ordenada a una balanza equilibrada. Mientras que la pequeña grieta se hace consistente, el Gobierno decide firmar, el día que arranca un puente crucial para nuestra economía, un decreto que mosqueará a los controladores aéreos y que creará un conflicto de escala mundial. ¿Habrá algo detrás del humo o sólo es la suspicacia propia de vivir en crisis?