Una vez, en el colegio, mientras preparábamos un teatro, descubrimos un ataúd. Nos imaginamos que debía ser de alguna obra anterior, posiblemente de una de miedo. No le dimos mucha importancia a su origen, no nos dio tiempo. La posibilidad de jugar con aquél aparato tenebroso y transdimensional nos resultó tremendamente atractiva. Obviamente, no era real. Quiero decir, allí no había descansado ningún cadáver. Pero, la sensación de ‘estar’ en un ataúd, con la tapa cerrada, era demasiado inquietante. De hecho, ninguno aguantamos mucho allí metidos. Pese a las risas y las bromas, el repelús al contacto con la madera parecía que nos robaba un trozo del alma.
En otra ocasión, en verano, fuimos de excursión por el monte y nos encontramos con la entrada a una gruta subterránea. Como habrán podido comprobar, éramos chavales curiosos y decidimos que tal vez había un mundo fantástico, lleno de seres extraños -el amo del calabozo, nos dio poderes a todos-, en el centro de toda esa oscuridad. Durante unos minutos caminamos sin problemas. Al menos, hasta que la ceguera se hizo total. Teníamos que ir con una mano tocando el techo, que cada vez era más bajo, lo que nos obligó, finalmente, a avanzar de rodillas. Una vez más, como con el ataúd, empezamos a reír, a hacer bromas y a buscar chispazos de ingenio que nos sacasen del encierro. Unos metros más y vimos la luz del otro lado. Salvados.
La experiencia que Rodrigo Cortés nos propone en ‘Buried’ es aterradora. Un ejercicio de interiorismo y control muy exigente: una hora y media contando los minutos que le quedan a Ryan Reynolds (‘Luciérnagas en el jardín’) antes de morir. Una hora y media en la que la cámara no sale del ataúd, de cuatro paredes pegadas al cuerpo que nos convierten a nosotros, los espectadores, en víctimas del invento. Compartimos el destino de Reynolds.
El director español ha conseguido una película que ha roto fronteras y que le ha abierto las puertas de Hollywood de par en par. Los críticos estadounidenses no han dudado en compararle con un Hitchcock moderno e inteligente. Con mucho futuro.
Pero, lo genial, es que estoy convencido de que cada persona que vea ‘Buried’ tendrá su propia experiencia. Un visionado muy particular que le llevará a sus propias vivencias, sus propios lugares oscuros y puertas cerradas: aquél ascensor que no se abría, cuando jugaba al escondite y se encerraba en un armario o, en nuestro caso, el ataúd del teatro y la gruta del campo.
Experiméntenla.