El sueño de Super 8

La gran historia de Super 8 se encuentra detrás de las cámaras. Creo que nunca unos extras de un Blu-Ray o un DVD me habían emocionado tantísimo. Además de la película, la edición doméstica cuenta con un apartado de reportajes que, en total, duran dos horas. Y son dos horas preciosas. Un canto constante a la labor de los contadores de historias, al origen de la pasión y a un amor común que flota entre la auténtica pandilla de niños que se esconde detrás del cuerpo técnico de Super 8. J.J. Abrams, Larry Fong, Michael Giacchino, Bryan Burk y Steven Spielberg, los inesperados Goonies de Hollywood.

El primer capítulo de los extras, titulado ‘El sueño’, narra la intrahistoria que Abrams vive paralela al rodaje. Él mismo nos cuenta cómo, de pequeño, grabó unas películas en formato super 8 con su amigo Larry, gracias a las que terminarían trabajando para Spielberg. En aquellos años rodando pequeñas aventuras en el garaje y en el patio de su casa, forjó una vocación incorruptible por el cine, que es lo mismo que le pasa a los protagonista de la película. Junto a él, Larry, un nombre menos conocido pero que destaca en Hollywood como uno de los grandes directores de fotografía del momento.

En otro pueblo de otro estado, el pequeño Michael vivía una adolescencia similar a la de Abrams y Fong: rodando sus propias películas en super 8. Le gustaba tanto el trabajo del tándem Steven Spielberg-John Williams, que intentaba repetir grandes escenas de su obra. Por ejemplo, las bicicletas de ‘E.T’. “Si hubiéramos nacido en el mismo lugar, Abrams, Fong y yo hubiéramos sido de la misma pandilla. Somos tan… iguales”. Michael Giacchino es, ahora, uno de los compositores más valorados de Hollywood (mi favorito) del que todos coinciden en destacar lo mismo, su tremenda habilidad para narrar con la música, para crear un sonido que, nada más tararearlo, recrees la película.

Burk conoció a Abrams en la universidad y, juntos, empezaron los grandes proyectos que les han hecho famosos. Sumen la protección de Spielberg, siempre presente en su formación, y obtendrán el grupo más apasionante del Hollywood actual. Si tienen oportunidad, vean los extras de Super 8. Son una genialidad.

Super 8 (y II)

En una de las primeras entrevistas que realizaron a J.J. Abrams cuando se anunció que estaba desarrollando un proyecto con el mismísimo Steven Spielberg, el creador de ‘Perdidos’ confesó que, en un principio, había presentado una idea sobre unos niños que rodaban una película en super 8. Algo que la productora no escuchó con demasiada atención. “Meses más tarde, les propuse hacer una historia sobre un ser extraño que era transportado en uno de esos trenes que salían del Área 51 y que, tras un accidente, escapaba en un pequeño pueblo estadounidense”. Entonces, el bueno de Spielberg, le sugirió la mezcla: “¿Y si combinamos ambas ideas?” Eso sí gustó.

El resultado fue ‘Super 8’. Una película que no abandona al espectador en ningún momento, que proporcionará dos horas de puro entretenimiento y que, incluso, algunas escenas pueden tocar la fibra sensible del mitómano. Y, sin embargo, algo falla. ¿El qué? Spielberg. O, lo que es lo mismo, la constante sensación de que hay dos guiones pugnando por ganarse la primera plana, convirtiendo al monstruo en algo accesorio, anulando toda posibilidad de empatía y confundiendo a sus protagonistas que nunca llegan a tener claro cuál es su objetivo final.

La sensación es que, analizado por partes, ‘Super 8’ lo tiene todo: los héroes carismáticos, la amistad como primer capital, el amor puro, suspense y acción, humor, una banda sonora magistral -Michael Giacchino es indiscutible-, ciencia ficción, fantasía, cine sobre cine… Pero falta el elemento que cohesione y unifique la historia. O, más que faltar, no cumple su labor, ya que esa era la misión del monstruo.

En cualquier caso, ‘Super 8’ sí que cumple con una de las premisas que forjaron los bocetos de Abrams: más técnica no significa, necesariamente, más imaginación. Y su mensaje llega limpio, conciso y claro: podéis implementar todas las altas definiciones, sonidos Thx, capturas con sensores de movimiento, rodajes en 42 fotogramas por segundo y los tresdés de los huevos que queráis. Al final, no importa la técnica, importan las palabras.

Super 8 (I)

Ser un confeso romántico nunca estuvo de moda. Y no me refiero a ser un hortera de medio pelo que suspira con los pétalos de una margarita ni a un erudito hippy que emula las palabras de poetas muertos con esculturas visiblemente incomprensibles. Hablo de todos esos que, al echar la mirada atrás, se emocionan con un recuerdo. De los que dejan que una historia les interpele y les transporte a mundos de otro modo inalcanzables. A todos esos, al fin, que supieron ver la épica, la pasión, el alma y la vida en apellidos poco convencionales: Montecristo, Jones, Walsh, Skywalker.

‘Super 8’ es una declaración de amor a las historias que forjaron a una generación de creyentes. Un ejercicio de fe por y para los niños -y no tan niños- que colocaron su figura de Han Solo en la estantería de su cuarto junto al Imperio Cobra, los jóvenes castores, el cubo de Rubick y los patines Fisher Price. Muchos son los que hoy se vanaglorian de los ochenta, porque los ochenta están de moda. Pero muy pocos pueden presumir de haber sido parte de ese misticismo friki al que ahora miramos con añoranza. Con respeto.

J.J. Abrams nos propone un paseo por escenas a las que nos es imposible mirar con devoción sin rescatar grandes títulos de la época: la tensión de ‘Tiburón’, la humanidad de ‘E.T.’, la fascinación de ‘Encuentros en la Tercera Fase’, la hermandad de ‘Cuenta Conmigo’ o la pasión de ‘Los Goonies’. Todo aderezado con temas musicales del porte de ‘My Sharona’, ‘Don´t Bring Me Down’, ‘Easy’ o ‘Heart of Glass’.

Incluso los protagonistas, un grupo de niños que visten camisetas de colores y zapatillas de deporte -vaya, que no parecen salidos del último anuncio de El Corte Inglés, como los niños del cine moderno; quiero decir, que parecen niños de los que se ensucian y todo. De los que saben ser niños-, recuperan el eclecticismo que permitía a las pandillas sentirse identificadas con sus héroes: no todos son altos, guapos y perfectos. De hecho, llevan aparato, hacen chistes guarros e, incluso, válgame el cielo, hay un gordito -aún no ha habido ninguna protesta formal por el defensor del espectador ya que, como bien sabemos todos, ver a un niño gordito impulsa a los jóvenes a devorar hamburguesas y a tatuarse el logotipo de Mcdonalds en el pecho-.

Por todo esto, ‘Super 8’ debería ser ‘esa’ película que, con solo nombrarla, erizara el vello. Y, sin embargo, algo falla…

Temporada 2: Season Finale. Super 8

El verano de mi infancia es un paseo en bicicleta, con el bañador aún mojado de la piscina. Es el rastro crujiente de migajas de tostadas con mantequilla que dejaba encima de la mesa, después de ver los dibujos animados. Es la avispa que capturamos con un vaso y que revoloteaba impotente, lamentándose de haber seguido el fulminante aroma de la sardina. Es el tiempo prudente, exacto y matemático que une el almuerzo con el primer baño de la tarde. Es el sabor del cloro tensando mi piel y la huida, en busca de aventuras, pedaleando sobre horizontes aún inexplorados.

Pero también es aquella semana que nos hicimos con la cámara de vídeo del colegio de mi madre para rodar nuestra primera película. Era -no podía ser de otra manera- sobre un héroe que mi hermano había inventado: ‘Super Yo Boboman’. Durante el año se pasó las clases de ciencias dibujándolo en los márgenes de la libreta. La versión en celuloide, lejos del carisma que le otorgaba el bic azul, era una suerte de Batman campestre que luchaba contra un tipo muy malo que interpretaba el bueno de Guillermo, mi primo.

Todos fuimos actores, directores, cámaras e incluso compositores de su banda sonora -en las escenas de coche, los que no estábamos en pantalla tarareábamos la melodía del Batman de los sesenta, ya saben: nanananananana… Y si había puñetazos, hacíamos ¡Pum! ¡Plas!-. Aún recuerdo el día del estreno, a penas unas horas más tarde de rodar la última escena: mientras que el espectador desprevenido veía a hijos, nietos, sobrinos y vecinos correteando por la pantalla del salón, nosotros, poseídos por la imaginación, sentimos que éramos parte de una gran historia.

Aquella minúscula cinta de 8mm, olvidada en algún cajón repleto de tostadas, dibujos animados, bicicletas y cloro, es la prueba empírica de que hubo un tiempo en el que aspiramos a ser protagonistas de nuestro tiempo. Herederos del Super 8.

Amigos del cine y las palabras, disfruten de sus vacaciones. Expriman hasta la última gota de un verano memorable: viajen, rían y enamoren. Tengan presente que cada vez que hagan una nueva foto, un nuevo vídeo, están creando el guion de un nuevo recuerdo. Y, como en las películas, sólo las que sepan combinar todos sus elementos podrán trascender en el tiempo.

Les veo en un mes. Yo, por mi parte, otearé, cantaré y arriesgaré siempre que me sea posible. No necesito más. Bueno, puede que algo de mar. Sí, el mar y nada más.

Temporada 2 (septiembre 2010-julio 2011). Fin.

Distribución Real Ya

Acampen en las taquillas de su pueblo, supliquen piedad a sus acomodadores, lancen un grito silencioso al orden establecido: “Queremos una Distribución Real Ya”. Yo sé que los cines no tienen la culpa de nada y que, si por ellos fuera, nos pondrían todas las películas del mundo mundial antes incluso que en Times Square. El caso es que, por unos o por otros, todos los años tenemos un nuevo estreno que lamentar.

Ya les había dicho en otra ocasión que me muero de ganas de ver ‘Super 8’. Tengo varios motivos: Su director, J.J. Abrams, me parece un genio. Uno de esos visionarios generacionales que ha sabido sacarle la chispa necesaria a la ciencia ficción para convertila en algo humano, trascendental. La película, pese a que cuenta con el peligroso apoyo de Spielberg, se centra en una época especialmente mágica en la que nacieron los principales mitos del género: los 80. La música, compuesta por el legítimo heredero de John Williams, el incomparable Michael Giacchino. Y, también, porque es una película con un poderoso aire a Goonie.

El caso es que ‘Super 8’ se estrenó el pasado 10 de junio, en Estados Unidos. Aquí lo hará el 19 de agosto. Tranquilos, ya les hago yo las cuentas: diez semanas más tarde. Por mil pesetas, cosas que se pueden hacer en dos meses: un curso intensivo de inglés, ver las seis temporadas de Perdidos y, tal vez, subir a Internet ‘Super 8’ para que otros la descarguen. Eso es así. No es algo que vaya a defender, pero negar su existencia sería un absurdo. Para cuando la cinta de Abrams llegue a España ya habrá disponible una versión en calidad DVD para descargar. Y, por tanto, a la venta en el top-manta, por ejemplo. ¿No se dan cuenta del daño?

Más aún: todo el misticismo que rodea a ‘Super 8’ se irá al carajo, porque por muy ancha que sea Castilla, en Internet todo se sabe. Sin querer, nos toparemos con críticas, análisis, fotos, vídeos y demás comentarios que arruinarán el estreno español.

Ya no tiene remedio. Pero, por favor, a quien competa: ‘Distribución Real Ya’.

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