Temporada 3, Season final: Identidad secreta

Mire a su alrededor y descubrirá que son pocas, muy pocas, quizás una o ninguna, las personas que podrían desvelar su identidad secreta. Y muchos los que creen conocerla bien, atrevidos en su ignorancia, inconscientes de lo que esconde el disfraz. Es como el chico que se sienta al fondo de la oficina, siempre callado y correcto, que en la ducha se desgañita frente a un público que corea el estribillo de Simpathy for the Devil. O la linda y correcta profesora de inglés que disfruta comiendo magdalenas con paté. Y, por supuesto, el esmirriado taquillero que utiliza legendarios diálogos del cine para ligar por Skype.

De pequeño tenía un puzzle de 25 piezas móviles del Hombre Araña. Era una enorme viñeta de cómic en la que el héroe realizaba una espectacular acrobacia sobre las calles de Nueva York. Creo que así fue como conocí a Spiderman. Luego, mi primo me enseñó los tebeos que compraba los sábados en el quiosco de la plaza y, tras una encarnizada lucha contra el Duende Verde, descubrí que la máscara ocultaba a un flacucho amante de las ciencias y la fotografía, un tal Peter Parker.

La mitología de la identidad secreta es apasionante. Quiero decir, ¿quién es el héroe, el del disfraz o el de los vaqueros? ¿Quién es más valiente, el ser indestructible o el periodista de gafas que teclea en silencio? ¿La sombra terrorífica que vigila Gotham o el empresario que costea una ciudad? Pero la pregunta que debería hacerles meditar toda la noche es otra: ¿Quién conoce la identidad secreta del héroe? Hay, tan solo, dos opciones: el mayor enemigo y el amor de su vida. Y en ambos casos es por la misma razón: necesidad.

Supongo que al final, en la vida, todo se reduce a elegir un enemigo con el que merezca la pena luchar, digno del sudor y de las lágrimas, y una pareja que sepa guardar el secreto. Que quiera guardarlo. Que quiera proteger eso que tú eres cuando te levantas y cuando te acuestas, pero que solo unos pocos conocen. Tu identidad secreta.

Temporada 3: Oteadores

Empecé a otear después de ver a Bill Murray adoptando su pose de iluminado en Life Aquatic (Wes Anderson, 2004). Me pareció una idea genial lo de poner una misma postura en todas las fotografías, creando un estilo único y personal. El capitán Steve Zissou (Murray) lanzaba su mano al viento y señalaba, con su dedo índice, el horizonte. Yo, en un acto de originalidad supina, decidí copiar todo el gesto con la excepción de la mano, que la colocaría haciendo visera sobre mis ojos: el oteador.

En los últimos siete años me he visto oteando en la plaza de Trafalgar Square, en la Quinta Avenida de Nueva York, en el Coliseo de Roma, en el Castillo de Ljubljana, en el Atomium de Bruselas, en el puerto de Hellsinki, en las cervecerías de Varsovia, paseando en bicicleta por Brujas, en la costa de Assilah, en la noche de Linköping y en no sé cuántos lugares más. Eso sin tener en cuenta bodas, fiestas y eventos de guardar.

La primera semana de agosto la pasamos en una casa rural en Suances, Cantabria, precioso paraje de tonos siempre verdes que proporciona sensaciones encontradas con la mezcla, en un mismo día, de sol justiciero y nubes de tormenta. Paseando junto a la playa, vi a unos niños correteando en lo alto de una colina. Sus perfiles, perfectamente dibujados al contraluz, conformaban una fotografía preciosa. Decidí subirme a lo alto de la montaña y pedirle a mi amigo Pepe que me hiciera un oteador para la colección. Pero, al poco de colocarme en posición, un zagal de pelo rizado y orejas grandes se plantó delante mía: “¿Qué haces?”, me pregunta. “Una foto”. “¿Y por qué te pones así?”, insiste. “Porque es divertido. Se llama otear”. “¿Otear? -piensa unos segundos y sigue- ¿Puedo otear contigo?” Le digo que claro, que no se corte. El chaval, emocionado, llama a sus primas: “¡Venid, vamos a otear!”

Así fue como nació la foto de los cuatro oteadores que tienen más abajo. Uno de esos recuerdos minúsculos, pequeños y bellos en su simpleza que refrescarán los próximos once meses anclado al ordenador. Además, tenemos numerosas conversaciones pendientes: desde el fatalismo absoluto de ‘Green Lantern’ y el fraude de ‘La boda de mi mejor amiga’ hasta la pureza de ‘El hombre de al lado’, la épica de ‘El origen del planeta de los simios’ y la nostalgia de ‘Super 8’.

Sean todos bienvenidos a la tercera temporada de Salto de Eje y, por favor, siéntanse libres, cuando gusten, de otear un ratito conmigo.

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