Héroes de Lorca

El cine siempre fue muy generoso con las desgracias. Estamos hartos de ver cómo el guaperas de turno salva el pellejo de milagro cuando un absurdo volcán despierta en mitad de Los Ángeles o cuando un enorme tsunami aborda la Estatua de la Libertad o, incluso, al desviar la trayectoria de un meteorito con intenciones funestas para con nuestro planeta. Pero, lo curioso del asunto, es que todas esas cintas olvidan a los auténticos héroes de la historia: las víctimas.

El miércoles tuve la suerte de visitar Lorca. Queda poco para que se cumpla un mes del terremoto que ha dejado 21.000 viviendas a expensas de un perito. El once de mayo nos quedamos atónitos ante el poder destructivo de la misma tierra sobre la que aposentamos nuestras esperanzas. Ya fuera en vídeos o a través de las poderosas fotografías que publicó la prensa, fue imposible no sentirse interpelado por la tragedia.

Paseando por el barrio de La Viña, la Zona Cero del seísmo, intenté recrear la escena: gente corriendo, chillidos silenciados por la angustia, sirenas que ahogaban los recuerdos y el peso de la piedra aplastando las fotografías que colgamos en la pared. Intenté imaginar un emotivo travelling junto a los escombros, con el afinado soniquete de John Williams de fondo, mientras el guaperas esquivaba los obstáculos para salvar a su amada y darle un emotivo beso. Pero no pude. El tópico es cierto: la realidad supera a la ficción. Y, la realidad, no deja espacio para bandas sonoras ni protagonistas indespeinables. La realidad es dura, cruel y estremecedora.

Sin embargo, de pie en el pabellón de Santa Quiteria, donde se organiza la comida para el campamento de refugiados, veo a un grupo de voluntarios y se me eriza el vello al descubrir, de bruces, la más pura realidad: los héroes siempre estuvieron detrás de la cámara.

Grullas de Papel

La humanidad ha pronunciado cientos de insultos contra la Paz. El 6 de agosto de 1945 demostramos el daño que somos capaces de hacer en pocos minutos: 200.000 personas perecieron bajo el yugo de la bomba atómica en Hiroshima. Permítanme transmitirles la historia de una niña: «Sadako Sasaki sólo tenía dos años de vida cuando la bomba cayó en su ciudad. Era una niña feliz y energética y parecía que no le había afectado la explosión de la bomba. Pero nueve años después se le detectó leucemia, una enfermedad causada por la irradiación de la bomba.

«Cuando estaba en el hospital, una amiga suya le trajo una grulla de papel y le contó la historia de la grulla. Los japoneses creen que la grulla vive mil años. Si una persona enferma hace mil grullas de papel, los dioses le concederán su deseo de mejorarse. Las grullas le aumentaron la esperanza a Sadako y entonces se puso a hacer grullas de papel con mucho entusiasmo. Lamentablemente ella falleció en octubre de 1955 después de haber hecho 644 grullas de papel. Los amigos y compañeros de Sadako continuaron su misión e hicieron el resto para completar las mil grullas. Con la esperanza de que se pudiera evitar la guerra en el futuro, los niños juntaron dinero para construir un monumento a Sadako y a las grullas. Ahora hay una estatua de una niña sosteniendo una grulla dorada en sus brazos abiertos, en el Parque de la Paz en Hiroshima».

La catástrofe de Japón nos tiene desconcertados. Los angustiosos titulares de la mañana se atragantan con cualquier atisbo de esperanza. Sin embargo, ayer encontré una noticia que me ilusionó: ‘El proyecto de las 1.000 grullas’. Makiko es una japonesa afincada en Madrid que ha decidido creer y hacer creer. Aquí y allí. Su plan es mandar miles y miles de grullas de papel hechas por españoles, para transmitir a sus hermanos que los deseos están en camino.

Al leer su proyecto me acordé de los alumnos del IES Padre Manjón, de Granada, que, para conmemorar el Día de la Paz, se dejaron cuerpo y alma en miles de grullas de papel que colgaron en la entrada del centro y que, más tarde, mandaron a Hiroshima.

Denle buen uso a este periódico. Construyan una grulla. Construyan un deseo. Porque creer es querer; y viceversa.

Las 1000 grullas from Makiko Sese on Vimeo.

Al otro lado del mundo

Nada más leer el mensaje de Trinidad recordé nuestra primera conversación. Los dos éramos hispanos perdidos en el centro neurálgico de Londres.  Lunes, miércoles y viernes, Oxford Street se convertía en una embajada de culturas de todo el mundo. En mi clase de inglés había brasileños, iraquíes, alemanes, koreanos, japoneses, italianos… Catherine, la profesora, empezaba cada sesión poniéndonos en parejas para que hablásemos de algo. Aquella vez me tocó con Trinidad – “Trini, todo el mundo me llama Trini”-. Pese a que los dos nos esmerábamos por cuidar un acento flemático y estirado, y que durante una hora no cruzamos una palabra en español, era obvio -tono de piel, color de pelo, vivarachos- que, los dos, veníamos del sur.

Bueno, cuéntame algo, le dije. Ella, con la lección aprendida, se lanzó de lleno: “Ayer vi una película que me gustó mucho”. ¿Cuál?, pregunté. “’Master and Comander: Al otro lado del Mundo’. Russel Crowe y Paul Bettany hacen un papel excelente. ¿La has visto?” Respondí que sí, que claro, ¿quién no? Un par de años antes había estado nominada a mejor película en los Oscar, pero el amigo Peter Weir tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar al apabullante ‘Retorno del Rey’ de Peter Jackson. “Vaya (ríe), ¿sabías de qué iba a hablar?” Reimos. Le hago saber que me gusta estar informado y ella, muy diligente, me cuenta algo que no sabía: “El protagonista está basado en un personaje real: Thomas Cochrane. Un marino que, además de participar en las guerras napoleónicas, tuvo un papel muy importante en la independencia de mi país”. ¿Tu país? “Sí, perdona. Chile, soy de Chile”.

Tres días por semana nos veíamos en una diminuta aula de una enorme ciudad. Tiempo suficiente como para, el último día, antes de vernos partir a nuestros respectivos países, nos dijésemos un “seguimos en contacto” y un “te echaré de menos”. Mentira. Nos fallamos, la distancia mata.

Años más tarde, Trini publica un mensaje en Facebook, un par de días después del devastador terremoto: “Todos estamos bien. Papá, mamá, hermanos, tíos, tías, tías abuelas, primos y sobrinos, todos bien, gracias a Dios”. Y yo me maldigo por no haberme dado cuenta antes de que Trini vivía en Chile. Pero también sonrío, consciente: el otro lado del mundo no está tan lejos. No lo olvidemos.

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