Si volviera a empezar, aprendería a tocar la guitarra. Así, como George Harrison. Y me miraría al espejo mientras bailo mis dedos por sus cuerdas, provocando un gentil sonido que haría llorar al mismísimo Eric Clapton. Retando al mundo y a sus problemas a que pasen de largo, a que se sienten conmigo a saludar al sol de la mañana, a tararear un mantra que no entiende de religiones, my sweet lord.
La mitología de los Beatles es un importante capítulo de la historia moderna, por su repercusión inmediata, global y artística. Martin Scorsese dirige ‘George Harrison: Living in the Material World’, un ambicioso documental que se sumerge en la memoria del Beatle espiritual. Tres horas y media de fotografías, entrevistas a amigos y familiares y declaraciones del propio Harrison. Tres horas y media que, si de mí dependiera, sería de obligado visionado en las clases de música –si es que siguen existiendo- del instituto.
La película no busca la lágrima fácil ni un recuerdo manipulado por el impulso del fanatismo. Es un repaso meticuloso a las decisiones que llevaron a George Harrison a cambiar el ácido y la fama más brutal, por la meditación y la dedicación a su gran amor: la música. Un camino en el que hizo grandes amigos y grandes equipos. Él fue, por ejemplo, el productor de ‘La vida de Brian’ después de que ninguna gran multinacional se atreviera con el guion de los Monty Python.
Lo curioso es que, después de tres horas y media de documental, será imposible que no rebusquen en su videoclub particular (o Youtube) para ver –y entender- el concierto que los amigos de George Harrison, liderados por Eric Clapton y Paul McCartney, organizaron un año después de su muerte, en 2002.
¿Qué aprendí de George? Que la pasión es el camino de la excelencia.