El espejismo del Oscar

En las últimas semanas he presenciado varias conversaciones que terminaban con la misma idea: este año no hay grandes candidatas al Oscar. Es curioso que en el curso en el que más españoles se han animado a ir al cine, sea tan fácil escuchar eso de «no se merece tantos premios». Si hacemos un estudio pormenorizado de las ‘mejores’ películas del año (o, al menos, las más nominadas), es cierto que no hay ni un solo título que unifique la grandeza en todos sus aspectos.

Ayer, por ejemplo, hablando de las candidatas, percibí que la que más gustaba era ‘The Imitation Game’. Excelente película pero que no es, ni de cerca, la favorita. Sí lo son ‘Birdman’ y ‘Boyhood’, ejercicios muy originales que distan de ser ‘ese’ film que unifica a público y crítica. Tampoco lo son ‘Whiplash’ o ‘La teoría del todo’, ambas preciosas. Hay, sin duda, un importante vacío de pasión.

¿Cómo lo ven ustedes? ¿Creen que hay alguna nominada que encandile a todos por igual, que despierte pasiones cinéfilas, que haya generado una expectación perdurable en el tiempo? Aún me quedan unos días para cerrar mi particular porra para los Oscar pero, si fuera por mí, que gane ‘El Gran Hotel Budapest’. Su derroche de imaginación sigue siendo de lo que más me ha divertido este año.

Al otro lado, más allá de los premios, lo cierto es que de 2014 creo que la película que más me ha llegado es ‘Interstellar’. De hecho, si tuviera que anotar en una lista las cintas que dentro de unos años seguirán generando interés, la de Nolan estaría la primera. Es lo que tiene la ciencia-ficción, mejora con el tiempo.

Les devuelvo la pelota, ¿cuál es la película que no olvidarán de 2014?

Querían rescatar al genio

(Artículo publicado en las páginas de documentación de IDEAL, en 2035)

A finales de 2014, Hollywood estrenó una serie de películas que calaron entre público y crítica. Cuatro alabadas cintas que, en realidad, partían de un proyecto secreto –un proyecto más grande y ambicioso– para vencer a los últimos estertores de la crisis que azotaba el mundo entero. Conscientes de que no podían crear dinero de la nada (y lo que creaban, pretendían quedárselo), un selecto grupo de cineastas redactó una orquestada campaña de mensajes subliminales para inspirar a la sociedad. El mensaje principal, pese a sus múltiples lecturas, era sencillo: «triunfa y triunfaremos».

Hollywood, consciente de que la gente había abandonado la persecución de sus sueños (un concepto muy americano), ordenó la redacción de dos guiones: ‘The imitation game’ y ‘La teoría del todo’. Ambos contaban la historia de cómo un genio científico resistió fuerzas ajenas a él para alcanzar la excelencia universal. «Si ellos pudieron, vosotros también podéis», «tenéis que creer en vosotros», «que nadie os frene», eran algunas de las notas, escritas a mano, que decoraban los márgenes de los folios.

Antes de estrenar las películas, los ideólogos de la campaña realizaron pases privados para ver las reacciones del público. Efectivamente, la filosofía caló y los espectadores desarrollaron una ambición profesional desmesurada. Era tan grande su necesidad de dejar su huella en el mundo, de trascender, que empezaron a dejar de lado a sus familiares y seres queridos. Fue entonces cuando Hollywood se dio cuenta: la vocación no debe destruir la vida. Dos nuevos guiones nacieron: ‘Birdman’ y ‘Whiplash’, relatos sobre cómo el talento y el reconocimiento no tienen por qué ir de la mano.

Esos cuatro guiones se fusionaron en una única película. Una hermosa historia que animaba, desde la cercanía y la humildad, a perseguir tus sueños. Sin embargo, al llegar la película a los productores (se baraja la conocida teoría Peter Jackson), optaron por realizar cuatro películas distintas. «Sacaremos más dinero», dijeron. Y así fue.

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The Imitation Game (y III): la película

Antes, mucho antes de ser una sugerente forma de analizar nuestro mundo, ‘The Imitation Game‘ es una película impecable. Ya en 2011, Morten Tyldum, su director, me fascinó con ‘Headhunters’ -es un momento perfecto para descubrirla, si no lo han hecho ya-. Este noruego ha pegado con fuerza en las puertas de Hollywood, convirtiendo la épica de Alan Turing en una firme candidata a obtener casi cualquier premio que se proponga.

No sobra recordar que ‘The Imitation Game’ está basada en una historia real que sucedió durante la II Guerra Mundial y que se mantuvo en secreto hasta hace poco más de dos años. Turing, considerado el padre de la informática, es el motor de un film que es mucho más que una biografía. Este genio retraído y antisocial es el núcleo de una narración ambiciosa: la de una sociedad, la nuestra, que guarda milagros y errores en el mismo puño.

Lo magnífico del guión de Andrew Hodges y Graham Moore es que la inmersión es tan fundamental que no importa lo que crean conocer de la vida de Alan Turing, les absorberá igual (si no conocen nada, van a alucinar). Un guión magnífico que baila de una época a otra con fluidez y constancia, compilando las piezas del puzzle que construyen dos actores en estado de gracia: Benedict Cumberbatch y Keira Knightley.

Por supuesto, el trabajo de Tyldum es toda una proeza. Un montaje y una edición inteligentes convierten un gran relato en una película inolvidable (entre mis secuencias favoritas, la creación de ‘Christopher’, la máquina llamada a vencer a los nazis). Y la música… Maldito seas, Alexandre Desplat, eres un puñetero genio.

(L-R) KEIRA KNIGHTLEY and BENEDICT CUMBERBATCH star in THE IMITATION GAME

The Imitation Game (II): la sugerencia

La genialidad es un monstruo terrorífico a los ojos del ignorante. La ignorancia no es necesariamente un insulto, es una condición indispensable para cuestionar la norma. La norma es apropiada, decente y consensuada. Lo anormal, por contra, es raro, incómodo y desafiante. Si todos nos vistiéramos igual, habláramos igual y saboreáramos igual los colores, ¿quién inspiraría al resto a probar lo imposible?

No es a los genios a los que debemos temer, es a las certezas. La perspectiva, qué talento tan magnífico: ser capaz de mirar con empatía aquellas situaciones que la sociedad, por norma, ha tildado de indecentes: negros, mujeres, homosexuales… Aún hoy hay sociedades que castigan con puño de hierro a los gays confesos o a las mujeres que conducen o a los que huyen de una tierra asfixiada por la pobreza. Dios mío, hace poco más de cincuenta años, en Reino Unido, todavía era delito tener una tendencia sexual ‘equivocada’. ¿Se dan cuenta de la cantidad de ideas actuales que en cincuenta años serán tratadas de barbarie?

Y luego está la guerra. El terrible motor del mundo. ¿Cuántos inventos revolucionarios habrán nacido de la inversión militar? ¿Se imaginan si pusiéramos todo ese empeño en ‘mejorar’, simplemente, por el bien de la humanidad y no para vencer al enemigo? Por otro lado, quizás la clave no sea la guerra entendida como ejércitos enfrentados, sino como necesidad imperiosa. Tal vez, visto con perspectiva, la razón que impulsa la innovación más extraordinaria sea la crisis. Crisis es Primera Guerra Mundial, pero crisis es, también, una burbuja que explota y nos roba el estado del bienestar. ¿Lo ven? ¿Y si en este mismo momento hay un genio conspirando contra la norma? ¿Contra el enemigo? ¿Y si hay un genio aprovechando la crisis para llevarnos al siguiente paso de la evolución?

Perdonen el descontrol. Escribo sin pensar, como una máquina que intentara descifrar el mensaje. Un mensaje precioso y formidable. Un mensaje programado en una película bellísima que constantemente sugiere trillones de preguntas al espectador. Pero sí, hablemos sin relojes de la película de Morten Tyldum (‘Headhunters’), de la poderosa mirada de Alan Turing en el rostro de Benedict Cumberbatch (‘Sherlock’), hablemos, por favor, de ‘The Imitation Game‘. Qué genialidad.

(Continuará)

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The Imitation Game (I): el enigma

El cariño con el que recordamos nuestro primer ordenador invita a dudar sobre la humanidad de las máquinas. Las teclas, al principio, eran parte de un juego que nos hacía parecer niños listos, capaces de dar vida a Frankestein sobre un mundo de letras fáciles y verdes que parpadeaban misteriosamente; comandos mágicos difíciles de entender.

La vida se ha convertido en una sucesión de pantallas en las que nos vemos reflejados. Nosotros y las ideas que nos habitan. Una pantalla es capaz de mostrar lo mismo que cualquier espejo común abandonado en el pasillo de casa. Pero, también, capaz de descifrar esa imagen en forma de palabras, colores, archivos, programas, carpetas, juegos, chats, álbumes, canciones, vídeos y un sinfín de recuerdos digitales para que nadie se pierda en eso que conforma nuestra existencia.

El medio, como decía McLuhan, se convierte en el mensaje. Sin darnos cuenta, las máquinas -móviles, ordenadores, tabletas- son confesionarios personales, protectoras de lo más lúcido y lo más oscuro de nuestra alma. Si un disco duro guarda nuestra memoria más querida, ¿en qué nos convierte a nosotros? ¿Qué no es máquina y quién no es humano? El juego de la similitud, de la identidad, de la imitación: The Imitation Game.

A veces, mueves el ratón y navegas por la pantalla como si todo formara parte de un mismo peliculón. Una grande e imponente historia en la que hombres y máquinas compartimos protagonismo en una única red. Cada uno su historia. Historias que revolucionan el íntimo concepto del ser humano, de su sociedad, de este universo nuestro y su destino. Todo lo conseguido es parte de la solución de un problema mayor, de una ecuación mayor. De una herencia que vive siempre en el reflejo de la pantalla.

(Si tardan menos de seis minutos, me llaman.

Clave= P1-19; P2-20; P4-27; P4-43; P1-4; P1-42; P3-50; P4-81; P3-19; P1-45; P2-9; P1-55.

P3-34; P2-4; P4-62; P2-46; P4-54, P3-10, P3-55; P2-3; P2-72; P3-69; P3-70; P3-71: P4-19.)

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