Fury Road (y III), la mujer

Max es el testigo de una era. Furiosa, su protagonista. Tom Hardy es una magnífica reencarnación del personaje que Mel Gibson convirtió en un icono. El británico borda el silencioso carisma del héroe apocalíptico, un ronin que vagabundea por un mundo asolado por la barbarie del hombre. A través de sus ojos veremos ‘el nacimiento’ de Furiosa, la heroína con la que Charlize Theron reivindica el papel de la mujer en todas partes. En todo. La mujer como la clave. La mujer como la salvación del hombre.

Detrás del espectáculo audiovisual de ‘Mad Max: Fury Road’ se esconde un cúmulo de ideas extraordinariamente fértiles. El cuento de George Miller habla de tres hermanos, tres enemigos de la humanidad: la Guerra, la Contaminación y el Extremismo Religioso. Cada uno, al igual que los jinetes del Apocalipsis, engaña a la vida con promesas de salvación, orgullo y milagros químicos. Falsos dioses en posesión del agua, la vida, encerrada tras un candado de egoísmo e indiferencia.

Cada película de Mad Max, en realidad, es una unidad que se sostiene sin el resto. Sin embargo, si analizamos la saga, cada película cuenta un capítulo de una historia mayor: ‘El hombre destruye el mundo’ (‘Salvajes en la autopista’, 1979), ‘Este es el mundo que nos dejaron los hombres de ayer’ (‘El guerrero de la carretera’, 1981), ‘¿Qué futuro nos espera?’ (‘Más allá de la cúpula del trueno’, 1985) y ‘La vida se abre paso’ (‘Fury Road’, 2015).

Tras tres películas donde el hombre arrasa y se consume por la locura, Miller presenta un ‘ejército’ de mujeres liderado por una heroína formidable. Un feminismo bien entendido que deja dos mensajes en el subtexto, a cuál más bello: la mujer como la verdadera protagonista del cine de acción de los 80 (algo que nunca fue); y una certeza absoluta –tan absoluta como la ‘Gravity’ de Cuarón– sobre el milagro por el que siempre estaremos en deuda con ellas, las madres.

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Por qué no te va a gustar Mad Max: Fury Road (II)

Es una sensación, no puedo hablar de estadísticas matemáticas. Pero mientras la crítica la ensalza, lo cierto es que la gente –la que me rodea, lo que oigo en la calle– se retuerce en la butaca sin saber muy bien qué pensar de ‘Mad Max: Fury Road’. ¿Por qué? He aquí unas cuantas ideas a tener en cuenta:

1.- Si no has visto ninguna película de Mad Max es muy posible que te sorprenda. No es una película tipo, con una estética agradable para el espectador medio. George Miller, su director, imagina un universo, su universo, sin complejos. Así, muchos se avergonzarán de la imagen del guitarrista sobre el camión, cuando en realidad es una poderosísima imagen, un recurso visual fantástico y una imaginativa evolución de los tambores de guerra.

2.- Es una película de acción, de aventuras y muy, muy, muy entretenida. Pero no es una película para niños. No, madres y padres del mundo, no podéis llevar a vuestros hijos a ver cualquier cosa en la que aparezca un coche y encima quejaros en mitad de la sala de que es «un asco de película» mientras bajáis las escaleras por tercera vez.

3.- El respeto de ‘Fury Road’ por el espectador es mayúsculo. Tanto que no se preocupa ni un solo segundo por protegernos. Nos muestra sus ideas en todo su esplendor: los claros y los oscuros. Nada de ser condescendiente con nosotros, con suavizar el vasto océanos de verdades que hay detrás de la fábula.

4.- Hay cosas que no entiendes. Que no entenderás. Que no entendemos. Cosas que requieren que cada cual busque su explicación. Si un personaje se mancha la boca de metal antes de saltar sobre un coche en llamas y grita «¡sed testigos!», es fácil que nos retorzamos ante un ritual fuera de ‘lógica’. Pero ese es el acierto: el impacto.

5.- Nada es gratuito en ‘Fury Road’. Y más allá del entretenimiento, la película es tan grande porque se fundamenta en ideas que funcionan estética y filosóficamente. Tal vez, verdades incómodas de las que merece la pena seguir hablando. Y de la mujer. La mujer.

 

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Mad Max: Fury Road, el milagro (I)

La voz de Max Rockatansky vuelve tras un largo letargo de silencio. La belleza de unos títulos de crédito bien compuestos -algo tan de los ochenta- da paso a la impactante luz del desierto. Sólo su oscura silueta ofrece un contrapunto a la infinita magnitud de la pantalla y, entonces, arranca la persecución: una trepidante huida en dos direcciones que no te suelta, no aminora, no duda. Estás ante un acontecimiento que hará historia. ‘Mad Max: Fury Road‘.

La película de George Miller es un milagro. Un ejemplo fundamental de cómo se puede escribir una película que use la acción como herramienta narrativa. Nada en ‘Fury Road’ es gratuito. Nada en su vasto universo imaginario es fútil. Ningún personaje te explicará qué es la locura: te lo mostrará. Ningún diálogo te contará cómo empezó todo: lo intuirás. Ningún texto te describirá la situación del mundo: lo comprenderás en su escenario.

‘Fury Road’ es un prodigio pictórico. Miller hace un uso fabuloso del color, transformando la pantalla en un lienzo de intenciones, de emociones cautivas. Parecía imposible que entre tanto cacharro y tanta arena se pudiera construir una fotografía tan inmensa. Un trabajo que quedaría incompleto sin la acertadísima y brillante banda sonora de Tom Holkenborg. Sí, esto es cine. Cine de primera. De lo mejor de la última década.

Cuanto más pienso en la película, más consciente soy de su capacidad para sugerir y de su clara vocación por dejarnos a nosotros, espectadores, decidir qué ha pasado y cómo hemos llegado aquí. Es magnífica. Puro nervio, puro entretenimiento, puro Cine, puro Arte. Y, sin embargo, lo más probable es que no le guste, que le incomode, que no la entienda. Deje que le explique por qué…

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El topo

Cientos de ojos mezclados en distintos momentos, en distintos lugares, en distintas perspectivas. Emociones confundidas en miradas sagaces que rezuman inteligencia. Un puzzle que se construye con paciencia y determinación, mostrando, pieza a pieza, el rostro del Judas que vende, con sonrisa ladina, la información que protege a un país entero; un país que aún sufre los fríos achaques de una guerra mundial extinta. ‘El topo’ es como una foto en blanco y negro: capta la atención, exige paciencia y a un observador capaz de hilar más allá de la propia imagen. Porque cada imagen es, en sí misma, una enorme historia.

A priori, dos nombres: el sueco Tomas Alfredson y el londinense Gary Oldman. El primero dirige, con un talento innato, un relato de suspense que nos otorga, desde el primer minuto, la sensación de que somos un espía más enrocado entre las mesas del Servicio de Inteligencia Británico, gracias a un espectacular juego de cámaras, luces y sombras. ‘El topo’ es su segunda gran película después de ‘Déjame entrar’, su fantástica presentación en Hollywood que ya fue adaptada, consagrándose como uno de los grandes artistas del panorama cinematográfico actual con un porvenir muy prometedor. El segundo, Oldman (‘El caballero oscuro’, ‘Harry Potter’), realiza un trabajo brillante como el ex agente George Smiley, regalándonos imágenes, discursos y expresiones que serán difíciles de olvidar. Inmenso.

Sin embargo, sería injusto desmerecer al resto de actores de este thriller coral que enriquecen con su sola presencia cada una de esas imágenes repletas de matices: John Hurt, Colin Firth, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones y Tom Hardy. Probablemente, uno de los mejores repartos del año. Ellos, aderezados con el preciosista trabajo de arte recreando un ambiente en el que casi se puede oler el humo del tabaco, casi sentir el miedo constante a un ente fantasmal y amenazante, la guerra fría.

‘El topo’ de Alfredson es una magnífica versión del mundo que John le Carré describió en sus novelas. Pero no es una película fácil, típica. Es exigente, nada escandalosa y huye de las construcciones prefabricadas a las que nos tiene acostumbrado el género más comercial. Su espíritu queda perfectamente recogido en los primeros y últimos cinco minutos del film y en la muestra de que, a veces, el secreto de narrar es no decir nada.

Tom Hardy, Charles Bronson

Charles Bronson y Tom Hardy. Lo más probable es que el primer nombre les sugiera un bigote con sombrero buscando bronca. El segundo, quizás, no les diga nada. Pero la explosiva combinación de ambos me ha confirmado una sospecha: estamos ante un actorazo que dará mucho de qué hablar. Tom Hardy es uno de los pocos ingleses -comparado con la ingente cantidad de actores que no consigue salir de la isla- que disfrutará las mieles de Hollywood en todo su esplendor. Le conocen, aunque, como les decía, puede que no lo sepan: ‘Rock´n Rolla’, ‘Layer Cake’ y, claro, ‘Origen’.

Me fío de Christopher Nolan. No solo considero que es uno de los directores más creativos del cine contemporáneo, sino que, además, ha sabido cosechar un círculo de amistades muy fiel. Sus intérpretes han ido de una a otra historia, dejándose guiar por su mano: Christian Bale, Joseph Gordon-Lewitt, Ken Watanabe, Michael Cane, DiCaprio, Jackman… Todos forman una especie de ‘club de privilegiados’ que vuelven una y otra vez a los mundos de Nolan. El último en llega, Tom Hardy.

Después de su incursión en el mundo de los sueños y las peonzas infinitas, Hardy será ‘Bane’, uno de los enemigos de Batman en ‘The Dark Knight Rises’. El personaje es un amasijo de músculos, una bestia bruta que, en los cómics, rompió la espalda del héroe de Gotham. Los fans, alarmados ante la noticia, se echaron las manos a la cabeza: “¡Pero si es demasiado pequeño!”

A todos ellos les recomiendo que vean ‘Bronson’ (2008), la historia real del preso más caro de la historia del Reino Unido, conocido por todos bajo el pseudónimo de Charles Bronson. En serio, hace un papel espectacular: violento, enorme y, de una manera bizarra, entrañable. La película, por cierto, no llegó a estrenarse en España.