Steve Jobs: Hay un amigo en mí

“Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Ése es el gran problema de los profetas: que las palabras sean verdad. Puede que, después de todo, el producto que mejor vendió Steve Jobs no fuera su iPhone ni su iPod ni su iPad, sino que fuera él mismo. A lo largo de los años, el creador de Apple ha forjado una idea sobrehumana que combinaba talento, imaginación, creatividad y vocación. Una fórmula pasional que le convirtió en el hombre más rico del planeta, “algo que nunca me importó”. 

En los últimos tiempos, muchos quisieron ver a Jobs como el Tony Stark terrenal; el Walter Bishop de esta dimensión. Es obvio que son más que conscientes de los triunfos tecnológicos del tipo de la manzana. Pero, si no les importa, me gustaría subrayar un hecho que no debe ser menospreciado: Steve Jobs, hundido y expulsado de su propia compañía, se reinventó y fundó una de las fábricas de sueños más importantes de nuestra era: Pixar.

1995 parece tan lejano y, sin embargo, es historia viva. Aquel año escuchamos a William Wallace suplicar al espectador por un corazón libre, vimos a Bruce Willis perder la partida con 12 monos y a un Amenábar prometedor sentando sus tesis. Ý también conocimos a Woody, Buzz y el resto de los juguetes de Andy: la primera película de animación hecha completamente por ordenador, ‘Toy Story’.

Pixar fue una revolución: los dibujos animados dejaron de ser parcela infantil, tanto que, diez años más tarde, su impronta llegaría a los Oscars con nominaciones a mejor guion original. ‘Monstruos S.A.’, ‘Buscando a Nemo’, ‘Los Increíbles’, ‘Wall-E’, ‘Up’… Steve Jobs supo contar su historia. Qué duda cabe. Pero, por encima de sí mismo, supo sacar el máximo rendimiento del pixelizado mundo que le rodeaba.

“Vuestro tiempo es tan limitado que no debéis gastarlo viviendo la vida de otro. Creed en vosotros. Sed vuestro mejor amigo”. ¿Recuerdan la canción?

 

Toy Story

En una de mis poco ordenadas pero extremadamente artísticas estanterías, guardo varias cajas de juguetes. Desde que me enteré de que algunas figuras de Star Wars de los años 70 se venden por más de mil euros, decidí que nunca me desprendería de mis muñecos de Spiderman, X-Men y demás superhéroes. Al menos esa es la razón oficial. La que doy a las chicas cuando me preguntan por qué tengo tanto juguete. La verdad es que me encantan mis figuras. Y, si tuviera tiempo, jugaría con ellas todos los días.

Toy Story se estrenó en 1995. Hagan cuentas y sorpréndanse conmigo: Quince años tiene mi amor. Hace poco, por una de esas casualidades de la vida, volví a verla. Me pareció tan genial como la primera vez. De hecho, sigo viendo un habilidoso uso de la técnica que aún hoy luce como nueva.

Woody y Buzz Lightyear han sabido envejecer sin necesidad de retoques mágicos a lo James Cameron. Agradezco que Disney haya vuelto a estrenar Toy Story 2 en versión 3D para que los nuevos niños no pierdan la oportunidad de ver esta genialidad en el cine. Pero lo que hace grande a estos juguetes es que fue, quizás, la primera película de animación que se preocupó por escribir un guión que deslumbrara a los pequeños pero que, al mismo tiempo, ofreciera lecturas muy adultas.

Toy Story abrió una brecha que culmina con las recientes ‘Wall-E’ y ‘Up’. Un tipo de película de aspecto infantil pero que enamora tanto que hay que nominarlas en la categoría de Oscar a la Mejor Película.

La animación, como los juguetes, lucen más en las manos de un niño sin prejuicios. Pero, a veces, gusta verlos en la caja de la estantería recordándonos lo que una vez fuimos. Guardándolos como un tesoro.

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