Los primeros minutos de 'Up'

Nadie esperaba la temprana muerte de la señora Fredricksen. Su fugaz paso por la pantalla no evitó que nos enamoráramos locamente de ella: su sonrisa vivaracha, su pelo revuelto, esa pasión por volar, por conquistar cimas, por vivir aventuras. El día que clavó la chapa en el corazón de Carl, lo hizo en el de todos nosotros. Pero, sin duda, a él le tocó la peor parte: despedirse del amor de su vida.

No concibo ese adiós. Por mucho que intento imaginar la amargura tan absoluta que debe suponer soltar la mano de ‘esa’ persona, no lo consigo. Pero, supongo, que por eso sigo siendo un aprendiz. Si la vida es una mierda también es un regalo. No hay un extremo sin el otro, de eso estoy seguro. Hace un par de días asistí al funeral de mi tía. Era joven. El puto cáncer. Ya saben. El drama pasaba de unas lágrimas a otras. Sin remedio.

El milagro, lo que no tiene precio, es el cariño tan ensordecedor que arropó a mi tita Mercedes hasta el último momento. Ella, profesora en un instituto de Huércal-Overa (Almería), recibió cientos de besos de familiares, amigos, compañeros y alumnos. Alumnos de ahora y de antes. Semillas que sembró en el camino y que ahora dan sus frutos. Jóvenes que miraban con ojos cargados de emoción la última lección que Mercedes iba a impartir: “vivid; y disfrutad de todo lo que eso conlleva”.

Les hablaba de ‘Up’ porque, durante la misa, mientras miraba a mi tío Guillermo, no podía quitarme de la cabeza los cuatro minutos del principio de la película. Me imaginaba a mí en una situación así, hundido quizás en los recuerdos, incapaz de volver a pensar en aventuras. Y él, mientras, estoico y emocionado, dedicaba la mejor sonrisa que podía a cada nuevo pésame.

Llámenlo esperanza, amor o fe. Pero estoy seguro de que Mercedes, como la señora Fredricksen, será inolvidable. Y él, como el señor Carl, seguirá cumpliendo sueños. Por él y por ella. Por los dos.

El mejor Oscar

Tengo debilidad por las rarezas. A estas alturas puede que no les sorprenda la afirmación. Pero es así. Mientras que los sabios centran el debate de los Oscar en las rajadas de ‘En tierra hostil’, el fracaso de Avatar y la vuelta a una gala anodina, yo sigo paladeando el que, para mí, fue el mejor de todos los premios: Michael Giacchino.

Mi devoción por este compositor es tan evidente como mis rarezas. La banda sonora de ‘Up’ le valió el Oscar en un premio que, a diferencia de otros, sí estaba muy disputado. En el Kodak Theatre, antes de anunciar al ganador, disfrutamos de un espectáculo coreográfico digno de Broadway, que fusionó funky, danza clásica y hip-hop –cuánto nos enseñó Fama, a bailar-. Pero tanto el baile, como cualquier otra cosa que sucediera durante la noche, no fue comparable al discurso de agradecimiento de Giacchino.

Lo normal es que los discursos aburran y entorpezcan la gala. De hecho, la organización les pidió a los artistas que no nombraran a sus familias ni recitasen largas retahílas de tíos, primos, sobrinos y demás mascotas. Sin embargo, Giacchino estuvo brillante: “Cuando tenía 9 años le pregunté a mi padre si podía utilizar la cámara de 8mm que guardaba en el armario y me dijo: claro, cógela. Empecé a hacer mis películas con ella e intenté ser todo lo creativo que pude. Desde aquel día, no paré. Y mis padres no me dijeron ni una sola vez “lo que estás haciendo es una pérdida de tiempo”. Nunca. Crecí, tuve profesores, compañeros, gente con la que trabajé… que nunca me dijo que era una perdida de tiempo. Sin embargo, sé que hay jóvenes ahí fuera que no tienen ese apoyo, así que, si estáis escuchando, chicos, prestad atención: si queréis ser creativos, no es una pérdida de tiempo. Hacedlo”.

¿No les parece maravilloso?

Up y Giacchino

Una gran banda sonora es como el aroma que deja el perfume al pasar. Aunque estemos a cientos de kilómetros de distancia, la segunda vez que lo olemos revivimos, irremediablemente, la misma calle, el mismo cielo, aquella chica. ¿Cómo no sentir los golpes de Apollo al escuchar la fanfarria de «Rocky»? ¿Cómo no levantar el dedo con el tintineo de «E.T.»? ¿Cómo no pedalear con «La Vida es Bella»?

La Banda Sonora Original (BSO) suele quedar relegada a un segundo plano a la hora de valorar una película. Tremendo error. Ellas tienen el poder de convertir el drama en comedia, la alegría en terror, la arenga en mística y un diálogo cualquiera en pura pasión. Posiblemente, en los últimos veinte años el compositor más destacado del panorama haya sido John Williams ( «Tiburón», «La lista de Schindler», «La Guerra de las Galaxias»). Sin embargo, hay un músico que, partitura a partitura, ha conquistado mi corazón: Michael Giacchino.

Giacchino es el responsable de la música de «Star Trek», «Ratatouille», «Perdidos», «Misión Imposible 3″… Y, por supuesto, «Up». Si recuerdan el principio de la cinta animada de Pixar, en los primeros minutos no hay ni una palabra. Sólo música. La música se convierte en un maravilloso actor que dobla los diálogos inexistentes de Carl Fredricksen, un anciano de 78 años, con su mujer. Diez minutos que pasarán al limbo del Cine por unir, de una manera tan magistral, lo nuevo con lo viejo, al cine mudo y clásico con la mejor animación por ordenador. Y esa fusión tan especial sería imposible sin el genio de Michael Giacchino -por el que ha ganado el Globo de Oro a mejor BSO-.

Hace casi un año tuve la suerte de conocer en persona a Mr. Giacchino. Fue en el «Festival BSO Spirit de Úbeda» -un encuentro altamente recomendable-, donde, además de ponernos los pelos de punta mientras dirigía a la orquesta en el Hospital de Santiago, quedó patente su humildad y cercanía. El último día del festival, durante la firma de discos, Giacchino garabateó, a carcajada abierta, el Ipod de un friki que no había llevado ningún cedé. Sí, mi Ipod es más chulo que el tuyo.

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