Ahora que se acercan las navidades y la programación televisiva se presta al homenaje a los clásicos menores, propongo a los amigos de la TDT que pongan una de esas comedias que, de absurdas, resultan entrañables: ‘Rafi, un rey de peso’. Obviando el hecho de que la protagoniza el excelentísimo John ‘Blues Brother’ Goodman, un grande -en cualquier sentido- del humor, creo que sería una apuesta muy acorde con el momento político y social que vivimos. Atiendan a la chorrada:
Ayer, en el trabajo, salió el tema Urdangarin hasta en la sopa. La tónica general era un “¿por qué?” mourinhesco. Ninguno entendemos qué puede hacer que una persona tan poderosa, rica y acomodada necesite tener más y más. Si se ponen a echar cuentas -nosotros lo hemos hecho-, tenía dinero para vivir su vida y la de toda su prole sin despeinarse por ninguna hipoteca de ninguna de sus cuatro mansiones. Ni de los yates, aviones, viajes y demás celebraciones de guardar. ¡Era la envidia del Tío Gilito!
Así estábamos, regurgitando la envidia y la ira, cuando llegamos a una de esas conclusiones divertidas que alegran la mañana: ¿Podría ser rey? Como en la película de David S. Ward, ‘King Ralph’ (que, como les he dicho antes, aquí se conoce por ‘Rafi, un rey de peso’; poesía moderna), imaginen que tooooda la familia real sufre un terrible accidente, al mismo tiempo, y el bueno de Urdangarin sube al trono. Qué lío, ¿no?
Pues aún así estoy seguro de que habría gente que defendería la legitimidad de este señor. Seguro que algún listo publicaría perlas sonadas: “Se hizo a sí mismo”, “la ambición del éxito”, “la envidia de España”. Y es que, a mí, personalmente, me hace mucha gracia todo el tema de Urdangarin. ¿Que estafa? Pues claro. Como casi todos los ricos y poderosos de este país. ¡No se hagan los locos ahora, hombre!
En fin. Anoten, John Goodman. Ése sí es, por definición, un buen hombre.