Recuerden, recuerden, estos cincos de noviembre

V de Vendetta‘, cada año, tiene un mensaje nuevo que compartir con el lector. Eso, claro, si escuchan con atención. Fue el sábado, segundo día del mes, cuando un amigo recuperó la famosa línea del cómic de Alan Moore: «Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora para evocarla sin dilación». Empezamos a comentar el tebeo y no paramos hasta que sacamos del cajón este precioso párrafo final:

«Espero, seas quien seas, que escapes de este lugar. Espero que el mundo cambie y que las cosas mejoren. Pero lo que espero por encima de todo es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero. Con toda mi alma, te quiero».

Sin querer, ‘V de Vendetta’ pasó a un segundo plano y nosotros, ustedes y yo y todos los que sobrevivimos a esta puñetera crisis, nos convertimos en protagonistas. «Joder –dijo él–, ¿parece que habla de España, verdad?» Sí, lamenté, sí que lo parece. En pocos minutos repasamos los amigos que o ya se han marchado o están a punto de hacerlo, angustiados por una situación que no guarda promesa alguna. «Si fueran sólo ellos… –reflexiona mi amigo– Pero son demasiados. Son demasiados los que se van». Agaché la cabeza y afirmé en silencio. Es tan dañiño no poder cumplir con una vocación, ni siquiera poder intentarlo. Maldita sea.

Más tarde, seguí dándole vueltas al párrafo y me pregunté si seríamos capaces de empatizar con el otro –esa gente que nunca veremos, con la que no nos reímos ni lloramos ni besamos– de una manera tan íntima como la del personaje de Alan Moore. El sufrimiento al que estamos expuestos diariamente, este cruel éxodo de talentos que resquebraja la moral y aniquila en silencio la expectativa de los que aún confían en sus posibilidades aquí, debería conformar un tejido indestructible que nos defina como grupo. Porque algún día, tarde o temprano, el mundo cambiará, las cosas mejorarán y volveremos a lo de antes. A los errores de antes. A los errores que nos llevaron al ahora.

Y será mejor que recordemos estos cincos de noviembre.

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Recuerde, recuerden

“Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora para evocarla sin dilación”. ¿Qué casualidad, no? La campaña política por el gobierno español arranca, justo, una jornada antes del día que inspiró a la novela gráfica de Alan Moore, a la película de los Wachowsky y, claro, a la revolución de indignados que levantó los twitters de Europa. Y las calles.

Las máscaras de ‘V’ se han convertido en un icono político e ideológico que, seguro, veremos en más de una ocasión durante las próximas dos semanas. Y, me van a perdonar, pero qué pérdida de tiempo y energía lo de ponerse las máscaras, salir a la calle, gritar, patalear y maldecir si, luego, a la hora de la verdad, no echamos la papeleta.

Según el CIS, el vuelco electoral es más que probable. Un dato tan abrumador que puede acarrear una consecuencia poco deseable: un escaso porcentaje de votación. ¿Por qué salir del brasero cuando todo está decidido? No soy el más indicado para hablar de política ni de políticos. Soy un ignorante confeso. Pero sí puedo hablar como ciudadano y afirmar que, mientras que las campañas políticas estén pensadas para los fanáticos de un partido, mientras que no se acepten los errores y las bondades de las iniciativas de otros, mientras seamos tan cegatos como para apoyar a un partido porque sí, porque es el mío, porque es mi equipo, porque son los buenos y los otros son los malos, mientras no se nos trate como personas, esto no nos va a importar.

Y nos tiene que importar.

Hay una frase que no deben olvidar. Salgan o no salgan a la calle, vayan o no de manifestación, estén o no indignados: “Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso. Bajo esta máscara hay unos ideales, Señor Creedy. Y los ideales son a prueba de bala”.

Piensen, decidan y voten. Esa es la revolución del, recuerden, recuerden, 5 de noviembre.

Realidad

Es fascinante cómo la realidad tiende a convertirse en ficción. Que levante la mano el que no esté alucinando con los titulares que abren los periódicos estos días de crisis. Y si alguien sabe de crisis es Madoff, uno de los rufianes protagonistas de la situación económica que vive el planeta. El ‘Gecko’ (‘Wall Street’, Martin Scorsese) de un universo paralelo y palpable, que ahora llora, desde su celda, la muerte de su hijo. Se ahorcó.

Una soga parecida a la que rodea el cuello de los miles de implicados en algún cable de Wikileaks. Los de la farmacéutica Pfizer, por ejemplo, ven el cerco cada vez más estrecho. Al parecer, probaron el antibiótico Trovan durante una epidemia de meningitis en Kano (Nigeria), en 1996, con niños. El experimento, con resultados lamentables, fue silenciado a golpe de talonario. Me pregunto si detrás de la denuncia hay un ‘El jardinero fiel’ (Fernando Meirelles, 2005) llorando por las almas pobres del mundo y por el amor perdido representado en la bella Tessa Quayle (Rachel Weisz).

Mientras, en otro lugar, lejano y cercano a la vez, miles de personas salen a la calle ataviados con el mismo uniforme: capa negra y máscara sonriente. Reclaman libertad para Julian Assange, el creador de Wikileaks. Cantan al espíritu del “recuerden, recuerden, el cinco de noviembre” bajo la sombra de ‘V’ (‘V, de Vendetta’, Watchowsky). En Estocolmo honran a la versión 2.0 de la garganta profunda y debaten sobre el periodismo de antes y el de ahora, deshilachando, como Russel Crowe, ‘La sombra del poder’ (Cal Mcaffrey, 2009).

Allí mismo, un coche bomba explota en la misma semana en que se entregaban los premios Nobel. Una gala subrayada por la ausencia de Liu Xiabo, premio de la Paz, encarcelado en China por ser considerado un perturbado, un peligro para la sociedad. Vargas Llosa habla de las historias, de la ficción. Y de su poder para cambiar la realidad.

Vendetta

“Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora para evocarla sin dilación”. ‘V de Vendetta’ es una de las novelas gráficas de Alan Moore más conocidas y, sin duda, una de las más controvertidas. El escritor desmenuzó la realidad política de su época (la Inglaterra de Margaret Thacher) para empatizar con un Maquiavelo que justifica el fin con los medios más brutales. Más terroristas.

El guión es tan retorcido que, si se despistan, pueden posicionarse del lado de ‘V’, el líder de la revolución, de la venganza. ‘V’ es uno de los mejores antihéroes de la narrativa moderna: cruel, radical, inteligente, carismático y fiel a un objetivo que está muy por encima de su propia existencia. Incluso de la Historia.

En 2006, los hermanos Wachowsky (‘Matrix’) llevaron la historia al cine con Hugo Weaving -escondido siempre tras la máscara- y Natalie Portman -una de las pocas mujeres sobre el planeta que, rapada al cero, pudo seguir presumiendo de guapa-. Pese a que los fans más acérrimos al cómic criticaron con dureza la conversión, he de admitir que a mí sí me gustó. En especial la escena final, en la que cientos de ‘máscaras’ salen a la calle. Creo que la película supo adaptarse a los nuevos tiempos, más abiertos que en la época original, y lanzar un mensaje que sigue siendo necesario: No deje que nadie piense por usted (“El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”; “Una mente abierta puede cambiar el mundo”).

¿Y qué me dicen de el monólogo final? ¿Qué me dicen de las últimas palabras de un tipo que justifica sus actos con violencia? “Espero, seas quien seas, que escapes de este lugar. Espero que el mundo cambie y que las cosas mejoren.
Pero lo que espero por encima de todo es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero. Con toda mi alma, te quiero”.

Sigan pensando, las opiniones nunca mueren. Y siempre obtienen su vendetta.

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