Una cuestión de tiempo

Llevo toda la vida pensando que, si pudiera viajar en el tiempo, no le haría ni puñetero caso al Doctor Emmet Brown y me buscaría a mí mismo en otra época para entregarme una lista de ‘cosas que debes hacer’ y ‘cosas que no quieres hacer’. ¿Lo han pensado alguna vez? Eso, lo de qué harían si pudieran cambiar el rumbo de su vida. Así, de manera sencilla, cerrar los ojos y aparecer varios años atrás, en esos momentos a los que la almohada se empeña en devolvernos de vez en cuando. ¿Fue un café, un examen, una entrevista, una charla, una confesión, un viaje? Siempre hay algo.

Una cuestión de tiempo’, de Richard Curtis (‘Love Actually’, ‘Radio encubierta’), no ha recibido todas las mieles que merece. No solo es una película entretenida que concilia a espectadores de romance, comedia y ciencia-ficción, también es un relato francamente original que desborda imaginación –sin necesidad de flashes ni cromas–. Una cinta imprescindible que pasó sin pena ni gloria por la taquilla y que, estoy seguro, el tiempo, irónicamente el tiempo, terminará poniendo en su lugar.

Tim (Domhnall Gleeson, ‘Black Mirror’) pertenece a una familia en la que todos los varones reciben, en su 21 cumpleaños, un don secreto y hereditario: pueden viajar en el tiempo. Pero no a cualquier era, en plan trogloditas o Renacimiento; sólo a un momento y un lugar específico que el viajero pueda recordar. Si fueran un joven deseoso de ligar, enamorarse y tener novia, ¿qué harían? Efectivamente, eso es lo que hará Tim para conocer –y no perder– a Mary (Rachel McAdams, ‘Sherlock Holmes’).

En la historia de Richard Curtis juega un papel fundamental Bill Nighy (‘Piratas del Caribe’), padre de Tim y clave emocional de ‘Una cuestión de tiempo’. Un magnífico personaje sobre el que se construye una forma distinta de viajar en el tiempo y una idea que sobrepasa a la mismísima eternidad. Esta es una película que trata sobre el amor. Un amor que conquista al espectador, como lo hizo ‘Love Actually’, pero que da un paso más allá en busca de un sentimiento más humano y, pese al derroche de imaginación, más real.

Les advierto que, al final, puede que no les apetezca viajar en el tiempo y sí salir a bailar.

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El Día del Tentáculo

¿Se imaginan qué hubiera sido del Universo conocido sin ‘El Día del Tentáculo’? Nada en la ciencia-ficción sería igual: la iniciativa Dharma sería un vestigio de una era inexistente, los doctores Bishop no vivirían a costa de la división Fringe, el Dr. Who viajaría en una moto, el ejército de Adama no habría sobrevivido a los 33 minutos de cuartel que los Cylon cedieron a Galactica y Kirk y Spock no se conocerían con la música de Michael Giacchino de fondo. Entre otras cosas.

Existe la -trágica- posibilidad de que no haya entendido ni papa del anterior párrafo. De ser así, por favor, estaré encantado de enviarle la bibliografía pertinente. Pero, lo más triste, es que ‘El Día del Tentáculo’ signifique nada o poco para usted. Desde mi más sincera humildad e inocencia, permitan que les hable del videojuego que, algunos, instalamos religiosamente en nuestros ordenadores, disquete a disquete, ‘punto exe’ a ‘punto exe’, contraseña a contraseña.

Recordé la obra maestra de Lucasarts (sí, los mismos de La Guerra de las Galaxias pueden presumir de haber contado algunas de las mejores historias en pc) mientras veía Men in Black 3. La escena en la que Will Smith viaja en el tiempo guarda un enorme parecido con el método en el que Bernard, Hoagie y Laverne visitaban presente, pasado y futuro en el juego: un infinito gusano por el que se pasean dinosaurios, personajes ilustres, relojes de Dalí y demás parafernalia temporal.

En ‘El día del tentáculo’, el trío protagonista intentaba evitar que unos invasores babosas del espacio exterior dominaran el planeta Tierra reescribiendo grandes hitos de nuestra Historia. Divertidísima comedia de ciencia-ficción que, algún día, será versionada por algún director hollywoodiense. La aventura gráfica inspira, no tengo duda, todo el universo friki conocido después de 1993.

¿Lo recuerdan? Yo me pongo melancólico. Ya no hay aventuras como las de antes.