Capitán Montes Neiro

Siempre me resultó curioso cómo convertimos en héroes a personajes que, a priori, son susceptibles de sufrir el desprecio más racional. Los ladrones, por ejemplo. El cine es un vasto y fértil terreno de historias protagonizadas por mafiosos, esbirros, zorros, chorizos, bandidos y maleantes de toda índole. Y no sé por qué infiernos nos resultan tan atractivos. ¿Será esa mirada esquiva, ese carácter tan marcado, ese honor gremial tan difícil de dibujar pero tan fácil de comprender? A saber.

Miguel Montes Neiro, el que fuera el preso más antiguo de España, salió ayer de la cárcel de Albolote con una alegría inaudita: era la primera vez en 36 años que se sentía libre por derecho propio. Desde que se convirtió en recluso había intentado fugarse en numerosas ocasiones, un elemento que, por cierto, incrementa la leyenda del granadino. Y enriquece el guion.

Ver a Neiro rodeado de cámaras de televisión, pronunciando un discurso por la libertad y los derechos humanos, parecía el epílogo de un biopic con sabor a Goya. No me extrañaría, de hecho, que algún productor ya le haya echado el guante a los derechos de la historia. El propio Miguel dijo que estaba escribiendo sus memorias, que no descartaba una película, que todo valía de ahora en adelante.

Y yo, viendo el rostro de Montes Neiro caminando cual ronin desterrado de su castillo, me imaginaba a Viggo Mortensen ataviado de Alatriste, presumiendo de bigote y arengando al bien historiado gremio de los ladrones. Claro, eso porque a mí no me robó nada, que me imagino que a las víctimas de Neiro tampoco les hará mucha gracia tanta épica.

Un método peligroso

“A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”. O, lo que es lo mismo, reinventarse. Dejar morir lo que éramos para empezar a ser algo totalmente distinto. La frase, pronunciada por Carl Jung (Michael Fassbender) cierra una de las películas más perturbadoras y sugerentes del año. ‘Un método peligroso’ es un ejercicio de hipnosis con el que David Cronenberg (‘Una historia de violencia’, ‘Promesas del este’) fisgonea en la mente del público, auténtico paciente del filme, para poner en duda los muros de moral y civismo que rigen nuestra vida. Y el sexo. El sexo por encima -y por debajo- de todo. El placer por antonomasia y, al mismo tiempo, el mayor de los tapujos.

A principios del Siglo XX surge una nueva forma de estudiar la mente humana: el ‘psicoanálisis’. Freud (Viggo Mortensen), el creador del método, lidera una revolución médica a la que se adhiere Carl Jung, joven promesa que utiliza las teorías de Freud para curar a Sabina Spielrein (Keira Knightley), joven belleza repleta de miedos, complejos y locuras de toda índole. El diálogo a tres bandas terminará creando una tensión sexual que, inevitablemente, explotará en una orgía dialéctica.

Cronenberg sabe lo que hace. Por eso, lo primero que nos enseña en la película es el método de trabajo: el paciente se sienta delante y el médico, el analista, se sienta detrás, viendo todo lo que acontece, juzgando las actitudes, las decisiones, los hechos y las intenciones. Fassbender se sienta detrás de Knightley y, a su vez, nosotros tras Fassbender, cerrando un círculo perfecto que nos embaucará durante una hora y media intensa de metraje.

‘Un método peligroso’ no es una película accesible a todos los públicos. Exige un mínimo de concentración bastante elevado y puede aburrir al espectador que no esté dispuesto a dejarse interpelar. Si sobrepasan sus propios límites, al terminar la cinta, llegarán a dos conclusiones: Uno. Si la gente a su alrededor abandona la sala sin solicitar un revolcón lascivo e irreflexivo con el resto de espectadores, es que no han entendido la película. Dos. Jung y Freud tenían razón.

"Elegidos para ganar"

Elegidos para ganar Pues nada. Que resulta que el miércoles me fui en autobús a Madrid, que tenía que recoger a unos amigos que venían a un partido de fútbol. No sé si lo han escuchado. Unos chavales que empiezan ahora y que parece que no lo hacen mal. Y, por lo visto, el verano pasado ganaron un trofeico… Nada, que no me aguanto, tengo que presumir: fui a por la Selección Española de Fútbol -si no creyera que utilizar ‘emoticonos’ en la columna es de cateto pondría uno como éste 🙂 ahora-.

El caso, y volviendo al bus, es que nos pusieron, como es habitual, un par de pelis. ‘Deja Vu’ (Tony Scott), una chalaura tecnología en la que Denzel Washington tiene complejo de McFly, e ‘Hidalgo’ (Joe Johnston). Me gusta ‘Hidalgo’. Creo que es una cinta poco ambiciosa, que no despunta en nada, pero que goza de un entretenimiento fantástico. Retrepado sobre el asiento, uno de los diálogos me resultó especialmente apropiado. El escudero, una suerte de Sancho Panza a lo árabe, le dice a Viggo Mortensen: “En la vida están los elegidos para ganar y los elegidos para perder. No hay más”.

No es que esté completamente de acuerdo con la prescripción, pero me fue imposible -dentro del manojo de nervios que estaba hecho, figúrense, iba a ver a los Campeones del Mundo- no relacionarlo con los chicos de Vicente del Bosque. No sé si fue alquimia o brujería, pero la verdad es que ‘La Roja’ pasó de representar a la clásica frustración española, a ser imagen de éxito. De revolución. De liderazgo.

Sí, vale, luego está lo del paro, lo de las pensiones, lo de los políticos de pacotilla, las pamplinas económicas y otras bobadas que interrumpen la siesta. Pero, oye, ahí estuvimos. Al final de ‘Hidalgo’, Mortensen sonríe orgulloso después de haber ganado la carrera por el desierto. Vale, no he pasado sed, pero viajar entre campeones me ha hecho sentir que pertenezco al lado menos habitual. A los elegidos para ganar. Ya me bajarán otros de la nube.

The Road

Un tipo sensato me dijo una vez: “No sabrás lo que es el amor, lo que es querer a alguien, hasta que tengas un hijo. Sí, sí, están tu madre o tu hermano o tu esposa. Pero nadie como un hijo”. ‘The Road’ (John Hillcoat), pese a la parafernalia apocalíptica, es una película sobra la vida. Sobre el camino que todos tenemos que recorrer, primero como aprendices y luego como maestros.

Por alguna razón que desconocemos, el mundo se acaba. Un terrible cambio climático es el asesino de los árboles del planeta. Los colores han muerto en pos de un gris dominante, mezcla de la nieve inerte y la ceniza de la descomposición. La vida se ha dividido en dos vertientes: los humanos que intentan recorrer el camino con la esperanza de encontrar la tierra prometida, y los humanos que, ante la hambruna, optan por el canibalismo.

Un padre (Viggo Mortensen, ‘El señor de los anillos’) y su hijo optan por la primera vía: la esperanza. Viajan con la pérfida compañía de una pistola cargada con dos balas. “Una para mí y otra para ti, hijo, por si nos cazan”. Así, las dos horas de metraje son una cruda metáfora de la naturaleza, de cómo un padre prepara a su hijo, a toda costa, para que sea capaz de abrirse paso cuando él no esté. Y para que sepa discernir a los lobos de los corderos. El niño es la imagen de la herencia, de los hijos que nos harán inmortales y a los que debemos nuestro mayor esfuerzo en vida.

Basta un solo plano de Viggo Mortensen para sufrir la empatía de un padre preocupado. Mortensen, absolutamente brillante, es la pieza clave de una historia sobre cómo la vida se abre paso. ‘The road’ es un drama necesario, una reflexión en la que los padres se verán reflejados y por la que los hijos darán gracias. Porque el final del camino no existe, otros caminarán después.