Prisioneros

¿Qué puede más, la persistencia o la tenacidad? ¿La fe ciega e incorruptible o la pulcritud científica? ¿El poder irracional de creer en un designio mayor o la seguridad férrea de la sagacidad y los hechos? ‘Prisioneros’ es un thriller de distancias cortas, perfecto en su forma y ensordecedor en su fondo, que pivota sobre dos ideas maravillosamente retratadas por Hugh Jackman (‘Los Miserables’) y Jake Gyllenhaal (‘Código Fuente’). La presentación de ambos protagonistas, en los cinco primeros minutos, es excepcional: Jackman reza un padre nuestro antes de disparar a un ciervo y Gyllenhaal bromea sobre el horóscopo chino con una camarera. Sus destinos están a punto de cruzarse.

La hijas de Keller Dover (Jackam) y Franklin Birch (Terrence Howard) desaparecen la noche de Acción de Gracias. El detective Loki (Gyllenhaal) sigue la pista de un sospechoso y detiene a Alex Jones (Paul Dano, ‘Ruby Sparks’), un joven tarado que pudo secuestrar a las menores. 24 horas después, la policía suelta a Jones ante la falta de pruebas. Dover, convencido de su culpabilidad, decide tomarse la justicia por su mano…

Las casi tres horas de ‘Prisioneros’ están justificadas en la minuciosa agonía que sufrimos al ponernos en la piel de Hugh Jackman. Un proceso por el que llegamos a entender las razones que pueden llevar a un padre a cruzar la línea que separa la perseverancia de la obsesión; la misión del pecado.

El gran éxito de la película es el derroche de talento de sus actores, no solo de los ya mencionados, sino también del siempre inquietante Paul Dano y las acertadas Viola Davis (‘Criadas y Señoras’) y Maria Bello (‘The Company Men’). Y, por supuesto, el buen hacer de su director, Denis Villeneuve, que construye paciente un relato formidable, un montaje poderoso y una fotografía sobrecogedora: la lluvia, la nieve, el viento en los árboles.

Los personajes son prisioneros. Personas normales encarceladas en la impotencia, la ceguera y la desesperanza. Una película terrorífica por su alta dosis de realidad, que convierte al espectador en un residente más de la celda, una víctima del miedo a lo que podría pasar esta noche al volver a casa -¿estamos rodeados de locos?, se preguntarán-. Angustiosa como ‘Mystic River’ (Clint Eastwood, 2003) e ntrigante como ‘Zodiac’ (David Fincher, 2007), ‘Prisioneros’ tiene el oscuro poder de quebrantar su voluntad.

Las nominaciones están aseguradas. Aún así, me guardo la recomendación para todo aquel que tenga hijos. Hay que tener estómago.

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Criadas y señoras

‘Criadas y señoras’ es una película muy americana. Y es, posiblemente, la primera vez que no utilizo la palabra ‘americana’ como algo despectivo. Pese a su efectismo y manipulación emocional, la cinta de Tate Taylor es un bonito paseo por el convulso Mississippi de los años 60, época fotogénica por excelencia de la patria de las barras y estrellas y culmen de la lucha contra la intransigencia racista. El acierto, sin embargo, reside en que el protagonismo recae en la mujer. La mujer como eje, obviado tantas veces por la épica, del cambio. De la igualdad.

Skeeter (Emma Stone) es una joven que acaba de licenciarse en periodismo con un sueño por delante: contar historias. Al volver de la Universidad, sin embargo, se encuentra con que la sociedad le empuja a buscar marido, a aprender a cocinar, a quedarse preñada y a dejarse de pamplinas vocacionales. En su pueblo todas sus amigas tienen una criada negra en su casa, a las que maltratan y humillan por ser “inferiores y víricas”. Skeeter decide darles voz y, evitando las absurdas leyes racistas que impiden que negras y blancas compartan el mismo espacio, se reúne con ellas para escribir su primera gran historia.

Como les digo, ellas son ‘Criadas y Señoras’: Viola Davis, Bryce Dallas Howard, Octavia Spencer, Jessica Chastain y Emma Stone. Ellas son las responsables de que la película tenga tantos colores, matices e ingenio. Taylor acierta en su conversión de la novela original y se aleja de ser, perdonen el tópico, “la típica película para ellas” y ofrece un producto agradable, consistente y funcional.

En EEUU ha sido un éxito descomunal en taquilla. Un fenómeno que aquí, como era de esperar, no ha sucedido. Y no lo ha hecho por eso, porque es muy americana. Porque tiene unas connotaciones que a nosotros se nos escapan, que no nos llegan a transmitir esa empatía necesaria para salir de la sala y recomendarla a nuestros amigos como imperdible.

El fondo de ‘Criadas y Señoras’, sin embargo, sigue siendo precioso: la ficción altera la realidad.

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