El espejismo del Oscar

En las últimas semanas he presenciado varias conversaciones que terminaban con la misma idea: este año no hay grandes candidatas al Oscar. Es curioso que en el curso en el que más españoles se han animado a ir al cine, sea tan fácil escuchar eso de «no se merece tantos premios». Si hacemos un estudio pormenorizado de las ‘mejores’ películas del año (o, al menos, las más nominadas), es cierto que no hay ni un solo título que unifique la grandeza en todos sus aspectos.

Ayer, por ejemplo, hablando de las candidatas, percibí que la que más gustaba era ‘The Imitation Game’. Excelente película pero que no es, ni de cerca, la favorita. Sí lo son ‘Birdman’ y ‘Boyhood’, ejercicios muy originales que distan de ser ‘ese’ film que unifica a público y crítica. Tampoco lo son ‘Whiplash’ o ‘La teoría del todo’, ambas preciosas. Hay, sin duda, un importante vacío de pasión.

¿Cómo lo ven ustedes? ¿Creen que hay alguna nominada que encandile a todos por igual, que despierte pasiones cinéfilas, que haya generado una expectación perdurable en el tiempo? Aún me quedan unos días para cerrar mi particular porra para los Oscar pero, si fuera por mí, que gane ‘El Gran Hotel Budapest’. Su derroche de imaginación sigue siendo de lo que más me ha divertido este año.

Al otro lado, más allá de los premios, lo cierto es que de 2014 creo que la película que más me ha llegado es ‘Interstellar’. De hecho, si tuviera que anotar en una lista las cintas que dentro de unos años seguirán generando interés, la de Nolan estaría la primera. Es lo que tiene la ciencia-ficción, mejora con el tiempo.

Les devuelvo la pelota, ¿cuál es la película que no olvidarán de 2014?

Los secundarios de J. K. Simmons

J. K. Simmons ha entrado en ese exclusivo club de actores carismáticos que no necesitan aparecer en cientos de superproducciones para saber que es un grande (¿otro? Bill Murray, por supuesto). Su personaje en ‘Whiplash’ le ha valido el premio a mejor actor de reparto que entrega el Sindicato de Actores de Hollywood (una pista más a lo que sucederá la noche de los Oscar). Y si Simmons pertenece a este grupo de intérpretes es porque transmite talento dentro y fuera de la pantalla. Su discurso de agradecimiento fue un acierto total:

«Gracias. Es realmente bonito estar en una habitación repleta de iguales, en un sindicato repleto de iguales. Creo que todos nosotros, los actores, somos en realidad actores secundarios. Incluso Miles Teller, que está en todas las escenas de la película. O yo mismo. O Paul Reiser o Melissa Benoist o Damon Gupton, que está en una escena para brillar con una única frase. Cada uno de nosotros no está más que apoyando la historia… y cada uno de nosotros es esencial para la historia. Porque si hay un único momento de duda, el tren se sale de las vías y la sensación de que eso es real desaparece y tenemos que enderarzarlo para ponerlo en línea otra vez. Así que quiero agradecer a los 49 actores que aparecen en Whiplash por construir la visión de Damien Chazelle de una manera tan preciosa» (una traducción un tanto libre, lo sé)

Pocas películas abren un debate tan intenso como ‘Whiplash’. Entre otras cosas, el film nos invita a reflexionar sobre el éxito y sobre el protagonismo que otorgamos a aquellos que suben más alto. ¿Qué pasa con el resto? ¿Qué pasa con los secundarios sin los que el héroe no podría alzarse? Creo que Simmons, de una manera muy inteligente, lanza una nueva bofetada a la sociedad: premiar al que llega más alto y olvidar a los que sostienen el escenario. Bravo.

Supongo que nadie está libre del ego. Supongo que todos nos emocionaríamos al recibir un premio y que miraríamos hacia abajo con el orgullo del que lo ha conseguido. Qué difícil, leche, tender una mano hacia abajo para alzar a los que te alzaron. Eso es algo que no muchos podrían hacer (sí, dudo que Bill Murray se acordara de mucha gente, pero es que él es un verso libre).

 

Whiplash (2014) -- Screengrab from exclusive EW.com clip.

Querían rescatar al genio

(Artículo publicado en las páginas de documentación de IDEAL, en 2035)

A finales de 2014, Hollywood estrenó una serie de películas que calaron entre público y crítica. Cuatro alabadas cintas que, en realidad, partían de un proyecto secreto –un proyecto más grande y ambicioso– para vencer a los últimos estertores de la crisis que azotaba el mundo entero. Conscientes de que no podían crear dinero de la nada (y lo que creaban, pretendían quedárselo), un selecto grupo de cineastas redactó una orquestada campaña de mensajes subliminales para inspirar a la sociedad. El mensaje principal, pese a sus múltiples lecturas, era sencillo: «triunfa y triunfaremos».

Hollywood, consciente de que la gente había abandonado la persecución de sus sueños (un concepto muy americano), ordenó la redacción de dos guiones: ‘The imitation game’ y ‘La teoría del todo’. Ambos contaban la historia de cómo un genio científico resistió fuerzas ajenas a él para alcanzar la excelencia universal. «Si ellos pudieron, vosotros también podéis», «tenéis que creer en vosotros», «que nadie os frene», eran algunas de las notas, escritas a mano, que decoraban los márgenes de los folios.

Antes de estrenar las películas, los ideólogos de la campaña realizaron pases privados para ver las reacciones del público. Efectivamente, la filosofía caló y los espectadores desarrollaron una ambición profesional desmesurada. Era tan grande su necesidad de dejar su huella en el mundo, de trascender, que empezaron a dejar de lado a sus familiares y seres queridos. Fue entonces cuando Hollywood se dio cuenta: la vocación no debe destruir la vida. Dos nuevos guiones nacieron: ‘Birdman’ y ‘Whiplash’, relatos sobre cómo el talento y el reconocimiento no tienen por qué ir de la mano.

Esos cuatro guiones se fusionaron en una única película. Una hermosa historia que animaba, desde la cercanía y la humildad, a perseguir tus sueños. Sin embargo, al llegar la película a los productores (se baraja la conocida teoría Peter Jackson), optaron por realizar cuatro películas distintas. «Sacaremos más dinero», dijeron. Y así fue.

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Whiplash

Cinco, seis y… Minuto cuarenta y cinco. La pregunta suena como un violento redoble de batería: ¿sacrificarías todo por una vocación? Ser el mejor –badabúm–, dejar una huela imborrable en el mundo –badadum plas–, superar lo conocido –tss, tsss, tssss– y alcanzar la maestría –¡chas!–. ‘Whiplash’ es una apología del error, de la piedra en el camino, que, a través de la música, invita educadamente a todos los genios del mundo a que se vayan a la mierda: sin trabajo no sois nada.

La educación, precisamente, es fundamental en la película que escribe y dirige Damien Chazelle (guionista de ‘Grand Piano’). Por un lado, es alabanza al fracaso como medio para alcanzar el éxito y un nada sutil recordatorio de que el ser humano es fuerte por naturaleza, capaz de soportar la zancadilla y de alzarse fortalecido. Por otro, describe los riesgos de una educación que exija el mismo máximo a todos los alumnos: el peligro de frustrar e, incluso, humillar.

‘Whiplash’ es un fascinante relato de contradicciones. Andrew (Miles Teller, ‘Divergente’) se deja la piel para destacar en el mejor conservatorio del país. Un esfuerzo que no pasa desapercibido para Fletcher (J. K. Simmons, ‘Spiderman’), un apasionado músico de Jazz que exprime a sus alumnos hasta la lágrima. La relación entre ambos se convertirá en un intenso duelo que culminará en un pequeño, íntimo y exquisito final de obra: dos gestos que bien valen una película.

El film de Chazelle funciona por detalles: una gota de sudor en el platillo, dos manos que se cruzan en un refresco, una baqueta que baila en el suelo, dos ojos que chirrían, un puño que silencia… Pequeños planos que narran, desde el ‘menos es más’, una compleja historia de egos. Egos justificados en el caso de Teller y, sobre todo, Simmons: merece la estatuilla.

‘Whiplash’ no es la típica película de alumno destacado y profesor empático. No es, ni siquiera, una película de mensajes simpáticos y agradables con los que sobrellevar el fracaso. No. Es una película sobre un alumno y un maestro que nacieron para aprender. Sin medias tintas. Con sangre. Con la violencia de un solo de batería… ¡Badabúm!

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