En 1998 ver un vídeo de dos minutos en Internet era una hazaña memorable. Aquella Nochebuena estábamos todos apelmazados sobre la pantalla del ordenador. La ‘melodía’ del router había iniciado un proceso por el que sufriríamos durante más de dos horas. Cada movimiento de la barra de carga era motivo de aplauso. Durante la cena, nos levantábamos por turnos para ir al pc del dormitorio y comprobar, a regañadientes, que el ‘now loading’ seguía allí, impasible.
Pasada la medianoche, sólo la memoria de David, el mayor de todos los primos, conseguía apaciguar el reconcome del estómago: “Todavía recuerdo cuando vi en el cine la última. Vosotros no habíais nacido y no podéis entender lo que es, después de tantos años, reencontrarme con ella”. Al devolver la vista a la pantalla el contador estaba a cero. Todos, como el John Locke que ilumina su cara a la luz de una escotilla abierta, bajo un poderoso hechizo que erizaba los pelos del cuerpo, vimos, al fin, el primer trailer de ‘Star Wars, Episodio I: La Amenaza Fantasma’.
Esa sensación de nerviosismo y plenitud; de juicio nublado; de dejarte llevar por una pasión, fanático. Esas horas de espera, noqueado de la realidad para ver a los Skywalker y escuchar, por fin, la fanfarria de Williams. Eso es el fenómeno ‘Hype’.
El ‘hype’ es el mayor objetivo de Hollywood. No sólo conseguir que vayas al cine a ver su película, si no que vivas cada paso de su evolución: primeras fotos, trailers, entrevistas, comentarios de los actores, filtraciones… Un maquiavélico proceso que crea la necesidad incurable de sentarte en un sillón rodeado de cientos de personas para saciar una sed sólo equiparable a la del vampiro.
Ir al cine con ‘hype’ supone que, si la película es un éxito, la encumbres al pedestal más alto, el lugar al que sólo llegan las elegidas. Pero, si es un fracaso y un engaño por el que tú pagaste, la convertirá en un insulto. Una bofetada autoimpuesta que te llevará por un camino más rápido, más fácil, más oscuro.
Hoy se estrena Avatar. Y yo tengo ‘hype’.