Mi mesa de trabajo está desordenada. Me gusta así. Diariamente apilo un periódico tras otro, con la estricta jerarquía de la fecha solapada en la portada. Es mi manera de otorgarles vida más allá de su contrato. Papeles, bolígrafos, dos agendas (la antigua y la nueva), lápices de colores, cds, post-it pegados por todas partes… A veces me pongo a pensar en el torbellino que provocó el desbarajuste. Quizás la dejadez. O el despiste. Y, entonces, miro por el gran ventanal que tengo en frente. Últimamente se repite la misma escena: lluvia, viento e incluso nieve.
Hoy, con los árboles haciendo malabares para no caer tumbados y las ramas yendo y viniendo sin orden ni concierto, me sentí un poco como Dorothy, sentada en la granja de Kansas mientras la vida pasa fuera. Lo malo de estar continuamente informado -gajes del oficio- es que eres muy consciente de la penuria que provoca el temporal: Valderrubio hundido, Andújar invadida por el Guadalquivir, Motril arrasada, capitales empantanadas.
¿Se imaginan que de tanto viento y tanta lluvia las casas se arrancaran del suelo? ¿Que su hogar o su oficina salieran disparados al cielo, dentro de un remolino provocado por no sé qué brujería? Yo me lo estoy imaginando ahora mismo. Menudo follón poner todo en su sitio otra vez. El caso es que creo que películas como El Mago de Oz se hicieron para días (¿temporadas?) como ésta. Momentos en los que, hastiado por no ver el sol, imaginas que tu oficina cae en el País de Oz, arrinconada por la ironía de un león cobarde, un corazón de hojalata y la estupidez de un espantapájaros.
Al menos yo, no sé usted, decidí nacer en el sur porque me aseguraba ver luz real, viva, con una frescura rutinaria. Era el orgullo de saber que los caminos de baldosas amarillas terminan aquí, cerca del Mediterráneo, bajo Despeñaperros. Ahora, después de varias semanas, me sorprendo golpeando los talones mientras busco, en algún lugar sobre el arcoiris, la ciudad de la que me enamoré.
En fin. Madre mía, como tengo esto. Será mejor que escriba un post-it para no olvidarlo: “Ordena la mesa”