Los apellidos hablan de nosotros, de lo que fuimos, de lo que somos. Siempre me pareció interesante el estudio de los árboles genealógicos. Mirar atrás y descubrir tu ascendencia, imaginar aquella primera vez en la que un tipo llegó a la plaza del pueblo y preguntó en voz alta ¿dónde está el ‘cabrero’? Las otras vidas de Morgan Freeman tuvieron que ser apasionantes. ‘Freeman’. ‘Hombre libre’. Él representa a una generación de artistas afroamericanos (1937) que tuvieron que sufrir el apaleo constante del insulto y la indiferencia. Del miedo y la ignorancia. Pero que hoy son moraleja viva de una generación muerta.
Morgan Freeman es presencia. Es el actor con el que todo productor querría contar en su película porque, desde sus primeras años ‘Paseando a Miss Daisy’, no ha dejado nunca de seducir a la cámara. Y a nosotros. No es el más guapo ni el más dicharachero, pero tiene el carisma de los grandes; más que suficiente.
Su trabajo demuestra que los personajes que rondan al protagonista, los secundarios, son imprescindibles para amar una película. Sirvió de conciencia a Kevin Costner en ‘Robin Hood, Príncipe de los Ladrones’, a Hillary Swank en ‘Million Dollar Baby’, a Tim Robbins en ‘Cadena Perpetua’, a Brad Pitt en ‘Seven’, a Christian Bale en ‘El Caballero Oscuro’…
No creo que haya ningún otro actor vivo capaz de interpretar a Nelson Mandela. Él mismo decía en una entrevista reciente que es amigo del expresidente de Sudáfrica desde hace años, y que existe una admiración mutua entre ambos. Por eso, horas antes de ver ‘Invictus’, repito en mi foro interno, una y otra vez, las palabras que guían la película, la historia de Mandela y, posiblemente, la vida del actor: “Doy gracias al Dios que fuere por mi invicta alma. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Morgan Freeman. Un hombre libre.