En política las lecturas siempre son radicales. Al menos en España. Si Zapatero lee unos versículos de la Biblia en un desayuno con Obama, unos dirán que es una manera de acercarse con respeto a la espiritualidad americana, mientras que otros afirmarán que es una bajada de pantalones en toda regla y un acto repleto de hipocresía por parte de alguien que presume de su laicismo. Desde mi butaca, y sin ánimo de querer entrar en la tortuosa vereda de la crítica política, creo que el presidente acertó.
Tal y como nos enseñó ‘Invictus’ (Clint Eastwood), hacer política es, también, algo espiritual. Un líder que busca apoyos debe ser capaz de empatizar con el creencia ajena -aunque no lo comparta-. El Dios de los Estados Unidos de América es un Dios épico, omnipresente. Los yankis tienen un celo sobresaliente por su fe, a la que le confieren una mitología que va más allá de la Biblia: el cine. EE.UU. adora a los personajes que, tras dos horas de experiencias místicas, llegan a la cumbre de la fe. De la redención.
El propio Indiana Jones, momentos antes de elegir el cáliz de Cristo en ‘La Última Cruzada’, tiene que hacer un salto de fe para ‘volar’ sobre un acantilado mortal. O el más moderno Neo, de Matrix, un completo agnóstico que termina siendo el profeta, el salvador. La espiritualidad es tremendamente palpable en el cine de Hollywood. ¿Quién no recuerda aquella espeluznante escena de ‘Crash’, cuando la niña, absoluta creyente de su indestructibilidad, se planta delante de su padre para detener el disparo del asesino? ¿Acaso no es Star Wars -que cuenta con su propia religión- una leyenda inspirada en el cristianismo?
‘Forrest Gump’, ‘La Lista de Schindler’, ‘Million Dollar Baby’, ‘Slumdog Millionaire’, ‘Braveheart’, ‘Lo que el viento se llevó’, ‘El mago de Oz’, ‘El señor de los anillos’, ‘Rocky’… Todas son historias en las que la fe, “el Dios que fuere”, marca la épica. El caso es que si Zapatero, España, quiere encajar en el foro estadounidense, si quiere que le miren como amigo, como un personaje más de la película, debe aceptar las reglas del juego. Ha de imaginarse que, detrás de cada palabra pronunciada en el atril que acompaña al Presidente de los EE.UU., está John Williams subrayando frases con un emotivo violín: “Hoy mi plegaria quiere reivindicar igualmente el derecho de cada persona en cualquier lugar del mundo a su autonomía moral, a su propia búsqueda del bien (…) reivindicar la libertad de todos para vivir su propia vida, para vivir con la persona amada y para crear y cuidar a su entorno familiar, mereciendo respeto por ello». Somos esclavos de la épica, también en política.