De pequeño tenía un caballo de madera. No recuerdo su color, ni lo alto que era, ni el ruido que hacía al balancearse. Pero puedo sentirlo. El sol entrando por el balcón, los ojos entornados, mi abuela chocando las agujas sentada en una mecedora y el mundo paralizado ante mi valerosa galopada para luchar contra el malo. ‘Cinema Paradiso’ es como mi caballo de madera. La vi por primera vez con 8 ó 9 años, en una cinta Beta. Me encantó. Pero ayer, minutos antes de entrar al Teatro Isabel La Católica para reencontrarme con la película de Guiseppe Tornatore en el ‘Retroback’, descubrí que no recordaba casi nada.
Por más que hacía memoria, lo único que podía dibujar era un niño con el que me sentí identificado años atrás, Totó. Quizás fueron sus orejas saltonas o su tremenda habilidad para responder a los mayores. El caso es que yo creía que la película hablaba de mí. Mi memoria, al igual que el proyector del Cinema Paradiso, había seleccionado las escenas que debían inspirarme y había cortado los fotogramas que, con esa edad, no podía entender.
Sí. Por eso ayer pude mirar a Roma con los ojos del que ya ha estado allí. Por eso la historia de amor imposible me sonaba tan familiar. Por eso supe a lo que se referían al decir que las rubias con ojos azules son las peores. Por eso, ahora, puedo entender que Totó abandonara la calidez de su hogar en busca de un sueño inhóspito e, incluso, fortuito. Pero sobretodo, ahora, y sólo ahora, puedo saborear y vibrar con las últimas palabras de Alfredo a Totó, antes de partir: “Hagas lo que hagas, ámalo. Ámalo como amabas al Cinema Paradiso”.
‘Cinema Paradiso’ describe el origen de la pasión y de las historias. El momento exacto en el que, sin saberlo, decidiste consagrar tu vida a hacer reír y llorar a los demás con una sucesión de palabras, escenas, capítulos y actos. Una profunda manifestación del amor al cine. Hoy me pregunto si no fue entonces, mientras cabalgaba en mi caballo de madera y no entendía por qué era tan bonito ver un beso en la gran pantalla, cuando nació esta manía mía del cine. Esta manía por las historias.
Dentro de muchos años volveré al Nuovo Cinema Paradiso e intentaré comprender la última hora de la cinta, la parte en la que un triunfador Totó echa la mirada atrás y hace recuento de lo vivido. Por ahora, creo que volveré a cortar esos fotogramas de mi memoria a golpe de Ennio Morricone, el corazón que bombea el minutero, atemporal. Eterno.