De pequeño tuve varias fisuras en los tobillos, por lo que pasé largas temporadas con la pata en alto. No sé si tiene algo que ver o no, pero lo cierto es que, desde entonces, hay un sueño que se repite cada cierto tiempo: voy andando por la calle y me doy cuenta de que llego tarde. Entonces, cojo carrerilla y salto lo justo como para seguir mi camino sin mover los pies, flotando a pocos metros del suelo. Volando.
A día de hoy, la película que mejor ha conseguido transmitirme esa sensación tan onírica es ‘Mar Adentro’ (Alejandro Amenábar). ¿Recuerdan la escena? Javier Bardem, paralítico de cuello para abajo, se levanta de una cama con visos de tumba y, al compás del Nessum Dorma, inicia una carrera que terminará surcando los cielos, cruzando océanos, conquistando la libertad.
Les cuento esto porque este fin de semana he vivido una de esas experiencias que te hacen sentir poderoso. Tanto como Superman. Unos amigos fuimos a Lillo (Toledo), a saltar en paracaídas. 4.000 metros de altura para comprender la bipolaridad del ser humano: su debilidad y su valentía. Ahora, cuando vea ‘Hermanos de Sangre’, recordaré a mis colegas uniendo sus manos antes de saltar, nerviosos, mientras gritaban ¡nos vemos abajo!
A veces, las películas brillan porque consiguen que el espectador comprenda una situación que, de otra manera, no podría. Y eso está muy bien. Pero, es aún mejor cuando puedes empatizar. Cuando puedes decir “yo estuve allí”. Vean cine, diviértanse sentados en el sofá, pero, por favor, no se olviden de vivir.