La rareza es un bien de lujo poco común. Una virtud a veces confundida por defecto ante los ojos de una masa plana, lógica y rutinaria. Por eso, ‘Gentlemen Broncos’ no es una película fácil y accesible para todo tipo de públicos. Exige de una mente abierta capaz de interpretar la verborrea dialéctica, las imágenes oníricas, los ciervos voladores con misiles incorporados y la exuberante fealdad de sus protagonistas. Requiere, además, que alejemos de nuestra fila de butacas a cualquier compañía dada a criticar en voz alta con comentarios del tipo “menuda chorrada”. Porque, les aseguro, lo harán.
Benjamin Purvis (Michael Angarano, ‘Will y Grace’) es un adolescente con una vocación grabada a fuego: escritor de novelas de ciencia ficción. Por eso asiste a unas jornadas en las que su ídolo, el Doctor Chevalier (Jemaine Clement, ‘The Flight of the Conchords’), dará una clase magistral y elegirá un manuscrito de entre los alumnos para publicarlo en su editorial. Benjamin presenta ‘Los años de Bronco’, una novela que fascina a un Chevalier sin nuevas ideas que decide, finalmente, imprimirla con su propia firma. La aventura de Bronco será la intrahistoria de la cinta, protagonizada por un cambiante y siempre genial Sam Rockwell (‘Moon’).
Para justificar esta película basta con nombrar a su director, Jared Hess. ‘Nacho Libre’, la historia del cura que soñaba con ser luchador profesional, y ‘Napoleon Dynamite’, una de las mayores frikadas adolescentes nunca vistas, son sus otras dos películas. Y, vistas en conjunto, parecen una trilogía a lo ‘distinto’. Un anexo a las historias de la belleza y la fealdad de Umberto Eco.
‘Gentlemen Broncos’ critica el ‘cualquierismo’: no todos sabemos hacer lo mismo. Ni siquiera cuando copiamos algo lo dejamos igual. Así, lanza un puñetazo directo a la moda del ‘remake’ hollywoodiense y de las historias ya contadas. “Perfectas como están. Perfectas sin efectos por ordenador”. Es, al mismo tiempo, una parodia y un homenaje al friki. Un pase de modelos que la sociedad desprecia por no cumplir con los tradicionales cánones de belleza. Un canto a lo feo, raro y extravagante: culos gordos, caderas anchas, canillas ridículas, ojos saltones, melenas púbicas, miradas perdidas en horizontes inescrutables, bocas desproporcionadas… y, aún así, todos bellos.
Si tienen la valentía necesaria para ver la última de Hess, podrán entender de qué les hablo. Porque otra cosa no, pero especial, es muy especial.