Shrek es la muestra de que una perla, si se sobetea mucho, termina perdiendo brillo. El primer capítulo de la saga del ogro verde me parece una genialidad. Una entrañable versión de los clásicos cuentos infantiles con una más que evidente –y adulta- lectura modernista del asunto. Dentro de que, en el fondo, la idea de la historia es buscar la excusa para hacer un refrito de personajes que funcionaron solos, Shrek fue tremendamente original.
Me he puesto a hacer memoria y creo que la de Dreamworks fue la primera –o una de ellas- en romper con el tradicional esquema de película de animación enfocada únicamente para niños. De hecho, me consta que aún se utiliza en tutorías y clases de ética, en institutos y colegios, para hablar de temas como la amistad, la vocación, la aceptación de uno mismo, la belleza indiscutible. En fin, una joya.
Pese a que la llegada del ‘Gato con botas’ en la segunda parte me parece gloriosa, sí que noto una cierta desvirtualización de la historia en las secuelas. Sobre todo en la tercera parte. He de admitir que me reí a carcajadas con la escena del rey rana muriendo, nada más empezar. Pero me dejó el regustillo amargo del póster que sabes que colgaron en la cartelera bajo la premisa de hacer caja. Aunque fuera repitiendo la misma fórmula, lo ya visto.
Toca ver ‘Sherk 4: Felices para siempre’, la que venden como el último capítulo del cuento. Y, tras ver que la taquilla en EE.UU. no ha sido gran cosa y que Toy Story 3 la ha barrido del mapa, es probable que sí, que efectivamente sea un adiós. Mañana les cuento.